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Zaid: ruta crítica

"Vive en la ciudad de México, donde ejerce la crítica". Así, con su habitual pudor y concisión, presenta Gabriel Zaid su ficha personal en los textos que suele publicar en el extranjero. En sentido estricto no hay nada más que agregar, pero sus fieles lectores conocen el significado de ese "ejercicio": la construcción, a lo largo de casi medio siglo, de una de las obras más ricas, coherentes y originales de nuestra lengua.

Sus trabajos como poeta (Cuestionario, 1976, y Reloj de sol, 1995), teórico de la creatividad (La máquina de cantar, 1967), antólogo de la poesía (Ómnibus de poesía mexicana, 1971, y Asamblea de poetas jóvenes de México, 1980) y sociólogo del mundo editorial (Los demasiados libros, 1972), están ligados a sus empeños críticos, recogidos inicialmente en Leer poesía, 1972, y Cómo leer en bicicleta, 1975, dos libros compuestos por breves ensayos que parecían teoremas: uno los terminaba diciendo "queda esto demostrado". Zaid escribía -y escribe siempre- desde una absoluta independencia, pasando revista a los usos y costumbres de nuestra "canalla literaria": el oportunismo, el protagonismo, la superficialidad, el dogmatismo, la falta de crítica, la fácil autocrítica "desde arriba", la inane poesía de protesta. Y no se detenía ante los consagrados: podía celebrar los sonetos de Pellicer o la audacia de Octavio Paz en Blanco, pero con igual naturalidad se burlaba de los pavoneos de Martín Luis Guzmán (que se ostentaba como "el escritor más vendido de México", y lo era) o señalaba zonas objetables en la obra de sus propios contemporáneos. Pero quizá el rasgo más notable en esa primera etapa fue la experimentación formal. Sus variaciones ensayísticas eran juegos literarios pero también búsquedas muy serias del género pertinente: idear un irónico soneto, simular un anuncio de periódico, un oficio burocrático o un alegato jurídico, podía tener un efecto más letal que la más apasionada diatriba. En ocasiones podía bastar una frase, como aquella réplica a Fernando Benítez que ni siquiera el director de Siempre! se atrevió a publicar: "El único criminal histórico es Luis Echeverría". Los sexenios siguientes dieron a Zaid material de sobra para documentar las distorsiones del poder en la cultura. Así fueron apareciendo ediciones aumentadas de aquellos trabajos iniciales, y libros nuevos. Finalmente, El Colegio Nacional ha recogido en dos bellas ediciones toda esta zona de su obra: Ensayos sobre poesía (1994) y Crítica del mundo cultural (1999).

Su siguiente estación -la crítica social del Estado mexicano- sorprendió a los lectores que lo encasillaban en el ámbito exclusivo de la literatura. La concibió quizá entre 68 y 71, inspirado por los artículos de Daniel Cosío Villegas y "la crítica de la pirámide", capítulo final en Posdata de Octavio Paz. De pronto, Plural comenzó a publicar su "Cinta de moebio". Recuerdo todavía el efecto que me provocó una de las primeras entregas, titulada "El estado proveedor". Sus argumentos no sólo me convencieron: me convirtieron. Nadie había pensado antes nuestra vida política como un mercado de obediencia, o el sistema como una peculiar corporación; nadie había señalado el gigantismo y las deseconomías de nuestras pirámides burocráticas, empresariales, sindicales y académicas. Dejando al margen las intenciones teóricas del Estado mexicano, Zaid conectaba su experiencia de consultor de empresas con un alud de lecturas y análisis estadísticos, para auditar el desempeño práctico de nuestro Leviatán en varios aspectos: sus instituciones, sus ministerios, sus empresas descentralizadas, sus políticas económicas y sociales. Y ejerciendo la "ingeniería social" (de la que hablaba Popper en La miseria del historicismo), ofrecía perspectivas frescas para entender en sus propios términos (y atender en sus necesidades reales) a los pobres del campo y la ciudad. Había que archivar programas, suprimir instituciones que sólo engrosaban la nómina del Estado, y diseñar en cambio una oferta pertinente y barata de medios de producción que llegara a las comunidades rurales y las zonas marginadas. Zaid recogió esos ensayos en El progreso improductivo, que en su primera edición (1979) incluía un impresionante apéndice estadístico. Aunque muy comentada y admirada en su momento, esta obra no tuvo la recepción que merecía. Se trata, no me cabe duda, de uno de los libros fundamentales del siglo XX en México. Si las ideas contenidas en él se hubiesen aplicado a tiempo, el éxodo rural (a las ciudades y a Estados Unidos) habría sido menor. Pero se necesitaba un cambio de óptica en políticos, empresarios, sindicatos y académicos, que no estaba al orden del día. Y sigue sin estarlo: Fox abandonó el programa de apoyo a microempresas; los empresarios no ven la oportunidad económica de ofrecer al México pobre créditos, equipos diversos, canales de distribución para su producción autónoma; los sindicatos, por definición, tienden a ver la vida en términos de patrones y asalariados, y los economistas simplemente no consideran que el autoempleo sea un tema digno de sus investigaciones.

