Dominio Público

Viñeta de doña Tencha

Vivimos tan acosados por las noticias tristes, desalentadoras y hasta repugnantes, que cuando ocurre un acontecimiento feliz es justo celebrarlo con fanfarrias. El próximo 25 de abril, Reforma podrá "cabecear", por fin, en tiempo presente, un hecho no sólo venturoso sino en verdad presente: "Cumple 90 años Doña Hortensia Elías Calles de Torreblanca".

Hace años le pedí algunos datos biográficos. Recibí una información veraz, sencilla, escueta: tres palabras que la retratan. Ante sus propios ojos, doña Hortensia ha tenido cuatro papeles vitales: sonorense, personaje fundamental en la familia Elías Calles, pionera de la protección infantil pública en México y custodia fiel del archivo de su padre. Nació en la Hacienda de Santa Rosa, Distrito de Fronteras, en 1905. Mientras su padre se abría paso en un entorno difícil y a partir de un legado adverso, crecía el numeroso clan de los Elías Calles. Algo de aquellas soledades desérticas de Sonora se grabó en el carácter de Hortensia: franqueza, determinación, derechura, reserva. Con el tiempo asumiría el papel de primera dama vicaria. Su madre, doña Natalia Chacón, enfermó varias veces durante la presidencia del General Calle, y este vacío fue ocupado desde un principio por la joven Hortensia. pero la investidura oficial no opacó su desempeño como hija y hermana, como esposa de don Fernando Torreblanca y madre de cuatro hijos. Su vocación de amparo a la niñez provenía de las escuelas "Cruz Gálvez", fundadas por Calles durante su gestión como gobernador de Sonora. El general había querido paliar con ellas la orfandad que él mismo había sufrido. Su hija estudió en una de esas escuelas y dedicó largos años de su vida a reproducir la experiencia. Durante la administración de Portes Gil fue vicepresidenta de la Asociación Nacional de Protección a la Infancia. En tiempos de Miguel Alemán, fue Tesorera de la misma Asociación. En el ámbito privado colaboró también en diferentes actividades: entre 1947 y 1977 trabajó en la Junta de Asistencia Privada que presidía su esposo.

Con todo, la obra magna de doña Tencha ha sido integrar, con la mayor exigencia profesional, los archivos de su padre y su esposo en un solo acervo. A partir de los años setenta y claramente en los ochenta, varios historiadores mexicanos y extranjeros se han beneficiado de esta auténtica mina documental cuyo orden, rigor y riqueza hacen honor al estilo personal y político del General Calles. Muchos personajes de la Revolución perdieron, desperdigaron o quemaron sus papeles. Otros los legaron a sus hijos que a su vez los perdieron, desperdigaron o quemaron. Otros más, por fortuna, fueron cuidadosos y los conservaron. Entre ellos, muy pocos o quizá ninguno se conservan con la fidelidad y organización del Archivo Calles. Es un auténtico archivo histórico, no un almacén de telegramas onomástico. Al reunirlo y catalogarlo -cosa que ha hecho por años, personalmente y con la eficaz ayuda de sus nietas- doña Tencha no ha buscado ocultar o encubrir sino revelar y documentar.

El pasado no ha pasado por la gran casona de la calle de Guadalajara donde viven doña Tencha y sus papeles. Los niños que jugábamos en el parque España hacia los años cincuenta temíamos acercarnos a sus puertas o mirar siquiera a través de sus rejas. Nos parecía un palacio medieval con su gran torreón almenado, el impecable jardín y aquellos temibles mastines que nos devoraban con los ojos. Cuando por fin traspasé el umbral, muchos años después, encontré un recinto encantado: la escalera cinematográfica, los intactos tapices, vidrios biselados y alegóricos, baños amplios y soleados como albercas, chapas y herrajes bordados en bronce. Era un museo, pero un museo vivo.

En medio de aquel silencio, en el centro de esa paz del tiempo detenido, conversaba doña Tencha. Tocaba sin ambages los asuntos más escabrosos: el probable suicidio de Carranza, el asesinato de Villa, la obsesión por la muerte y la sangre del General Obregón. Conforme se acercaba a los temas más íntimos, medía las palabras, suspiraba como para tomar fuerza, y los encaraba: el conflicto familiar que marcó desde el origen al general Calles, la fiesta de las balas en el "México Bronco", la responsabilidad de su padre en la Guerra de los Cristeros. No había sombra de tensión en su rostro blanco, luminoso, terso: había la serenidad que nace de la comprensión.

Doña Tencha ha sido más amiga de la verdad que de la leyenda de su padre. Sabe que la verdad se abre paso tarde o temprano, y que el mejor homenaje a un hombre público no es abrir su expediente a la libre mirada de los demás. Al heredar su Archivo en fideicomiso a la Nación mexicana (por decreto del 16 de octubre de 1987), hizo algo mejor que erigir un monumento a la memoria del general: le puso casa a la verdad. Nada necesita más nuestro país, en esta hora oscura, que seguir su ejemplo.

Reforma

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