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La prensa doctrinaria

Lecciones del siglo XX 

Si la historia -como decía Cicerón- "es la maestra de la vida", sus enseñanzas se transmiten fundamentalmente a través de analogías. Aunque el flujo de los acontecimientos no se repite, hay actos y personajes que configuran, de pronto, situaciones semejantes a otras ocurridas en el pasado. En la Guerra del Pérsico, por ejemplo, hubo ecos de la etapa preparatoria de la segunda guerra mundial. Uno de ellos es la figura del propio Saddam Hussein. Compararlo con Hitler es, a todas luces, excesivo: su designio explícito de dominación directa no abarcaba el mundo entero ni preveía la servidumbre integral y el exterminio sistemático de pueblos completos; la desproporción entre la fuerza de Irak y los aliados no existía en el caso de Alemania y las democracias; en el lugar de Hussein durante la navidad de 1990, Hitler hubiera enviado a los rehenes no a sus casas sino a campos de concentración. Con todo, los paralelos -no las identidades- existen: el caudillo iraquí ha cometido genocidio contra la población kurda; es el líder de una agresiva potencia militar cuya voluntad de expansión territorial y de afirmación nacionalista provocó una guerra inútil de ocho años con Irán, en la que murieron un millón de personas; el Partido Baat tiene un carácter fascista o semifascista cuya ideología, aparentemente secular, trabaja en el fondo sobre una pasión tan profunda como el racismo: el fanatismo religioso.

La situación ofrecía ángulos adicionales de semejanza. Después de la anexión violenta de Kuwait era natural que la memoria histórica de Occidente gravitara sobre las maniobras de Hitler entre 1937 y 1939. Si algo enseña la historia de aquella terrible década de los treinta, es que la segunda guerra mundial pudo haberse evitado en varias ocasiones. Cuando el ejército nazi era aún inferior al de las potencias rivales, Hitler discurrió la ocupación de Renania. Era una jugada de póker, Los primeros sorprendidos por la falta de respuesta francesa e inglesa fueron los propios oficiales nazis, que tenían instrucciones de retirarse en caso de hallar oposición. A partir de entonces, habiendo calibrado el poco temple de sus enemigos, el dictador alemán ejecutó el Anschluss austriaco; luego -con la bendición de Munich- engulló la región sudetina y, finalmente, toda Checoslovaquia. Sólo entonces, Francia e Inglaterra comprendieron que su irresolución había vuelto inevitable lo evitable. La política de "apaciguamiento" costaría decenas de millones de vidas, horrores nunca antes vistos en la historia humana y una opresión sobre pueblos como el checo, el húngaro o el polaco, que no terminaría sino hasta medio siglo después: en 1989. Con esta analogía viva en la memoria, se entiende mejor la resolución de los gobiernos europeos frente a Hussein. La presencia del pequeño contingente enviado por Checoslovaquia resulta simbólica: esa pequeña nación aprendió en 1938 que el apaciguamiento de líderes como Hussein es falaz y contraproducente. George Orwell resumió la experiencia política de esos años cambiando dos letras a una palabra: Hay situaciones en que el pacifismo es "fascismo”.

Estas lecciones de la historia moderna no son particularmente apreciadas, ni siquiera muy conocidas en México. La razón está quizá en la distancia temporal que nos separa de la segunda guerra. Aunque la actitud que desplegaron frente a ella los gobiernos de Cárdenas y Ávila Camacho fue digna y cuerda, nuestra intervención fue sólo tangencial y casi simbólica. Sin embargo, parecía que desde entonces compartíamos con el resto de Occidente, incluso con la Unión Soviética, un acervo común de ideas sobre la naturaleza de aquella guerra que nos permitiría juzgar, con, objetividad y sentido de las proporciones, no sólo la Guerra del Pérsico sino cualquier otra. Parecía, pero no fue así. Un sector importante e influyente de la prensa mexicana ha tratado editorialmente esta guerra como si la experiencia del siglo XX no hubiese dejado lección alguna. El origen de esta distorsión, que a veces desemboca en la mentira flagrante o la ceguera completa, puede ser múltiple. Me interesa destacar su raíz histórica: la enfermedad ideológica que contrajo la prensa mexicana en la década de los treinta.