Luego de criticar al poder en la cultura, Zaid identificó el binomio opuesto: la cultura en el poder. Su ensayo "Los universitarios en el poder" provocó incomodidad en los medios académicos. No era común, parecía injusto, generalizador y hasta contradictorio, que un universitario criticara a los universitarios. Pero ya Max Weber había señalado el estrecho espíritu de especialización y la rigidez burocrática que privaba en la academia de su tiempo. En todo caso, la época de Echeverría se prestaba a ese análisis, porque fue, en efecto, el sexenio que llevó al límite el paradigma creado por Miguel Alemán, con resultados desastrosos. La sociología cultural de Zaid tenía en cuenta ideas de Marx sobre la falsa conciencia de los intelectuales (por ejemplo, en La ideología alemana), pero desechaba sus categorías. Los mejores frutos de ese enfoque se dieron en los ensayos que dedicó a la guerrilla universitaria en Centroamérica: "Colegas enemigos: Una lectura de la tragedia salvadoreña" y "Nicaragua: el enigma de las elecciones". Se reprodujeron en varias revistas influyentes de Europa y Estados Unidos, y causaron revuelo. En México llovieron insultos y anatemas. La historia dio la razón a Zaid, como pudieron constatar al poco tiempo (sin admitirlo, claro) sus malquerientes. La salida para Centroamérica (y para Iberoamérica toda, incluido México) no era la revolución sino la democracia. Poco después, Zaid se aplicó al análisis del neozapatismo: "La guerrilla postmoderna". Estos y otros textos (como "Imprenta y vida pública" -discurso de ingreso a El Colegio Nacional y homenaje a Cosío Villegas- o "De cómo vino Marx y cómo se fue", profecía publicada en 1978, cuando casi nadie veía el punto de inflexión en esa ideología dominante) aparecieron en De los libros al poder (1988) y se integraron posteriormente en Crítica del mundo cultural.

Hacia fines de los setenta, consumada la reforma política que abrió la vida parlamentaria a las izquierdas, Zaid publicó un pequeño texto: "Cómo hacer la reforma política sin hacer nada". Ese "hacer nada" se refería simplemente a dejar que los electores mostraran sus preferencias en las urnas. Ahora parece obvio, pero estoy convencido de que (fuera de algunos panistas, "místicos del voto") nadie había hablado de la democracia necesaria en esos términos. La democracia en México, de Pablo González Casanova, no la postulaba explícitamente: su perspectiva ideal no era la democracia "formal", "burguesa", sino la "verdadera" democracia, el socialismo. Como buen liberal, Cosío Villegas hablaba de poner "límites al poder presidencial", pero extrañamente omitía el asunto crucial de los votos. El propio Octavio Paz (en Posdata y aun en El Ogro Filantrópico) hizo un llamado vigoroso en favor de la democracia pero la concebía más como un clima de libertad y discusión pública que como un procedimiento de expresión electoral que urgía implantar. A Zaid se le debe la introducción clara de la idea. Hablando de innovación, pocos textos serían comparables a "Escenarios sobre el fin del PRI", publicado en Vuelta a mediados de 1985. El solo título parecía una desmesura: el PRI era símbolo de eternidad. Pero alguien tenía que pensar el desenlace y fundamentarlo. Ese pionero silencioso fue Zaid (leído y plagiado, pero no citado). Años más tarde, en un apéndice, recordó una frase de Kant: "No falta gente que vea todo muy claro, una vez que se le indica hacia donde hay que mirar".

La crítica económica, política y social que ejerció en los ochenta y noventa, debe leerse como el corolario del corpus original de El progreso improductivo. En la prensa y en Vuelta razonó contra "la propiedad privada de los puestos públicos", el endeudamiento externo, la insensata expansión petrolera, la política fiscal y cambiaria, la "nacionalización" de los bancos por un "presidente apostador", la atávica centralización del País, la fallida renovación moral de la sociedad, el fraude electoral de Chihuahua, la "caída del sistema" en 1988, la legitimidad de Carlos Salinas de Gortari, el bloqueo de los procesos democráticos y la política económica triunfalista. Por partes iguales, responsabilizó del desastre a populistas y tecnócratas. La bitácora de su crítica económica y social está en La economía presidencial (1987) y Nueva economía presidencial (1994). Su larga batalla democrática consta en Adiós al PRI (1996).

Cada trayecto de su ruta crítica ha tenido un seguimiento sistemático y puntual que llega hasta nuestros días. En Reforma, Contenido y Letras Libres, Gabriel Zaid sigue exigiendo calidad, solidez e independencia a la cultura; sentido práctico (no verborrea ideológica) en la tarea inaplazable de apoyar a los pobres; autocrítica profunda a las instituciones académicas; transparencia, racionalidad y liderazgo reformador en la gestión pública; creación de pequeños empresarios a los grandes empresarios; altura e imaginación en el debate público y respeto a las reglas de la democracia. Quiere un país de ciudadanos responsables e inquisitivos, no de súbditos indiferentes y cínicos. Porque es hijo de inmigrantes palestinos, aprecia el valor de tener una patria, y por eso la estudia y la sirve. Su prosa es, en sí misma, una lección moral de pulcritud, objetividad y decencia, en un medio propenso a las ideas hechas, la simulación y la mentira. En los años recientes, sus textos son más ceñidos. Ha vuelto a escribir teoremas: milagros de claridad y clarividencia en una era de confusión.

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