EFE/Hermanos Mayo/Fondo de Cultura Económica

Un británico de México

La triste felicidad

Antes de visitar por primera vez los Estados Unidos, Cosío Villegas había mostrado ya claros síntomas de sajonismo. En el Congreso Internacional de Estudiantes solía presentarse como todo un gentlemen, de riguroso tweed inglés, chaleco tejido, corbata de moño y pipa ocasional. Aunque en el fondo era un hombre de intensas pasiones, hacía todo lo posible por ocultarlas y exhibirse flemático, sobre todo en los momentos difíciles.

El "humor un poco cruel y una fina ironía", eran las mejores cualida­des literarias de Cosío según decía su amigo Eduardo Vi­llaseñor y ambas prendas tenían factura inglesa.1 Ma­nuel Gómez Morín lo recordaría siempre como un hom­bre "sistemático y lejano", inmune al romanticismo de la época,2 romanticismo que el propio Cosío calificó en 1922 de "ocioso, o causa de ociosidad". En fin, su trato con Henríquez Ureña, y su propia inclinación a confiar en los sentidos más que en la imaginación, lo configura­ban como un extraño, y probablemente único, británico de Colima.

En Estados Unidos sus rasgos sajones se le volvieron crónicos. A pesar de conocer mal el idioma, no tardó en aclimatarse en Harvard. Muy pronto llegó a dominar fluidamente el inglés y a presentar "papers" que le valie­ron altísimas notas.3 El clima intelectual de crítica y aná­lisis que faltaba en México, era pan de cada día en aquel país, por eso escribía complacido:

¡Cómo se trabaja aquí! El trabajo exige constancia, organización, previsión, y mientras nosotros damos una gran importancia a la teoría generalmente superfi­cial, esta gente quiere hechos, están amarrados por los hechos, y, así, en clases como la de Historia Económi­ca que yo tomo, el profesor no ha hecho una sola gene­ralización: huyen de ellas, parece que tuvieran pavor de avanzar demasiado pronto.4

Su proyecto de vida se definió lentamente con la lejanía. Le parecía claro que al haber iniciado sus estudios de postgrado a los 27 años, estaba "sacrificando su porve­nir económico".5 Los asuntos de dinero lo tenían sin cui­dado y sólo le preocupaban cuando las estrecheces llega­ban a su esposa e hijo. La familia Cosío vivía con algu­nos aprietos, como lo muestra el hecho de que al morir la madre en 1927, Eduardo Villaseñor tuviera que conse­guir, con Manuel Gómez Morín, dinero para enterrarla.6 Los ingresos de Cosío provenían de una beca de la fundación Rockefeller y de sus infrecuentes artículos en El Universal. De la nutrida correspondencia que sostuvo Cosío con Villaseñor se concluye fácilmente que nada precedía en el interés de Cosío a sus estudios, ni su vida económica, ni sus cada vez más remotas preocupaciones políticas y ni siquiera su vida familiar. Días después de haber recibido de Villaseñor la noticia del fallecimiento de su madre, Cosío le enviaba una carta tapizada con planes intelectuales en los que sólo hacía una mención breve ("dejó escapar el dolor poco a poco") de ese acon­tecimiento. El contrapeso de todas las desventuras esta­ba en el estudio:

No sabes cómo, seria, hondamente, tengo interés en continuar mis estudios y cómo quiero hacerlo en tal forma que cuando los considere terminados y me pon­ga a trabajar en México ... cuando Cosío Villegas ha­ble: "a callar se ha dicho" … No es fanfarronada, sino simplemente un equipo intelectual que nadie absolu­tamente tiene en México.7

La trayectoria de sus estudios fue de lo general a lo parti­cular. En Harvard siguió cursos de economía general; en Wisconsin derivó a la economía agrícola y en Cornell descendió un poco más, hasta especializarse en avicultu­ra.8 Las primeras dos estaciones en ese camino tuvieron buen principio y fin. Cosío presentó varios ensayos que merecieron la aprobación de sus profesores. Estos ensa­yos fueron:

The Mexican Revolution.
Early sugar trade.
The agrarian revolt since 1920.
Social survey technique.
Marketing activities of the U.S. Department of Agri­culture.
The federal intermediate Credit System.
Rural credit banking institutions.

