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Discordia

Ortega y Gasset tenía un genio especial para acuñar términos originales y para ver viejos conceptos bajo una nueva luz. Palabras como "vigencia", "generación", o "creencia" revelaban, en sus textos, un trasfondo histórico y social insospechado. Es el caso del par "concordia", "discordia". Su ensayo "Del Imperio Romano", publicado por primera vez en 1941, es una variación sobre ese antiguo tema de Cicerón que aplicado a las sociedades modernas adquiere una significación una "vigencia" sorprendente.

Discordia dice Ortega no es igual a disención. Disentir es un hecho saludable en cualquier sociedad política. Es natural que las personas sostengan ideas distintas sobre la marcha de los asuntos públicos.

Estas diferencias pueden ser tenues o profundas, pero no implican necesariamente una falta de concordia.

Mientras los hombres estén de acuerdo sobre el cimiento último de su sociedad, mientras compartan "una misma creencia sobre quién debe mandar" es decir, sobre cómo se debe acceder al mando, las diferencias no afectan la concordia en una sociedad.

Pero "como ande en esta turbia la cuestión de quién manda y quién obedece, todo lo demás marchará turbia y torpemente. Hasta la más íntima intimidad de cada individuo... quedará perturbada y falsificada".

Cuando se "desvanece por volatilización" la creencia política compartida, "el hueco de la fe tiene que ser llenado con el gas del apasionamiento".

Es el instante peligrosísimo de la discordia, el abismo que Cicerón presintió a un paso de las guerras civiles: "el lenguaje lo simboliza hablando de un corazón que se escinde en dos... la sociedad deja entonces en absoluto de serlo: se disocia, se convierte en dos sociedades... que dentro de un mismo espacio social son imposibles".

La distinción de Ortega es útil para comprender nuestra historia y nuestra circunstancia actual. Lo que escindió a la sociedad novohispana de modo creciente durante el virreinato y terminó por hacerla estallar en 1810, fue la discordia entre las élites criollas y peninsulares.

Lo que finalmente escindió a las minorías rectoras del siglo XIX en la Guerra de Reforma fue la discordia sobre el lugar histórico de la tradición en México, en particular de la más antigua de las tradiciones: la Iglesia.

La Revolución, a partir de 1914, fue un estallido del corazón social no en dos sino en varias partes, unas orientadas al futuro, otras al pasado, muchas participando en distinta medida de una y otra tendencia. Pero nació también de una discordia en torno a la legitimidad del poder. Se dirá que al menos en dos casos 1810 y 1910 el carácter popular de la lucha fue más importante que la discordia en la cúspide, pero en ambas instancias las masas no actuaron de modo espontáneo: aun en el caso de Zapata, se montaron sobre el caballo de la discordia política.

La relación entre el PRI y el neocardenismo nació bajo el signo de la discordia: ideológica, política, generacional. Hay algo cainita en su querella. Desde la fundación de la Corriente crítica el "gas del apasionamiento" se esparcía con violencia en ambos bandos.

Los ex-priístas, convertidos a la democracia, lavaban su pasado priísta con un radicalismo verbal inusitado. Los priístas no se quedaban atrás con sus amenazas y gritos de "traidores" a Cárdenas y Muñoz Ledo. La elección del 88 convirtió la querella en una enemistad a muerte que ha recorrido el sexenio de punta a punta y ha cobrado ya cientos de vidas.

Los perredistas sostienen que ellos han puesto los muertos y el gobierno las armas. Aunque hay en esto un fondo de verdad, el cuadro no es tan claro: en Michoacán y Guerrero el PRD ha propiciado la movilización armada de muchos pueblos y no ha dejado de recurrir a un tono de violencia.

Si Ortega y Gasset y Cicerón estaba en lo cierto, 1994 comienza para México con malos augurios: sin conocer en este instante la profundidad de la sublevación chiapaneca y aun asumiendo el improbable desenlace de un arreglo sensato, justo y expedito, el movimiento popular ya ocurrió.

Todo lo que se necesita para que reverbere en otras zonas de tensión es el estallido de la discordia en la cúpula.

En el círculo vicioso de violencia y represión, el ejército podría ceder a una tentación que creíamos superada: la de ser, de nueva cuenta, un protagonista político. El responsable principal de que todo esto pueda llegar a ocurrir es, por supuesto, el sistema político que no ha terminado por tomar en serio el reclamo democrático en todo el país.

Pero la generación de Cárdenas y Muñoz Ledo que alimentó y se alimentó del PRI hasta sus no muy tiernos cincuenta años tiene también, por ese mismo hecho, la grave responsabilidad moral de encontrar vías prácticas de compromiso. Los hermanos enemigos, hijos o nietos de la madre Revolución, deben buscar con urgencia un terreno común de concordia: el PRI-gobierno, renunciando al monopolio del poder; el PRD, renunciando a un radicalismo que si encarnase en la realidad los devoraría, para empezar, a ellos mismos.

La gente está armada y no con pistolas de chinampinas sino con "cuernos de chivo". Incendios en Tejupilco, secuestros en Jonacatepec, levantamientos en Teloluapan, tiroteos en Juchitán, tomas de alcaldías en el Estado de México, tensiones en Yucatán y ahora guerrilla en Chiapas, el único lugar junto con Yucatán en donde la historia mexicana registró guerras étnicas de grandes proporciones.

No es la expresión del México bronco sino la del México volcánico, "el país de la desigualdad", como lo llamó Humboldt. Para paliar nuestros inmensos problemas la peor receta es la violencia social. Es posible que esta vez se conjure, pero si la discordia política continúa, el escenario chiapaneco podría renacer en muchas zonas del país, avalando aquella frase: "Todo en Chiapas es México".

El Norte

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03 enero 1994