Hitler, Stalin y la prensa mexicana

Un sector de la prensa doctrinaria mexicana ha defendido en la Guerra del Pérsico la causa de Hussein. No es la primera vez que nuestros diarios hacen el juego a los dictadores. Ocurrió durante el gobierno de Madero. Los periódicos fueron los primeros en suspirar por el retorno del orden porfiriano, los primeros en mofarse del mayor demócrata de nuestra historia y los primeros también en celebrar el golpe de Victoriano Huerta. No en balde Gustavo Madero llegó a decir: "Muerden la mano que les quitó el bozal." A partir de 1913, el trato de la prensa a los presidentes no ha vuelto, en general, a ser mordiente. O no en el mismo sentido. De hecho, con el tiempo los gobiernos revolucionarios instituyeron otro tipo de mordidas que obraron milagros: nadie les coloca el bozal, muchos periódicos se lo ponen solos.

Ojalá que los problemas de nuestra prensa hubieran sido únicamente el bozal y la mordida. Nos hubiésemos resignado al ocultamiento de la verdad pero no a la mentira. Por desgracia, en los años treinta se inició una forma nueva y compleja de pervertir la vocación histórica de la prensa, una actitud que ha cruzado los decenios hasta llegar intocada a nuestros días: la falsificación y distorsión ideológica de los hechos. Para verla operar, imaginemos la mañana del 10 de septiembre de 1939 en que comenzó la guerra. En el centro del Distrito Federal, frente a un kiosco, un ciudadano examina las publicaciones periódicas de contenido político. Distingue los dos diarios más leídos e independientes: Excélsior (con sus tres ediciones) y El Universal. Junto a ellos, El Popular y El Nacional, ambos oficiales aunque de distinta jurisdicción: el primero dependía del gobierno, el segundo de la CTM. Entre las revistas destacaban Hoy y, con menos penetración, Todo, Futuro, Ahora, Sucesos, México al día, Candil, etcétera... ¿Qué tan preparado estaba aquel ciudadano, ávido lector de la prensa mexicana, para entender lo que ocurriría? ¿Qué elementos de información y juicio le habían proporcionado las principales publicaciones de la ciudad? ¿Habían contribuido a formar en él un criterio democrático? Demos una hojeada rápida a aquellas páginas, a sus editoriales y articulistas, a sus cabezas y reportajes.

Hasta unos cuantos meses antes de la guerra, hasta la invasión de Checoslovaquia en marzo de 1939, El Universal mantuvo una actitud de germanofilia moderada. "El mundo espera la paz", fue la cabeza del 29 de septiembre de 1938, día en que se firmó el acuerdo de Munich. El Universal creyó, sinceramente, que Munich deshacía los entuertos territoriales creados por el Tratado de Versalles y prevenía una guerra en la que "doce, quince o veinte millones de las juventudes de los pueblos europeos quedarían tendidas en los campos de batalla". Para el diario, la ventaja adicional del acuerdo consistía en aislar a la URSS, país de filiación "asiática" cuya revolución había sido obra de "judíos". Aun colaboradores de la talla moral del gran anarquista cristiano que fue Antonio Díaz Soto y Gama llegaron al extremo de escribir:

Mi oposición ideológica al fascismo y a los fascistas, no obsta para que yo pueda inclinarme, como de hecho me inclino, ante la voluntad formidable y ante el talento excepcional de los dos máximos representantes de las tendencias totalitarias: Mussolini y Hitler.