El mejor de ellos fue el segundo, un trabajo histórico que años después traduciría como "El comercio del azúcar en el siglo XVI", al margen del cual el profesor le anotó: "A careful and discriminating piece of work".9 De he­cho, mientras sus estudios se mantuvieron con el acento puesto en lo económico más que en lo agrícola, las cosas marcharon bien; pero fue en Cornell, cuando el trabajo técnico de visitar granjas y conocer alimentos para vacas desplazó al trabajo intelectual de escribir y discurrir, que Cosío decidió abandonar el proyecto inicial. 10

El inmortal gusanito de la política que habita en todo intelectual mexicano se enfrió dentro de Cosío en el cli­ma de Harvard y Wisconsin. Hay que "votar definitiva­mente nuestra exclusión de la política", le escribía a Villaseñor. De hecho Cosío trasminaba una especie de alergia a la política mexicana como pudo convencerse Villaseñor.

Le pierdo cada día afición a la política y para entonces (cuando regrese) la habré perdido por completo. Hace una semana que no leo los periódicos de ninguna espe­cie y no los leeré más. Hay que hacerse mejor cada día desprendiéndose de toda la porquería inútil que dan las pequeñas cosas, del chisme.11

Por su parte, Villaseñor sabía que esas "pequeñas cosas" eran la vida cotidiana de todo aquel que, con buena vo­luntad o sin ella, quisiera influir en la suerte del país. Por eso criticaba a su amigo el afán de pureza y le advertía los peligros de una costumbre de Cosío, consecuencia de esa pretensión de estar à desuss de la mêlée: el escribir y hablar a los políticos en forma tajante y descortés, y ha­cerlo, para colmo, sólo para plantear problemas. Villase­ñor se refería a las cartas que enviaba Cosío a quien sin duda fue su mayor carta política en el callismo, Juan de Dios Bojórquez:

Bojórquez es mexicano, no técnico, ni universitario yanqui, a quienes se puede siempre hablar en forma de problema.12

Hay que "conquistar a la gente" -le predicaba-, ser más suave para no acarrearse "las malas voluntades que tú te has echado siempre encima". Villaseñor recordaba tal vez que su amigo había salido de las Secretarías de Educación y de Relaciones enemistado con los minis­tros, muestra de que no toleraba el peso de una autori­dad. Y todo lo agravaba el mal de ausencia:

... mugroso, deshonesto y todo es México, pero hay que volver para no hacerse de esa transparencia inter­nacional de los sin patria. 13

Tranquilo en su ámbito sajón, Cosío reaccionaba apenas cuando llegaban noticias gordas como la de la matanza de Huitzilac. Mientras que algunos otros miembros de la generación consideraron a Huitzilac como la prueba de­finitiva de la vileza política mexicana, Cosío pensaba lo mismo, pero sin arranques románticos, sino británicos:

Salud, joven e ilustre pueblo de asesinos. ¿Qué dice el olor a sangre? ¿Les sigue gustando? Maten más gente que al cabo todavía queda mucha y si les hiciera falta podemos ir los que estamos fuera, y pueden seguir des­pués con el resto del mundo ¿por qué no?14

En suma, política y económicamente Cosío se hizo más pobre de lo que ya era con su viaje a Estados Unidos. En lo que sí capitalizó día a día fue en el ámbito intelectual; las cartas a Villaseñor son testimonio de primera mano de ese proceso, lo mismo que los artículos que de vez en cuando envió a El Universal. En primer término, como buen "águila mental", percibió las diferencias entre Mé­xico y el país que visitaba y procedió, según su costum­bre, a evaluarlas. En Wisconsin concibió, por ejemplo, la idea de presentar una tesis con un estudio comparativo entre la agricultura de México y la de un estado americano.15 De entonces data una tarea eterna en él, la de obser­var a los Estados Unidos y ver el desarrollo mexicano a contraluz de aquél. Por lo pronto, envió a El Universal sus observaciones comparativas de lo que tenía más cer­ca: la vida académica.

