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¿Qué diría don Daniel?

Convencido, como estoy, de que el mesianismo político es incompatible con la democracia, en el programa "Diálogos por México" le pregunté a Andrés Manuel López Obrador si no consideraba que sus referencias a "una renovación tajante", a "una verdadera purificación de la vida pública" podían corresponder más al lenguaje de un revolucionario o un líder religioso que al de un político republicano. "¿Sabes -me respondió- de dónde vienen las frases de 'renovación tajante' y de 'verdadera purificación' de la vida pública? De don Daniel, en ese extraordinario ensayo que se llama 'La crisis de México', que escribió en 1946. Entonces, claro que soy republicano, y claro que estoy absolutamente convencido que no se puede resolver el problema de México con un cambio cosmético... se requiere una verdadera purificación de la vida pública". Al releer el ensayo no encontré las frases exactas, pero sí la cita siguiente: "El único rayo de esperanza... es que de la propia revolución salga una reafirmación de principios y una depuración de hombres." Es claro que López Obrador se ve a sí mismo como ese "rayo de esperanza", pero su "proyecto alternativo" ¿concuerda con el de don Daniel?

Daniel Cosío Villegas (que el pasado 10 de marzo cumplió treinta años de muerto) se movió entre dos coordenadas sucesivas: el ideario de la Revolución Mexicana y la tradición liberal. Pensaba que la Revolución se había propuesto varias "metas certeras": mejorar la condición de las mayorías, campesinos y obreros; promover la educación universal; reivindicar los recursos naturales y los valores culturales de México. A estas metas Cosío agregaba, por supuesto, la búsqueda de libertad y democracia. Ante las dictaduras totalitarias de izquierda y derecha y las tiranías latinoamericanas populistas o revolucionarias, Cosío Villegas vindicó siempre la libertad: "la libertad es un fin en sí mismo y, a la vista de la historia de nuestros días, el más apremiante que pueda proponerse al hombre".

En 1946, Cosío Villegas sostuvo que la Revolución se encontraba in articulo mortis. Sus metas se habían alcanzado sólo a medias o se habían abandonado por falta de visión, iniciativa, técnica, constancia y honestidad. Estupendos destructores -escribió-, "todos los hombres de la Revolución Mexicana, sin exceptuar a ninguno, han resultado inferiores a ella". Para comprender ese proceso de degeneración, se embarcó en la titánica tarea de rescatar nuestra historia moderna y pronto encontró la clave. La "llaga política" de México era la concentración de poder en manos del presidente: "el gobernante... principia por pedir orden, trabajo, disciplina, y acaba por exigir acatamiento ciego y servil, la sumisión abyecta de todo el país".

Ignoro por supuesto la opinión que tendría don Daniel sobre su admirador tabasqueño. No obstante, a partir de sus ideas liberales y su persistente crítica al poder caben algunas conjeturas. Sobre la voluntad de "reafirmar los principios" de la Revolución y "depurar a los hombres", le asaltarían al menos dos serias dudas: ¿Cómo piensa ajustar López Obrador las metas certeras de la Revolución Mexicana a las realidades del siglo XXI? ¿Cómo puede hablar de purificación un gobernante cuya gestión en el gobierno del D.F. estuvo marcada por la opacidad en el manejo de los recursos y por graves escándalos de corrupción, nunca aclarados?

Sobre el "republicanismo" de López Obrador creo que las reservas de don Daniel serían aún mayores. Aunque el candidato del PRD ha repetido que admira a Juárez y a los "gigantes de la Reforma", cualquiera que lea La Constitución de 1857 y sus críticos (obra magistral de Cosío Villegas) puede advertir que los valores del tabasqueño no son los que encarnaron aquellos liberales y que tanto defendió don Daniel: la división de poderes, la autonomía del Poder Judicial, la libertad de expresión, la iniciativa individual sobre el poder del Estado y, ante todo, el respeto casi idolátrico a la ley. Como jefe de Gobierno, López Obrador actuó como un presidente autoritario del viejo PRI, con "carro completo" en el Congreso, desdeñando las instituciones federales, las opiniones ajenas y el imperio de la ley.

Las diferencias son abismales: Cosío Villegas era revolucionario "a la mexicana" y liberal puro. López Obrador, un líder mesiánico. Sobre la revolución encabezada por un presidente electo democráticamente (aunque con mayoría relativa), recuerdo una anécdota que viene al caso. Cuando en 1970 quise indagar la opinión de Cosío Villegas sobre la reciente victoria de Salvador Allende en Chile, me dijo: "Cualquier liberal tiene que ver ese resultado con mucha preocupación." Sobre el segundo rasgo, conviene releer su libro El estilo personal de gobernar (1974), crítica feroz al "Gran Dispensador de Bienes y Favores, aun de milagros". La circunstancia actual y la personalidad del candidato del PRD son distintas, de hecho inéditas. Un líder mesiánico que representa "al pueblo", "la justicia", "la verdad", "la pureza", y se cree perseguido como Cristo, sería visto por don Daniel "con mucha preocupación".

Cosío Villegas murió con una N de No en la frente. N de No ante el poder sin límites concentrado en la persona del presidente. Vale la pena recordarlo.

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