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El misterio de los Millennials

Todo mundo habla de ellos, y con razón: son ubicuos, originales, impetuosos e inconfundibles. Son la Generación internética por excelencia. La del Facebook, Twitter, Instagram y tantos otros medios de vertiginosa interacción. Grandes empresas quieren conocerlos para canalizar sus productos. Grandes escritores buscan descifrarlos para vislumbrar el futuro. La literatura, la música y el cine son, acaso, las claves para entender sus predicamentos, su concepto del amor, la amistad, la paternidad. Pero en el caso de la política mexicana una cosa está clara: el 90% de los Millennials la repudia.

Nacida entre 1980 y 1995, la Generación de los Millennials está integrada por los hijos y nietos de los veteranos del 68. Representa el 38.4% del electorado. Se necesita su participación para dar sustancia a la democracia y construir el Estado de derecho que hace falta. Pero es aquí donde la comparación con el movimiento estudiantil del 68 resulta desconcertante.

La población se ha más que duplicado desde entonces y la inconformidad es mayor, pero en las calles de México los jóvenes no se manifiestan. Tampoco participan firmando solicitudes, protestas, manifiestos. Son libres pero tienden a usar su libertad en las redes sociales (que, paradójicamente, sólo un 27% considera útiles como instrumento de participación política). Su crítica en redes sociales rebosa indignación, energía, imaginación visual y humor. También fugacidad. La multitudinaria protesta virtual es alentadora, pero una democracia funcional requiere incidencia concreta en la realidad institucional. Ni modo: alguien tiene que ocuparse de los mundanos problemas prácticos de la sociedad.

Según varias encuestas, la falta de participación revela el desinterés de los Millennials en la política. ¿Por qué? Porque los políticos son deshonestos, porque actuar en política es inútil, porque no entienden de política. Los jóvenes -como es natural, en el contexto que vivimos- anteponen a la política casi todo: la familia, el trabajo, la pareja, el dinero, la escuela, los amigos. Este desinterés se refleja en las votaciones: en todos los estados la participación de los jóvenes ha estado por debajo de la media (62.08%).

En este perfil no me referiré a los llamados "Mirreyes", casta despreciable, sino a los jóvenes con algún ideal más allá del dinero y el alcohol. Algunos practican la crítica en medios alternativos. Sus opiniones son frescas, irreverentes, no ideológicas. Otros encabezan iniciativas cívicas, fundaciones de filantropía y ONG dedicadas a defender los derechos humanos. El medio ambiente es un tema que les preocupa seriamente. Pero no es fácil explicar por qué, en una atmósfera de justificada indignación como la que priva en México, no han aparecido partidos de jóvenes (como "Podemos" o "Ciudadanos" en España). El movimiento llamado "YoSoy132", que surgió ruidosamente hace cuatro años en la Ibero, fue una llamarada. Cuando los conminamos a formar una institución, un club, algo que perdurara, se negaron.

¿Qué los limita? Desde luego, las absurdas y alevosas barreras que impone la legislación actual: un número ridículamente alto de afiliados y asambleas en cada estado. O la dificultad de encontrar un empleo. O un nihilismo de fin del mundo. Les preocupa el calentamiento
global, el terrorismo, las migraciones, la desigualdad rampante entre billonarios y pobres, la extinción de las especies. En una palabra, la destrucción del planeta. Todo lo cual se entiende, pero el planeta no se acabará en el tiempo de sus vidas. El tiempo los alcanzará, tarde o temprano. ¿Y quién gobernará en México entonces?

En el escenario político mexicano hay tres generaciones actuantes: la Generación de la discordia (1950-1965), la Generación mediática (1965-1980) y los Millennials. La primera deberá resolver su querella en 2018. La segunda debería encabezar una cultura del debate público y evitar que naufrague la democracia que, con todos sus defectos, costó tanto alcanzar.

La Generación de los Millennials no podrá permanecer on hold. La adolescencia no puede prolongarse indefinidamente. Los más jóvenes tienen 20 años, los mayores 35. Son extraordinariamente inventivos. Ojalá retomen la construcción de la casa en obra negra (injusta, violenta, impune) que les heredamos.

Reforma

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