Cosío reprochaba a la Revolución Mexicana el haber sido guiada siempre por el instinto. A esa limitación se debía el que, "instintivamente", los gobiernos hubieran repudiado a la universidad convirtiéndola en una verda­dera "piñata": unos la vapuleaban con la intención de suprimirla, otros la golpeaban convirtiéndola en tienda de campaña alfabetizadora, pero ninguno se había pues­to a pensar en los fines propios de la institución, que no eran otros que los del conocimiento y la ciencia:

La ciencia en México es magia y los hombres de cien­cia, magos. Saber algo en México representa, Y es, un milagro.16

La moraleja no podía ser más simple: fundar bibliotecas y respetar a la Universidad para que "la ciencia deje de ser magia".
Era natural que en un ambiente pan-académico como el que vivía, le pareciera monstruoso que en México no existieran bibliotecas, y que la universidad no viviera para el estudio y la investigación. Bojórquez y Luis L. León, el Secretario de Agricultura, recibieron continuas solicitudes de Cosío para que le enviaran dinero para li­bros. Había que fundar una biblioteca en el Banco Na­cional de Crédito Agrícola -insistía al subdirector Mar­te R. Gómez- y organizar un concurso de investigacio­nes monográficas.17

La ética del investigador, del researcher, le penetró hasta los huesos. Uno de los síntomas fue el rechazo que comenzó a mostrar frente a los escritores políticos y so­ciales de México: la mayoría no hacía otra cosa que de­rramar "lágrimas nacionalistas" y utilizar un lenguaje sentimental en vez de acudir a la observación de los fenó­menos y a su análisis. México estaba enfermo de retórica moralista. En vez de problemas concretos y mensurables, se hablaba de "mal nacional", de "enfermedad, almas torcidas, miedo, mentira y odio". Las crisis económicas y las novelas sentimentales le parecían incompatibles.18

Un excelente artículo suyo de la época, publicado en El Universal, fue "Las grandes mentiras de Bulnes".19 Cosío demostraba que, si bien Bulnes no acudía a los re­sortes sentimentales para explicar los males del país, sí era, en cambio, un falso erudito. Cosío se tomó el traba­jo de cotejar una por una las cifras que Bulnes había dado en algunos famosos artículos de 1920 a 1924 en los que defendía el latifundismo para demostrar que se las había sacado de la cabeza. No dejaba de mostrar, sin embargo, una velada admiración por el terrible polemista.

Algunos miembros de su generación que se entrega­ban al trabajo político (Lombardo en la CROM), a los negocios y la tecnocracia (Gómez Motín) publicaron in­terpretaciones sobre los males mexicanos en el tono mís­tico del "llamado" y la prédica moral.20 Cosío pensaba que a su generación le faltaba un verdadero conocimien­to del país: "pretenden tener el privilegio de saber orien­tar al país sin estudiarlo";21 escribía a Villaseñor. Y para Cosío, no tenían siquiera la altura moral de un hombre como Vasconcelos, con quien había tenido una larga plática en Chicago: Vasconcelos había dejado una posi­ción económica y profesional envidiable en 1910 para sumarse a la Revolución: "¿Te imaginas a Manuel Gó­mez Morín abandonando su banco, su bufete, su familia para irse a una revolución?", escribía a Villaseñor. Ante esa evidencia, lo mejor le parecía el trabajo intelectual li­mitado y sin más pretensiones.22

Toda esa disciplina mental lo llevó por momentos a arrebatos casi monásticos:

he aprendido a vivir sin que la gente misma me moles­te, a vivir tranquilo, con la felicidad triste que es la ú­nica que yo podré tener ... (hay una cierta) santidad moral en no causar mal ni que me lo causen ... efecto de lejanía en una ciudad pequeña.23

