RAQUEL MARIN

Democracia en entredicho

Nuestra joven, frágil e inexperta democracia sobrevivió en 2006 a un desafío mayúsculo, pero salió dividida y maltrecha. La crisis económica ha profundizado su desgaste: la gente ha comenzado a mostrarse escéptica de su eficacia. ¿Para qué sirve la democracia?, se preguntan muchos. En primer lugar, para llevar a la práctica la voluntad de la mayoría. En segundo término, como espacio de convivencia y libertad, en un marco de leyes aceptado por todos. Pero la respuesta parece insuficiente. La gente espera más de la democracia.

Dos prestigiadas instituciones, una nacional y la otra extranjera, han llevado a cabo sendas encuestas sobre el estado de salud de nuestra democracia. Los resultados son preocupantes. La primera es Latinobarómetro. Radicada en Chile, esta empresa se encarga de preguntar anualmente a los latinoamericanos acerca del estado de sus respectivas democracias. Su estudio sobre México puede consultarse en www.latinobarometro.org. Sobre la creencia de que las elecciones internas son libres, México ocupa el último lugar entre todos los países consultados, con apenas el 23%. Ante la pregunta ¿se gobierna para el bien de todo el pueblo?, sólo el 21% respondió afirmativamente. En torno a la marcha general de la democracia, únicamente el 28% de los encuestados se mostró conforme. Cuando se les preguntó si pensaban que los gobiernos democráticos estaban mejor preparados para enfrentar las crisis, apenas un 44 % respondió que sí. Entre 1995 y 2008, un 51% de los encuestados mexicanos se declaró satisfecho con la democracia; en 2009, el porcentaje disminuyó al 42%.

No menos alarmantes son los datos que arroja el Estudio Nacional Electoral elaborado por el CIDE, y levantados también en el 2009. Pueden consultarse en www.cide.edu. El 54% dijo estar insatisfecho con la democracia (en 2000 el porcentaje era el 37%.) El 70% se considera "algo o poco" representados por sus diputados.

Los mexicanos conquistamos la democracia en el año 2000, pero no hemos sabido administrarla. La responsabilidad es de todos (políticos, intelectuales, empresarios, líderes sindicales, medios, etc...), pero la clase política carga con una cuota mayor. Con su mediocre gestión, Vicente Fox defraudó las grandes expectativas que provocó su llegada a la presidencia. Con sus denuncias de un fraude nunca probado, Andrés Manuel López Obrador provocó un serio deterioro de las instituciones electorales. Y aunque el gobierno de Felipe Calderón no provocó la amenaza del crimen organizado, su política al respecto no cuenta (como se vio en las elecciones intermedias) con la aprobación de las mayorías que, sin elementos de juicio suficientes y claros, acaso achaca los males no sólo al gobierno panista sino al régimen democrático. El desempeño del Congreso ha dejado mucho que desear. Basta recordar el tinglado inútil de la Reforma Petrolera en 2007-2008. La gente comienza a estar harta de los partidos y piensa que sólo sirven para servirse a sí mismos.

La situación entraña un grave riesgo: puede ser el caldo de cultivo para la (re)aparición de líderes iluminados y demagogos sin escrúpulos. En meses pasados acudimos a un ensayo de esa pesadilla cuando los diarios, la radio y la televisión se llenaron con la figura de un personaje apodado "Juanito". Su instantánea e inquietante popularidad era el espejo de las insatisfacciones generales con un sistema endogámico y viciado que es urgente renovar.

Ante el desencanto evidente y los riesgos que entraña, hay que pasar con prontitud una reforma política, que a su vez permita legislar sobre las imprescindibles reformas económicas que el México requiere para crecer. El Presidente Calderón ha presentado una serie de iniciativas con el objeto de ampliar la participación ciudadana, limitar el imperio de los partidos y favorecer la gobernabilidad. Propuso la reducción del número de legisladores, la reelección de diputados, senadores y alcaldes, la posibilidad de que los ciudadanos presenten iniciativas legislativas y candidaturas independientes para puestos de elección popular, entre otras. Por fortuna, estas iniciativas han comenzado a discutirse en los medios, con pasión, rigor e inteligencia. Destaco sobre todo las reflexiones de Miguel Ángel Granados Chapa (que dedicó artículos críticos a cada una de las iniciativas), las de Lorenzo Córdova en oposición a la iniciativa que busca reducir el número de legisladores, y las de José Woldenberg, previniéndonos sobre los riesgos que a su juicio representan las candidaturas independientes. Cada una de estas aportaciones enriquecerá la discusión. El senado, por su parte, ha convocado a una serie de debates sobre estas reformas. Estas sesiones no deben eternizarse. La sociedad civil debe ponerse en movimiento para deliberar sobre estas propuestas, y otras más, como la revocación de mandato y la incorporación a la Constitución de las figuras de referéndum y plebiscito.

La disyuntiva es clara: o profundizamos nuestra democracia y la hacemos más responsable o abrimos el paso a la vuelta de caudillo o a la aparición de nuevos y más delirantes "Juanitos".

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