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Zedillo y la crisis mexicana

México no es una monarquía absoluta y hereditaria, pero los vaivenes de su historia política recuerdan a veces las Vidas de los césares de Suetonio. La concentración de poder en el jerarca en turno ha sido una constante desde tiempos del emperador Moctezuma, frente a quien sus súbditos no podían alzar la vista bajo pena de morir sacrificados. En cualquier país la actitud de los líderes es un factor clave, determinante, pero en México, donde las prácticas republicanas y la democracia son más formales que reales, la historia nacional se explica a menudo por la biografía de sus presidentes. Desde 1929, cuando nació el PRI, hasta el 1 de diciembre de 1994, cuando Ernesto Zedillo llegó al poder, los mexicanos se han preguntado cada seis años, a veces con esperanza y alivio, otras con incertidumbre y temor: ¿quién es el presidente? ¿Cómo reaccionará ante el legado de su antecesor? ¿Quién es Ernesto Zedillo? ¿Cómo ha reaccionado y reaccionará ante el legado de Salinas? Formado durante su infancia y primera juventud en Mexicali, en la frontera con Estados Unidos, es el primer norteño que gobierna al país desde los tiempos de los grandes caudillos revolucionarios, Obregón (1920-1924) y Calles (1924-1934). Nacionalistas pero no yankófobos, los mexicanos del norte no se sienten menos que los gringos, sus primos del otro lado: orientados a la práctica y recelosos de las teorías, suelen ser liberales en sus creencias religiosas, abiertos en su trato, igualitarios en lo étnico y social, espartanos en su régimen de vida.

Zedillo se ajusta al modelo. No sólo por su formación de economista en la Universidad de Yale, sino por sus hábitos de trabajo (austero y trabajador de tiempo completo), sus posturas éticas (en su hogar, caso excepcional en su posición, no había sirvientas), su temperamento individualista y hasta sus gustos musicales (de B. B. King hasta el pop-rock), Zedillo comprende también, y en cierta medida participa como ningún otro presidente mexicano, de la cultura norteamericana. Es un self made man: hijo de una familia de clase media, de niño desempeñó diversos oficios (voceador de periódicos, limpiabotas), viajó solo en camión hasta la remota capital y más tarde se incorporó al Instituto Politécnico Nacional, escuela popular fundada por Lázaro Cárdenas en los años treinta, competidora de la antigua, elitista y humanista Universidad Nacional. Un dato significativo de Zedillo es su honradez personal: ningún presidente mexicano ha llegado al poder con menos patrimonio personal en este siglo.

Dos episodios ilustran su trayectoria pública. El primero data de la crisis de 1982. Para enfrentar la deuda externa del sector privado, Zedillo -que rebasaba apenas los 30 años de edad- contribuyó a idear y a dirigir en el Banco de México un ingenioso sistema de apoyo financiera llamado Ficorca. La eficacia con que sacó adelante las complejas negociaciones ante acreedores y deudores le valieron su rápido ascenso a la Secretaría de Programación y Presupuesto en 1988. Cuatro años más tarde se convirtió en secretario de Educación. En el círculo íntimo de Salinas se le concedían altas posibilidades de llegar a la presidencia.

Entonces ocurrió el problema de los libros de texto. Aunque urgía sustituirlos (transpiraban dogmatismo marxista) había que hacerlo con prudencia: la historia en México es una religión cívica. Zedillo actuó con precipitación y los nuevos textos, severamente criticados por omitir algunos héroes y encomiar excesivamente al régimen de Salinas, fueron retirados de la circulación. Zedillo aprendió la lección y mantuvo un perfil bajo. Cuando su amigo Colosio lo llamó a dirigir la campaña (se refería a él como "el mariscal Zedillo") pensé quizá en sus posibilidades para el año 2000. El asesinato de Colosio adelantó la fecha.