Había una "serenidad", una "superioridad" en aquella vida solitaria, fría, dedicada (devoted) al estudio, alejada del "miserable mexicanismo del chisme y la pasión". De México "no sé nada ni quiero saber" -escribía con cier­ta exageración-. "Sé que lo esencial va bien y eso me basta."24

A tal grado estaba embebido en su trabajo académico que pensó poco en regresar al país. Alguna vez -escribió a Villaseñor- volvería a fundar un instituto de investi­gaciones económicas, con la seriedad y sin los "balbu­ceos sentimentales" de quienes creen saber economía en México.25 Regresaría a México para dedicarse a la inves­tigación, pero si el país seguía agitado permanecería "el tiempo preciso para salir".26

Su convicción empirista, su alergia al sentimentalismo y la política, su admiración por el profesionalismo aca­démico y toda su vertiente sajona se afirmaba día a día. Hasta en las fotos parecía un bostoniano impecable de pipa pensativa y mirada de detective. El que no gozaba mucho esta conversión era el buen Eduardo Villaseñor quien se quejaba amargamente de la "sicología de pa­trón"27 que afectaba a su amigo. Las cartas de Cosío no podían ser más ácidas. Sólo secos regaños y ninguna fra­se de aliento para su amigo que se las veía negras como empleado en el Banco Nacional de Crédito Agrícola. Llegó el momento en que Villaseñor tuvo que pedirle que se bajara del estrado:

Hijo, no te das cuenta que absurdo pareces a fuerza de pensar racionalmente.28

Bien vista, no fue del todo ermitaña aquella vida a la que, desde 1926, se sumaron su esposa e hijo. Cosío no fallaba a las funciones de teatro y sobre todo a los con­ciertos. Villaseñor escribió que Cosío vivía una etapa de "batas y musicalia". Era un melómano incurable como lo demuestra la buena colección de discos y el carísimo fonógrafo que adquirió. Sus cartas a Villaseñor y sus ar­tículos en El Universal reflejan una cultura musical nada despreciable. Quizá la música era la mejor válvula de es­cape para sus pasiones.29 Además, la herencia de Henrí­quez Ureña persistía en el discípulo. Cosío devoró a Shaw, Belloc, y, en general, a cuanto autor inglés se le ponía enfrente. Su consentido era Chesterton,30 el crítico independiente, el outsider por excelencia. El propio Pe­dro Henríquez Ureña le escribía desde Buenos Aires re­prochándole su indefinición, cosa que a Cosío lo dejaba frío:

Pedro quiere que yo tenga ya, ya, una filosofía central. Esto es difícil en la desorientación mexicana y en la mía personal.31

Quizá no veía que su actitud empirista, era ya, en sí mis­ma, una desabrida filosofía. Por lo pronto, seguía germi­nando en él la vieja costumbre de su maestro de inventar una teoría sobre cualquier asunto. Escribió artículos so­bre todo lo que veía: "Los negros dan el tema de la músi­ca, ellos la tocan, la escriben los judíos y la bailan los es­coceses o irlandeses". Las frases agudas brotan frecuen­temente: "Los judíos parecen representar siempre un drama sagrado". Uno de sus mejores artículos en El Uni­versal consistió en toda una teoría sobre el "amor mexi­cano", en la que Cosío demostraba que lejos de ser un amor romántico, agresivo, sangriento o volcánico, el amor mexicano, tanto el del pueblo como el de las clases medias y altas, era el amor más tortuoso y sofisticado que se pudiese imaginar. Las tarjetas de Vanegas Arroyo le parecían sintomáticas: elíxires, fórmulas para obtener los celos, los besos y el amor; tenorios reservados, evasi­vas damas que alternan el rechazo y el remilgo; el amor mexicano, concluía:

Es el único servicio civil realmente organizado, fruto de la paciencia; esfuerzo, astucia, guerra de guerrillas y facultad para tender emboscadas, para despistar.32