Como tantas otras voces en occidente, El Universal llegó a la verdad demasiado tarde. Perdió las esperanzas con la invasión nazi a Checoslovaquia de marzo de 1939 y no se sorprendió ya del pacto entre Stalin y Hitler que preludió la guerra. Cuando en 1941 Hitler lanzó la Operación Barbarroja contra Moscú, El Universal declaró: "En la guerra que ahora desgarra al totalitarismo, acaso está la salvación de la humanidad. La edición principal de Excélsior mantuvo, a lo largo del segundo lustro de los treinta, una actitud similar a la de su competidor. No faltaban, desde luego, los comentarios editoriales en favor de la democracia como "régimen equitativo, de tolerancia, de civilidad y de paz verdadera". Con todo, el énfasis crítico se cargaba más sobre "la farsa trágica del comunismo" que sobre la "dictadura fascista". A raíz de Munich, Excélsior editorializó: "Apenas pudo rehacerse el movimiento sudetino por obra de la energía titánica de Hitler y la incomparable disciplina del pueblo alemán, los oprimidos de Checoslovaquia sintieron que podían contar con un protector poderosísimo y reclamaron su derecho." Seis meses después, Excélsior corrigió, también tardíamente, su entusiasmo por el "bien inestimable" de la política de Chamberlain: "Checoslovaquia ha desaparecido del mapa en unas cuantas horas ante la inmóvil expectativa del mundo... Las democracias no tienen más que un solo deber: combatir la conquista ... Ir a la guerra, si es preciso, contra el fascismo y contra el comunismo, en defensa de su soberanía como naciones libres." A raíz del Pacto, su opinión ya no variaría: "Bolchevismo y fascismo son hojas de la misma mata, e ingenuo el que crea que, en materia totalitaria, los totalitarismos no se entienden."

Las Últimas Noticias de Excélsior incluía con frecuencia una sección muy leída y comentada: "Perifonemas". Sus anónimos autores eran Salvador Novo y Porfirio Barba Jacob. Breve antología:

Roma recibe al dictador de la magna Alemania como antaño recibiera a los césares y a los generales victoriosos (4/5/38).

¿Por qué esa discreción de quienes siempre fueron tan deslenguados? ¡Ah, es que ahora saben que las legiones de un Hitler omnipotente en la nueva y fuerte Alemania están ahí cerca, separados de la URSS por un frágil país ... (23/5/38)

[Ante la desaparición de Checoslovaquia:] En este caso la fuerza está en manos de Alemania gracias a la índole de ese gran pueblo y a la circunstancia fatal de la aparición de un hombre de la talla de Adolfo Hitler que ha consolidado y engrandecido a Alemania (14/3/39).

[Hitler es el iracundo,] el guerrero cuya voz el mundo escucha, Sus palabras son dignas de meditación ponderada, contundentes como martillazos pero claras y luminosas como la razón más depurada, sin demagogia, pero dotadas del más auténtico patriotismo, sin cobardía, pero dotadas hasta la médula de voluntad de paz, de una paz duradera (29/4/39).

Frente a Hitler la brújula de El Popular fue precisa. Lo criticó siempre. Cuando sobrevino la invasión de Checoslovaquia, el editorial señaló:

Dijimos hace meses, cuando lo de Munich, que el plan de conquistas y absorciones fascistas no estaba completamente realizado con la anexión de la zona sudetina. La traición de Chamberlain y Daladier dio a Hitler pacíficamente el derecho de hacer pedazos a Checoslovaquia... El nazismo encamina sus pasos a otras tierras de otros continentes.