En la campaña presidencial Zedillo fue de menos a más. Mostró valor personal, tenacidad y disposición para aprender de los propios errores. Su triunfo del 21 de agosto fue claro, si bien manchado aún por las inequidades del sistema político mexicano. Aunque su gabinete de jóvenes economistas (el primero puramente tecnocrático de la historia mexicana) causó desconcierto, el discurso de su toma de posesión tuvo un efecto sedante: heredero de un presidente popular y de una economía aparentemente sana y reformada, sólo Chiapas nublaba el horizonte.

Los primeros actos políticos fueron alentadores. A diferencia de Salinas, Zedillo tomó la iniciativa de buscar y establecer puentes con la oposición de izquierda e incorporó a su gabinete a un miembro del PAN, introdujo una urgente reforma al maltrecho poder judicial y mostró cortesías inusitadas hacia el poder legislativo, Ante las amenazas de guerra en Chiapas ("Bienvenido a la pesadilla", le escribió el subcomandante Marcos), Zedillo actuó con una mezcla adecuada de firmeza, flexibilidad y prudencia ("Nuestra paciencia es inagotable", respondió a Marcos). Parecía el mejor de los comienzos cuando de pronto, como la ominosa fumarola de Popocatépetl, las finanzas mexicanas hicieron erupción. ¿Qué había ocurrido?

Que la realidad se impuso. Mucho antes del conflicto en Chiapas, el peso acumulaba una sobrevaluación que estaba destinada a estallar como lava volcánica. ¿Cómo no lo advirtió el dream team de economistas mexicanos? Los tecnócratas suelen creer que la realidad es plenamente modulable, planificable, previsible. Por eso con frecuencia no la oyen ni la ven. Por eso la atropellan o se estrellan contra la pared. Éste es el segundo golpe contra la pared de Ernesto Zedillo.

Paradójicamente, el error tuvo al menos la ventaja de despertamos del sueño. La lamentable erupción financiera podrá contribuir a la madurez de México y a su reacreditamiento definitivo como una nación confiable en el exterior si Zedillo enfila su propia biografía y la del país hacia tres líneas rectoras: la paz en Chiapas, el realismo económico y la democracia.

Chiapas es una isla en la historia de México. A diferencia del resto del país, que a través de los siglos practicó el proceso de mestizaje étnico y cultural más exitoso de América, Chiapas se quedó inmóvil en el siglo XVI. Esta peculiaridad fortalece, pero limita al movimiento zapatista: su generalización en el país es imposible. Por esa y otras razones, la solución militar debe descartarse: conduciría al suicidio colectivo de los zapatistas (hay precedentes históricos). Zedillo debe escuchar a los indios con paciencia de Job, corazón de san Francisco y sentido práctico. Se requerirá espíritu de comprensión, justicia y respeto hacia las estructuras tradicionales de México. Además de canalizar recursos productivos federales y privados a Chiapas, quizá la solución de fondo sería idear una forma de autonomía para las comunidades de la región.

El Gobierno de Salinas confundió un expediente financiero con la solución económica y lo endosó. Contar con grandes inversiones financieras del extranjero no es lo mismo que crear una sana planta exportadora. La única salida para México es pagar y crecer exportando. El realismo en la paridad es la condición primera para lograrlo. El acuerdo de fondo en Chiapas y el establecer una economía sana dependen a su vez de la reforma mil veces pospuesta. México no podrá convocar la confianza del exterior si no afirma definitivamente su confianza en sí mismo, pero esta confianza depende de la incorporación de México a la normalidad democrática. Si es fiel a los valores morales en que se formó, Zedillo deberá atender el agravio de sectores amplísimos de la sociedad mexicana que se sienten manipulados, engañados, tratados como menores de edad. En las circunstancias actuales, sólo dos procesos tangibles pueden reanimarlos: elecciones impecables en todos los niveles y un clima democrático que aliente el continuo debate público sobre los grandes problemas nacionales. Hablar con la verdad, como lo ha hecho Zedillo recientemente, es un paso hacia adelante.

Una democracia sin adjetivos es lo que los mexicanos necesitan para llegar al siglo XXI como personas responsables de su propia historia, no como objetos decorativos de la biografía presidencial en turno.

El País

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