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Don Daniel: sirvió a la libertad

En recuerdo de Emma Cosío Villegas

El próximo 10 de marzo se cumplirán cuarenta años del fallecimiento de Daniel Cosío Villegas, uno de los pocos mexicanos a quienes el respetuoso "Don" que les fue dado en vida sobrevivió a la muerte. Lo vi por última vez dos días antes de su súbito fallecimiento, en su pequeño cubículo de El Colegio de México en las calles de Guanajuato 125. Charlamos sobre dos capítulos de su biografía que venía yo trabajando desde hacía unos meses. "No sé si tengan interés para el lector", me comentó en tono inusualmente sombrío. Aunque años más tarde publiqué aquella biografía, reedité buena parte de su obra y he procurado recordarlo en los aniversarios significativos, nunca sobrará evocarlo una vez más. Y espero hacerlo siempre.

Su mayor orgullo -según me comentó en alguna de las veinte entrevistas que grabé con él y aún atesoro- era haber fundado instituciones que lo habían sobrevivido. Se refería sobre todo al Fondo de Cultura Económica y El Colegio de México. Quizá también a las dos grandes "fábricas de historia" que dirigió a lo largo de casi tres décadas: la Historia Moderna de México y la Historia de la Revolución Mexicana.

Lo sobreviven aún. Por afecto y fidelidad, no soy yo quien puede juzgar su vigencia, dinamismo, calidad, competitividad. Don Daniel, siempre exigente, les reclamaría practicar a toda hora la crítica, sobre todo consigo mismas. Creo que no recobró la fe en el Fondo de Cultura Económica (no coincidía con el rumbo ideológico que le imprimió su sucesor, don Arnaldo Orfila Reynal), pero estaba orgulloso de su capital editorial y la labor que había desplegado en el orbe de nuestra lengua. Del Colegio de México nunca se apartó. Era su casa intelectual.

Aunque la producción histórica sobre la vida social, económica y política de la República Restaurada y el Porfiriato ha continuado enriqueciéndose en el medio siglo que siguió a su publicación, no creo que, como obra de conjunto y de referencia, la Historia Moderna de México haya sido superada. Lo mismo pienso de su hermana menor (los 23 tomos sobre la Revolución Mexicana) que cubre los años 1910 a 1960. Don Daniel la planeó hasta el último detalle, organizó los equipos de investigación, obtuvo del gobierno los fondos necesarios, supervisó el local en el que trabajábamos pero no vio aparecer siquiera el primer tomo. Hoy están fuera de circulación. Sería bueno que El Colegio de México pusiera en línea la colección.

Su faceta de ensayista, y en particular su vocación de escritor político, influyó en los autores de su tiempo, marcó a mi generación y ha seguido vigente en las posteriores. A Cosío Villegas le sorprendía que en México no existiese la tradición del escritor político. Recordaba con admiración el caso de Emilio Rabasa poco después del Porfiriato, pero no muchos más. Había que entender con claridad los dos términos de su definición. No se refería al comentario político sino a la reflexión sobre la política hecha con exigencia literaria. Aludía, desde luego, a la tradición inglesa en la que se había formado (y la que había editado), pero también a la obra de ensayistas políticos franceses como
Raymond Aron. Si en algún lugar nos observa, no sé si le gustaría la cosecha: pero el hecho es que todos los miembros de mi generación, de una u otra forma, desde diversas trincheras y ópticas distintas, seguimos sus pasos. Todos hemos querido -como prescribió- "hacer pública la vida pública".

"Soy un liberal de museo, puro y anacrónico", me dijo alguna vez, en su jardín de San Ángel, recordando a los gigantes de la Reforma cuyas vidas sentía haber compartido más que las de sus contemporáneos. Era visceralmente ajeno a las opciones materiales y espirituales de la gente llamada "de derecha", pero se sentía lejos de las actitudes incendiarias y dogmáticas de las corrientes "de izquierda". Era liberal como una forma de estar en el mundo y de encararlo, una disposición a razonar y debatir en un marco de respeto, tolerancia y buena fe. Era liberal porque desconfiaba de las ideas hechas y alentaba el pensamiento por cuenta propia. Y era liberal, sencillamente, porque para él la libertad era el valor cardinal de la historia.

Lo despedimos un puñado de amigos en el Panteón Jardín. En la revista Plural, Octavio Paz hizo su apología en un ensayo precedido por un epígrafe de Yeats: Imitate him if you dare, world-besotted traveler; he served human liberty. Volteo a mi derredor, y no veo muchos que se atrevan a imitarlo.

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