La teoría era inteligente y quizá novedosa. Sólo le falta­ba la chispa literaria. Para su desgracia, como él mismo reconocería muchos años después, era "un escritor pare­jamente sombrío".33

Pero para continuar su valuación mexicana no necesi­taba lirismo poético, ni siquiera mayor brillo literario. Como diagnosticador le bastaba su ojo de águila, y su vi­sión de México no podía ser más lúgubre. Un artículo suyo de diciembre de 1927 fue especialmente revelador: lo llamó -aguafiestas incorregible- "Calles y Díaz". 34 La mecha habían sido unas declaraciones de Calles en Nueva York en las que el presidente había asociado el problema agrario de México con la formación de una pujante clase media. "¿Qué tiene que ver la clase media con el problema agrario?", tronaba Cosío. El problema agrario es el problema del indio. Como hombre que no pertenecía a ningún partido político y "cuya mente no estaba construida para valorar las declaraciones políti­camente", Cosío declaraba que los dichos de Calles eran "del más puro corte porfiriano". No otra cosa había sos­tenido Díaz ante Creelman en la célebre entrevista: Mé­xico tendría en su futuro una pujante clase media surgida de la pequeña propiedad agrícola.

La tesis de Cosío se desarrolló en sus cartas a Villase­ñor. "Cada vez me convenzo más que nuestra Revolu­ción ha sido inútil:

No hemos mejorado nuestra vista, son los mismos ojos de 1910 y dentro de poco el paisaje mismo será como el de entonces. Entre más pienso las cosas más me con­firmo en una vieja creencia: el porfirismo resolvía o trataba de resolver problemas, sólo que no en el orden que debía. Atacó primero los problemas elegantes, los que están en la cúspide de una sociedad y no los que están en la base. Nuestra base es la gran masa de in­dios que viven en el campo. Por eso el mestizo y el blanco y sus ciudades no deben tener sino una impor­tancia secundaria. El porfirismo no veía sino ciudades y entre éstas casi ninguna otra que la de México. Por eso gastó en asfalto... en bancos y ferrocarriles que unían ciudades entre sí y no campos. La Revolución -nos lo hemos dicho muchas veces- representaba algo esencialmente valioso porque venía del campo y quería ir al campo; pero se ha quedado en las ciuda­des.35

El error de óptica que veía Cosío afectaba todo el pro­yecto económico callista. Se estaba olvidando al México pobre. Por sus limitaciones naturales, México debía to­mar una vía más conservadora, más modesta y producir lo más que pudiera de las cosas esenciales, "como una medida de seguridad y conservación". La exportación debía limitarse a los cultivos para los que el país estuvie­se mejor dotado. "Nuestra misma nacionalidad -escri­bía a su amigo- se confirmará el día en que podamos mostrar cara complaciente, el día en que por falta de hambre no sigamos creyendo que todos y cada uno son nuestros enemigos." Visto así el problema, era natural que Cosío insistiese en la necesidad de levantar un censo agrícola nacional. El problema de México era de lo más inelegante: de alimentación y producción.36

Abajo el latifundismo... de la ciencia

Durante sus años en las universidades nortea­mericanas Cosío sostuvo una corresponden­cia que casi habría que llamar "dialéctica", con el hombre a cuya prédica debía su viaje de estudios: Marte R. Gómez. Aquella fue una breve y curiosa amistad epistolar en la que el ingeniero agrónomo desataba sus impulsos humanísticos bordando cada carta con citas de literatura francesa, mientras que el dis­cípulo de Henríquez Ureña iba descarnadamente al gra­no, como era, cada vez más, su costumbre.

La crítica de Cosío iba dirigida al "gremio" de los agrónomos que sin duda alguna gozó de gran influencia en el régimen callista. Cosío era buen amigo de los agró­nomos más distinguidos: Waldo Soberón (director de Chapingo), Manuel Mesa Andraca, el propio Marte R. Gómez y Gonzalo Robles, la eminencia gris detrás de las novísimas Escuelas Centrales Agrícolas de Calles. Pero todas sus amistades no bastaban para disuadirlo de la mala opinión que decía tener de ellos: para Cosío, el gran pecado de los agrónomos consistía en haberse con­vertido en funcionarios públicos, es decir, en altos buró­cratas, es decir, en políticos.