El diagnóstico de El Popular no podía ser más exacto: "Se prepara la guerra más cruel de todos los siglos." En cuanto a los periodistas que "elogian sin recato la gloria de Hitler, destructor de pueblos débiles y amordazador de toda libertad, es bueno saberlo, para aplicarles en México una regla más de acuerdo a sus gustos". El momento desconcertante para El Popular, la hora de la verdad, llegó con el Pacto entre Stalin y Hitler. Los titulares del 23 de agosto de 1939 hablan por sí solos: "Resonante triunfo de la URSS en beneficio de la paz mundial/El eje fascista, de hecho, anulado por el convenio." La convicción antinazi de El Popular había durado hasta que su matriz ideológica en Moscú había querido. Cuando el Pacto se rompió en 1941, El Popular tomó, con idéntica incoherencia, la causa de los aliados.

Entre las publicaciones políticas semanales de aquel momento, ninguna tenía el público de la revista Hoy. Su simpatía por el Eje era menos moderada que la de los diarios. En Hoy publicó José Pagés Llergo varios reportajes desde Alemania y Japón que se hicieron célebres: "Tuve el honor de ser el primer periodista que habló con Hitler en los últimos tres años", recordaba poco tiempo después. En una larga reseña de un libro contra Hitler, Pagés lo comparó con Napoleón y Julio César y apuntó:

Los objetivos de Hitler son tales, que pueden aplicarse a él los principios que Nietzsche expuso en su teoría del superhombre... Claro está que si se le juzga desde un punto de vista de la moral burguesa, de la moral del hombre de la calle que quiere estar bien con sus vecinos sin hacer mal a nadie, Hitler resulta un monstruo... pero nadie cree ahora que esas cúspides de la humana grandeza hayan sido engendros del infierno y el Anticristo.

Estos hombres, agrega Pagés, "actúan y piensan en un mundo diverso de los seres vulgares".

[Hitler] es el hombre del destino para Alemania ... un cerebro de intuiciones prodigiosas ... como Napoleón, es un realista de pura cepa, odia las ficciones y las farsas ... no obstante sus ratos de ira, su excesivo egoísmo y sus anomalías fisiológicas, Hitler tiene respuestas violentas pero geniales ... [su] mirada da escalofríos ... es un iluminado genial.

Pasado el tiempo, sobre todo una vez que el mundo se enteró de los campos de exterminio, ¿qué pensaría Pagés Llergo sobre esos reportajes? Ignoro si lamentó públicamente sus opiniones; sé que en 1953 fundó la revista Siempre! e hizo con ello un gran servicio a la cultura política mexicana. Siempre! fue siempre, lo es todavía, una asamblea civilizada y tolerante, de voces plurales. Hay que ver en ella una crítica tácita a las' posiciones juveniles de su fundador.

Las actitudes de las revistas políticas frente al Eje oscilaban entre la simpatía y la franca adhesión. En este extremo incurrió Timón, la efímera revista financiada por los alemanes que dirigió José Vasconcelos. El proceso interior que llevó a una de las almas más extraordinarias del mundo hispánico a abrazar la causa de Hitler deberá ser objeto, alguna vez, de un análisis biográfico hecho con rigor y equilibrio. ¿"Habría que considerar como paliativo el que la realidad de los campos de exterminio no .se conociera cabalmente" sino hasta muy avanzada la guerra? Seguramente, pero Vasconcelos guardó silencio sobre este tema durante sus últimos años. Por eso, la relectura de Timón entristece y sorprende. Cuando entra en juego un conjunto tan explosivo de "antis" (anticomunismo, antiamericanismo, antisemitismo, antiliberalismo) el resultado no puede ser más que una literatura del odio.

