Recuerdo nítidamente aquella noche del 25 de febrero de 1964. Cassius Clay era nuestro ídolo, adorábamos su estilo, sus ocurrencias, sus gestos, su magnífica estampa, su alegría.
Al hojear pausadamente el libro El Santo: el enmascarado de plata (de Lydia Gabriela Olivares), las imágenes me remitieron a un pasado remotísimo, el de mi más temprana niñez.
En casa de mis abuelos, a mediados de los treinta, se escuchaba el programa de Cri Cri en la XEW. Tan pronto como aprendió a hablar español, mi madre se aficionó a sus canciones.
Al enterarme con pesar de la muerte de Ernesto Alonso, pedí a una antigua amiga suya -misteriosa periodista que oculta su identidad tras las iniciales H.K.- la redacción de unas líneas con sus recuerdos.
Debe de haber sido en los años sesenta. Entró en aquella boite de Acapulco como torera partiendo plaza. La seguía su marido, Alex Berger, y algún otro acompañante.