Todo empezó con una mención de Marte R. Gómez a un proyecto que supuestamente quería acometer:

Escribir una Economía Rural de México analizando el aspecto histórico, sociológico y económico de nuestra evolución agraria y analizando los lineamientos que a mi juicio deberíamos imprimir a nuestra economía agraria ... 37

Cosío se entusiasmó con la idea. Por fin surgía un agrónomo consciente de la necesidad de investigar una realidad que indebidamente se daba por conocida. Cosío le insistió en que hiciera la investigación e incluso llegó a proponerse como ayudante, "feliz de ser soldado en una empresa así". Sin embargo, no tardó en percatarse de que Gómez no realizaría el trabajo, atareado como esta­ba en sus labores cotidianas en el Banco Nacional de Crédito Agrícola. Este abandono convenció aún más al viajero del pecado burocrático de los agrónomos:

Ustedes entraron a la Revolución, pero no han salido de ella, es decir, una vez que la Revolución se acabó, que se hizo gobierno, ustedes, con ella, se hicieron go­bierno. Y esto sí no, francamente, no. Si reaccionaron frente a la Revolución reaccionen contra ella y vuel­van a lo que era su profesión: la tierra o la ciencia. Que un abogado sea gobierno siempre, me parece natural, no pueden ser sino gobierno o traidores al gobierno, pero no ustedes. Y que no se diga, que aliado del go­bierno ustedes hacen una labor más útil que fuera. Creo sinceramente que aparte de todo romanticismo adherido invariablemente a la tierra, nada hay, para el momento presente, tan importante como hacer, diga­mos, lo que Owen: demostrar que es posible conseguir la felicidad labrando la tierra. Den esa seguridad al in­dio, denla a todos, a mí, que los envidio por no saber trabajar en la tierra. Sin embargo, hay que parar: creo que de seguir así me conquistaré la mala voluntad agronómica y es con el consejo y la ayuda de ustedes con lo que yo pienso trabajar.38

La misión de los agrónomos, pensaba Cosío, era bene­ficiar directamente a la sociedad, no a través de la media­ción de las instituciones estatales. Y si no podían o que­rían trabajar la tierra había que exigirles por lo menos un trabajo de investigación: si no lograban un avance en la tierra había que pedirles un avance en la ciencia. Una de las manifestaciones más alarmantes de esa burocratiza­ción agronómica era precisamente la falta de investiga­ciones sobre la situación agraria. Cosío pensaba, por ejemplo, que la solución de profundidad estaba en incre­mentar los rendimientos y la producción agrícola, racio­nalizándola. Se trataba, en el fondo, de la tesis de su maestro Taussig de Harvard: México debería dedicarse a producir cultivos para los que estuviera mejor dotado. Estos y otros problemas técnicos no eran desconocidos para los agrónomos pero, escribía irónicamente Cosío, dedicados a conducir "la nave del Estado"... a "llevar las riendas del gobierno, no sólo no lo han resuelto, sino que ni siquiera han cambiado la manera de plantearlo... Claro que la Revolución no se hizo para modificar una técnica agraria, pero creo que se han hecho los agróno­mos, entre otras cosas, para eso. ¿O qué ustedes están sa­tisfechos con la técnica mexicana?". Para ser buen co­chero no se necesitaba, efectivamente, haber sido caballo pero el problema en México era que los agrónomos cocheros no querían siquiera "saber de caballos".39

Marte R. Gómez se defendió echando mano de un ar­gumento, digamos, sentimental. La Revolución tenía una meta política antes que técnica: destruir la injusticia en el campo, acabar con la fuente misma de esa injusti­cia: los latifundistas. Mientras esa meta, que Marte R. Gómez calificaba abiertamente de socialista, no fuera al­canzada, mientras un campesino necesitara de ayuda, la patriótica labor de los agrónomos debería cumplirse dentro de la nave estatal. Ya habría tiempo, en un futu­ro, para sembrar como Cándido los jardines. Por lo pronto no había sino dos caminos: defender desde el go­bierno a la Revolución hecha gobierno o servir al capita­lisrno.40