Pero el odio ideológico que conduce a la ceguera frente a la realidad no era privativo de las revistas de derecha. También la izquierda, cuyo origen moral -la tradición socialista del siglo XIX- tenía una nobleza de la que el fascismo y el nazismo carecían, incurrió en actitudes de fanatismo. Piénsese, por ejemplo, en otra efímera revista política: Combate. La dirigía Narciso Bassols. Como representante de México ante la Liga de las Naciones, Bassols condenó con energía la invasión de Mussolini a Abisinia. De vuelta a México, escribió artículos que denunciaban el convenio de Munich como una "infamia" y una "capitulación". De pronto, el cuadro se le complicó: ¿cómo interpretar el Pacto Molotov-Von Ribbentrop? Bassols, como casi toda la izquierda, lo justificó y lo apoyó. Roto el pacto, Bassols dio con una explicación ingeniosa: vivimos "dos guerras en una": "Si se quiere asimilar y confundir dos cosas tan distintas como son, por una parte, el choque armado interimperialista que estalló en septiembre de 1939, y por otra la guerra de (defensa, no imperialista, justa, que sostiene el país soviético a partir del 22 de junio último, se pierde el camino." Alemania, decía Bassols, es sólo la "avanzada bárbara del capitalismo decadente". La URSS, en cambio, "es, por su estructura económica y social, una fuerza de paz en el mundo".

Como casi todos los intelectuales de izquierda en aquel momento, Bassols se aferró a sus opiniones. En uno de sus discursos, publicado en Combate, citó ciertas palabras de Stalin que, a la luz de los testimonios que había dado Trotsky, debieron provocar no admiración sino repudio, o cuando menos sospecha: "Hay que llevar ante el tribunal militar -había declarado Stalin- sin contemplaciones, a todos aquellos que por su espíritu desmoralizador y cobarde obstaculicen la defensa." Para entonces, en el Gran Terror de 1937 a 1938, Stalin había llevado ante "el tribunal militar" a 12 millones de "cobardes y desmoralizados:" un millón había sido ejecutado, 2 millones habían muerto en los campos de concentración, un millón más vivía en prisión y ocho millones, en campos de trabajo. ¿Cabe invocar aquí también la ignorancia de estos hechos? Seguramente, pero Bassols no modificó sus ideas durante sus últimos años.

En suma, al concluir aquella década, Hitler había dado muestras suficientes -en sus actos, sus discursos y sus escritos- de sus propósitos genocidas. Por su parte, Stalin había ejecutado ya a millones de personas, no sólo en el Gran Terror sino durante la colectivización forzosa, que costó por lo menos cinco millones de vidas. Pero aquel imaginario lector de la prensa diaria mexicana que el 1de septiembre de 1939 se detenía a curiosear frente a un kiosco en busca de noticias, carecía de los mínimos elementos necesarios no para adivinar -cosa imposible, que ni el Times de Londres hizo-, sino para apreciar con alguna claridad, malicia y equilibrio la terrible desgracia que advendría: la prensa se lo había negado.

México protestó contra la invasión italiana a Etiopía, rompió lanzas contra Franco, apoyó como ningún otro país la causa republicana, condenó la invasión japonesa a China y fue, además de la URSS, el único país que repudió el Anschluss austríaco de Hitler. Esta coincidencia con la URSS de Stalin no implicó connivencia alguna. Para Cárdenas, la persona humana estaba por encima de las ideologías y los poderes: por eso otorgó asilo a Trotsky y a muchos otros perseguidos de otras tierras. El periódico oficial, El Nacional, reflejó con fidelidad esta postura. El 22 de mayo de 1940, Cárdenas escribió para sí mismo, en su diario personal: "Alemania está desarrollando una propaganda activísima y busca por todos los medios hacer adeptos a su causa. Su campaña de expansión, como todo atropello a cualquier país, está en pugna con los sentimientos del pueblo mexicano."

