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Isaiah Berlin: el humanista del siglo XX

Lo conocí una tarde brumosa en el otoño de 1981, en su estudio del célebre All Souls College de Oxford. Me dijo que disponía de unos 10 ó 15 minutos y hablamos más de dos horas. Tenía una voz de bajo barítono, las maneras de un sir inglés (que para entonces ya era), una mirada amable y una conversación fascinante.

Daba la impresión de conocer de primera mano absolutamente toda la cultura universal. Nuestro tema fue la convergencia entre dos radicalismos intelectuales y vitales: el latinoamericano y el ruso. Acababa de publicar su extraordinario libro sobre los pensadores rusos y yo le comenté que sus mejores lectores deberían ser latinoamericanos, porque en nuestros países abundaban poseídos que parecían personajes salidos de las páginas de Dostoievski, y a quienes haría bien considerar vías menos violentas, menos extremas, menos fanáticas de la pasión política, como las que representaban Turgueniev y Alexander Herzen. Este pensador ruso, el verdadero héroe de Berlin, enlazó admirablemente dos pasiones difíciles de combinar: la libertad y la igualdad. Al conflicto ineludible entre valores deseables pero a la postre irreconciliables -o sólo conciliables a través de un compromiso franco y prudente- dedicó Berlin páginas luminosas.

Habiendo comenzado su carrera como filósofo analítico, tras publicar una biografía intelectual de Marx, Berlin se abrió al ancho y generoso mundo de la historia de las ideas. Sus aportaciones filosóficas fueron notables, sobre todo en los ámbitos de la filosofía política, moral e histórica. Su ensayo sobre los dos conceptos de libertad, su introducción a las ideas liberales de Stuart Mill, su célebre texto en contra de la inevitabilidad histórica, pertenecen al canon de nuestro tiempo y han cobrado una vigencia creciente con la caída de los últimos sistemas totalitarios. En torno a la frase de Herzen, "la historia no tiene libreto", Berlin construyó toda una teoría de la historia como un espacio abierto a la imaginación, la creatividad y la responsabilidad, un campo en el que no cabían los universos concentracionarios, las mentalidades reductivas, los falsos profetas de la redención y la destrucción. El siglo XX, que recorrió casi de punta a punta, no lo desmintió.

Pero quizá su obra más duradera está en sus ensayos de historia de las ideas: sus textos biográficos sobre Disraeli y Marx, sobre Herzen y Turgueniev; su maravilloso libro El erizo y la zorra sobre Tolstoi; sus reflexiones sobre Vico, Herder y la pluralidad en los valores y la cultura; sus "impresiones personales" de grandes mujeres y hombres que conoció, como Ajmatova, Pasternak, Churchill, Weizmann. Colocado por su origen judeo-ruso en los márgenes de la cultura occidental, Berlin accedió a ella en su juventud con la ambición de asimilarla por entero. De raigambre judía y formado en el mundo clásico, Berlin era un enamorado de la música y de la ópera, un estudioso puntual del Renacimiento (que reivindicó el humanismo de Maquiavelo), un científico del XVII (libre y quizá nostálgico del teísmo), un ilustrado del siglo XVIII (sin las pedanterías geométricas de aquellos ingenuos creyentes en el progreso), un romántico del siglo XIX (con un toque de escepticismo), un liberal del XX (con un alma socialista).

En Vuelta publicamos una de sus últimas obras: El torcido tronco de la humanidad. El título aludía a una frase de Kant, que se completaba así: "no ha salido nada recto". La vida y obra de Isaiah Berlin son el mejor desmentido de esa sentencia.

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