Es significativo para la historia del Estado mexicano constatar que Marte R. Gómez no imaginara entonces otra manera de actuar, de ser útil, sino a través de un puesto público, por la vía tecnocrática. La "vuelta al campo" preconizada por Cosío le parecía una extrava­gancia bucólica y lo hacía pensar en el Cándido de Vol­taire. La buena conciencia de estar haciendo la Revolu­ción desde el gobierno, de encarnar la Revolución hecha gobierno, opacaba otras alternativas de acción menos prestigiadas, como la acción privada en el campo, la iniciación de alguna empresa e incluso la labor acadé­mica. Cosío sospechaba que detrás de todas estas justifi­caciones no había más que intereses de prestigio y poder muy concretos, revestidos de buenas intenciones.41

Mientras los apostólicos agrónomos se empolvaran en sus puestos y ocuparan el tiempo en retenerlos, asuntos de interés tan subido como el de hacer de una vez por to­das un censo agrícola se relegaban: "Nada, sencillamen­te nada podrá hacerse sin un censo agrícola", predicaba Cosío. La falta de buenos libros y de libros al día en las instituciones de enseñanza le parecía también un mal mayor, pero nada igualaba a la comedia de equivocacio­nes que -según él- se había cometido con Chapingo, productora de grillos, no de agrónomos o por lo menos de simples, útiles, modestos técnicos. Marte R. Gómez, antiguo director de la escuela, debió leer las críticas sin demasiado placer. Ésta, por ejemplo:

Usted en resumen me dice que cree haber definido la escuela (de Chapingo) revolucionariamente, social­mente y técnicamente, aun cuando su prematura sali­da le impidió cimentar el primer impulso y recoger una cosecha y una prueba clara. Hay un punto que me es un poco oscuro, que en parte infiero de su carta y en parte de la actitud general de los agrónomos. Us­tedes están divididos en dos grupos, los revolucionarios y los técnicos. Usted, personalmente, creo que es de los muy pocos que participan o pueden participar de am­bas designaciones. Desde el punto de vista de Chapin­go, sin embargo, parece usted estar más cerca de los que se llaman revolucionarios, puesto que opone us­ted al fin de hacer del agrónomo un servidor de Esta­do, un mero y simple agricultor. Y esto con un poco de escepticismo y quizás de desprecio. En general y sin haber visto muy de cerca las cosas, creo que la separa­ción de los agrónomos en esos dos grupos tiene más bien por causa el temperamento que el credo político. Unos se han inclinado a estudiar y saber las cosas, y otros sólo hablan. Estos, claro, han decidido ser revo­lucionarios, la única profesión en que el solo hablar basta. A reserva de volver alguna vez sobre esto que es de gran interés, veamos cómo en Chapingo la división se plantea.42

¿Cómo era posible, preguntaba Cosío, que el plan de estudios de Chapingo incluyera sólo una materia técnica y un solo año de investigación y experimentación? ¿Por qué producir sólo ingenieros agrónomos y no simples técnicos? ¿Qué necesidad tenía un joven que quería ser especialista en ganado vacuno en digerir tomazos de cálculo integral y legislación agraria? El problema era que sólo se ofrecía una opción, una opción grandiosa que por fuerza tenía que desembocar en la política. Se in­culcaba un cierto sentido de "misión" al ingeniero agró­nomo desprestigiando de hecho otras vías más cercanas, más útiles a la vida rural:

Ustedes han estado muy dispuestos a ser enemigos del latifundismo de la tierra, pero no se han dado cuenta de que en Chapingo existe el latifundismo de la cien­cia... ¡Abajo el latifundismo de la tierra, sí, pero tam­bién el de la ciencia! i Viva el fraccionamiento de las tierras, sí, pero también el fraccionamiento de la cien­cia!43