No sólo el gobierno navegó con prudencia y rumbo claro entre Escila y Caribdis. También algunos intelectuales. Muchos de los exilados republicanos reunidos alrededor de revistas corno Taller y El Hijo Pródigo, y de instituciones como La Casa de España en México y el Fondo de Cultura Económica, conservaron la brújula y desconfiaron de las ideologías totalitarias. Los trotskistas como Víctor Serge, los surrealistas como Benjamín Péret y un puñado de anarquistas remontaron esos años con una idea más cercana a la realidad que la que transmitía la prensa, diaria. En su fuero interno, hombres buenos de conciencia mística y atormentada, como José Revueltas, albergaban dudas que con el tiempo harían explícitas. Al borde de la locura y de la muerte, Jorge Cuesta debió pensar que sus temores de 1933 sobre "la nueva clerecía intelectual" se confirmaban: las ideologías habían desplazado, expropiado, en cierta forma, el flujo natural de la vida cívica. Solitario como siempre, Cosía Villegas ponía su grano de arena práctico: publicaba en el Fondo libros de autores sólidos y temas actuales, informativos, reveladores; traducía él mismo Mi diario en Berlín de William Shirer y daba conferencias radiofónicas para desentrañar lo específico del fascismo japonés. Su maestro Antonio Caso no podía estar más de acuerdo; por esos mismos años publicó un libro memorable en la historia del liberalismo cristiano en México: La persona humana y el estado totalitario. Antonio Caso no era anti-nada: era anti-anti.

Por una prensa anti-anti

Los "antis" se mezclan de modos extraños: las anteojeras del antinorteamericanismo, combinadas con el anticomunismo, impidieron a muchos periodistas de aquellos años ver a Hitler. Era el caudillo que desafiaba al doble tentáculo materialista de los bolcheviques y los yanquis: ¿cómo resistírsele? El adocenamiento ideológico de la prensa de izquierda -su aversión a los valores políticos liberales, su dogmatismo de manual marxista, su repudio genérico a los yanquis- impidió a muchos periodistas lectores de aquellos años ver a Stalin. Era el líder del "mundo del porvenir" (Lombardo): ¿cómo resistírsele?

Cincuenta años después, la prensa doctrinaria mexicana sigue esclavizada a los "antis" y, por lo tanto, no puede ver más que las pequeñas franjas de realidad que con dificultad se cuelan en la densa capa de su ideología. El antinorteamericanismo se ha vuelto la ideología omnicomprensiva. Basta una rápida hojeada a la cobertura que dio el importante diario La Jornada a la Guerra del Pérsico (editoriales, artículos, cabezas, caricaturas) para advertir que hemos avanzado muy poco desde los años treinta. La información internacional sobre los crímenes de Hussein era mucho más detallada que la que se tenía en 1940 sobre Hitler y Stalin. Organizaciones intachables como American Watch o Amnistía Internacional documentaron ampliamente la historia del antiguo policía torturador que se soñó el nuevo Nabucodonosor pero que sólo imitó y superó a aquel monarca babilonio en sus crueldades: expulsiones de centenares de miles de shiítas durante la guerra con Irán, uso de gases venenosos contra jóvenes y niños, asesinatos a sangre fría de decenas de miles de kurdos, etcétera ... Mientras que Pravda o Izvestia las comentaron con un horror no exento de culpa -"Irak ha invadido Kuwait con armas que nosotros les proporcionamos"-, La Jornada y las demás publicaciones diarias o semanales que leen los jóvenes mexicanos omitieron esta cara de la historia. Su odio ideológico -y casi teológico- contra los Estados Unidos les impidió ver a Saddam Hussein. Encabezaba la revuelta contra el imperio del mal: ¿cómo resistírsele?

En nuestros días, un periodista de buena fe podría admitir toda la argumentación anterior y aún así señalar con indignación el peligro de una ceguera tan grave como las otras: la que impediría ver los abusos cometidos por los yanquis. Como preocupación, el reparo puede ser válido, pero necesita varios matices que de una vez por todas conviene hacer. En la historia norteamericana hay sin duda páginas repugnantes, pero en la gradación histórica del mal, en la historia universal de la infamia, los sistemas totalitarios y autoritarios del siglo XX (incluidos, por supuesto, los regímenes de Pinochet, Videla, Stroessner, Trujillo, Somoza, y toda la caterva de fascistas latinoamericanos) lo han superado con creces. La diferencia no reside en el "genio de los pueblos". Los norteamericanos, o sus antecesores ingleses, no son personas "más buenas" que los alemanes o los rusos. La clave de la diferencia está, sencillamente, en su sistema político: la democracia les ha impuesto ciertos límites de conducta. Las decenas de millones de muertos en campos de concentración nazi y comunistas no tienen equivalente en la historia de las democracias occidentales.

Un síntoma de la enfermedad profunda que padece la prensa ideológica mexicana consiste en homologar los horrores del totalitarismo del siglo XX con los abusos, pecados y errores de los norteamericanos, al grado de querer convertir a éstos en los nuevos nazis. Por momentos, sospechosamente pareciera que estos periodistas necesitaran con avidez que la conducta norteamericana se acercara a sus fantasías. No hay garantía alguna de que eso no suceda, pero a juzgar por la experiencia histórica, es improbable. y sin embargo, el periodista ideologizado sostiene que ya está ocurriendo ahora mismo y ante nuestros ojos. Durante la guerra, La Jornada aportó abundantes ejemplos de esta distorsión y falsificación de los hechos. Un lector que con candidez dependiera sólo de la información aparecida en ese diario -y, sobre todo, de sus artículos, cabezas y editoriales- habría concluido que el Cuarto Reich de George Bush atacó al nuevo Gandhi Saddam Hussein. En un encabezado de fines de febrero de 1991 -para citar un caso- La Jornada anunció que Estados Unidos había utilizado napalm contra las tropas iraquíes. Una caricatura en la portada recordaba la aterradora escena del niño vietnamita con sus ropas ardiendo por el napalm. El joven lector de La Jornada se quedó con la noticia indeleble, pero lo cierto fue que el uso de napalm no fue contra los soldados sino contra la barrera de petróleo depositado en las zanjas que como defensa al paso de los tanques habían cavado los iraquíes. El napalm haría que el petróleo se consumiera en las hondonadas y, amainado el fuego, los tanques podrían pasar. En manos de Saddam Hussein, una foto como la del niño de Vietnam habría dado la vuelta al mundo.

Se dirá que la prensa ideológica mexicana es minoritaria, que su lectura se concentra en ámbitos académicos, que es la hoja parroquial de las universidades. Es posible, pero esa prensa activa, inteligente y vivaz importa porque es independiente del gobierno y honesta en su régimen interno, porque está hecha por jóvenes y es leída por jóvenes. El que México llegue alguna vez a ser un país democrático dependerá en una medida importante de la transformación de esa prensa. Como en España, el cambio democrático de México debería venir desde la izquierda, pero de una izquierda radicalmente distinta a la actual, una izquierda moderna como la que representa Felipe González. La prensa objetiva, responsable, que podría acompañar ese proceso de maduración, simplemente no existe en México. Esa prensa nueva tendría que estar a la altura de su sociedad civil y comprometerse de lleno, sin ambages, con la búsqueda de la verdad y con los valores de la civilización occidental, que es la nuestra. Lo cual implica, necesariamente, la decisión de compartir un mismo código histórico con países como Polonia y Checoslovaquia, Suecia y Costa Rica, Francia e Inglaterra, España y Estados Unidos. Se puede diferir de ellos y hasta combatirlos en torno a asuntos concretos. Lo que desde una posición democrática se ha vuelto imposible es ignorar las lecciones históricas del más terrible de los siglos, el nuestro, y seguir rindiendo pleitesía a un conjunto anacrónico de ideas abstractas, de antis totales, furibundos y simplistas, cuya puesta en práctica condujo al mayor sacrificio de la historia humana. Los diarios y revistas que insistan en ese camino se leerán probablemente, dentro de cincuenta años, como ahora leemos aquellos engendros de los treinta: ríos de tinta al servicio no de la sociedad sino de la pasión ideológica, es decir, de la mentira.

Vuelta núm. 173

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