Muy pocos intelectuales pensaban en 1927 que la sal­vación de México dependiera de algo que no fuera el cre­cimiento y fortificación del supremo dador del Estado que místicamente había incorporado las mejores prome­sas de la Revolución. Gómez Morín, creador del Banco Nacional de Crédito Agrícola, empezó a comprenderlo en aquellos años y arguyó que la salvación estaría en for­talecer a la sociedad, en la anónima acción del agricul­tor, no sólo en el Estado. Cosío seguía creyendo que el Estado tenía la gran oportunidad de servir como catali­zador, como fuelle, como verdadero promotor, pero no como principio y fin: "Estas -escribió- son las parado­jas de la Revolución hecha gobierno: no hay universita­rios que sepan hacer universidades, ni agrónomos que sepan cómo se hace una escuela de agricultura."44

Notas :
1. Eduardo Villaseñor a Daniel Cosío Villegas (en adelante EV a DCV), 15 diciembre 1926. Toda la correspondencia cruzada entre am­bos está en A EV.
2. Cfr. Luis Calderón Vega: Los Siete Sabios de México.
3. Los originales calificados en ADCV.
4. DCV a EV, 15 mayo 1926.
5. DCV a EV, 18 marzo 1926.
6. DCV a EV, 8 febrero 1927.
7. DCV a EV, 8 febrero 1927.
8. DCV a Marte R. Górnez, 31 diciembre 1926.
9. En ADCV.
10. EK/DCV, 20 enero 1971.
11. DCV a EV, 26 abril 1926.
12. EV a DCV, 6 octubre 1928.
13. Ibid.
14. DCV a EV, octubre 1927.
15. EK/DCV, 20 enero 1971.
16. Daniel Cosío Villegas: "La piñata universitaria", en El Universal, 21 enero 1927.
17. DCV a Marte R. Gómez (en adelante M RG), 31 diciembre 1926. DCV a EV, 17 octubre 1926.
18. Daniel Cosío Villegas "Lágrimas nacionalistas", en El Universal, 1927. Copia en ADCV.
19. Daniel Cosío Villegas: "Las grandes mentiras de Bulnes", en El Universal, 1927. Copia en ADCV.
20. DCV a EV, 8 febrero 1927, abril 10927.
21. Ibid.
22. lbid.
23. DCV a EV, 15 mayo 1926.
24. Ibid.
25. DCVa EV, 17 mayo 1927.
26. DCVa EV, 15 mayo 1926.
27. EV a DCV, 15 noviembre 1925.
28. EV a DCV, 15 diciembre 1926.
29. DCV a EV, 5 febrero 1926.
30. DCV a EV, abril 1927.
31. DCV a EV, 7 enero 1928.
32. En ADCV.
33. Daniel Cosío Villegas: Ensayos y notas, Tomo 1, op. cit., p. 35.
34. Daniel Cosío Villegas "Calles y Díaz", en El Universal, 6 diciembre 1927.
35. Ibid.
36. DCV a EV, octubre 1927. Para abundar sobre las ideas de DCV en torno a la agricultura véase: "Gómez Morín sobre el Crédito Agrí­cola", en El Universal, 12 septiembre 1927: "Nuestra enseñanza agrí­cola" en El Universal. 7 junio 1927; "Agrarismo político", 6 enero 1927.
37. M RG a DCV, 9 diciembre 1926.
38. DCV a MRG, febrero 1927.
39. Ibid. y DCV a MRG, 21 diciembre 1927.
40. MRG a DCV, 9 marzo 1927 y 7 diciembre 1927.
41. DCV a MRG, febrero 1927 y 21 diciembre 1927.
42. DCV a MRG, 19 abril 1927 y 21 diciembre 1927.
43. DCV a MRG, 21 diciembre 1927.
44. lbid.

Vuelta, núm. 41

*Este texto forma parte de Daniel Cosío Villegas. Una biografía intelectual.

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