Tolerancia
"La tolerancia es recomendable al supuesto poseedor de la verdad;
con más razón... debe ser tolerante el que se halle en el error".
Melchor Ocampo.
El hombre tolerante habla menos de lo que escucha, pondera con paciencia y buena fe los argumentos ajenos. En política, quien practica la tolerancia se empeña en limar las aristas y crea un espacio común para la discusión racional de los problemas.
En nuestra tradición la palabra tolerancia mantiene una connotación negativa. El Diccionario de la Real Academia la define como "el respeto y consideración a las opiniones o prácticas de los demás", pero agrega un afinamiento revelador: "aunque repugnen a las nuestras". Esta acepción complementaria es la del uso común. Tolerar entre nosotros es sinónimo de soportar, resistir o aguantar a quien de otra suerte habría que suprimir. El término "zonas de tolerancia" tiene el mismo sentido: es un coto que la sociedad decente concede a la tenaz supervivencia del pecado. En la cultura católica, la tolerancia fue vista siempre como una actitud permisiva o peligrosa que podía abrir las puertas a la herejía. Por extensión, en el universo de la política quien tolera es el débil, el vacilante, el equivocado.
En tradiciones políticas y religiosas más plurales y abiertas, la tolerancia tiene una connotación positiva: es un valor central que no sólo implica un respeto a las opiniones, creencias y prácticas ajenas sino una afirmación de la propia libertad ante el fanatismo o el prejuicio. Locke y Voltaire escribieron tratados de tolerancia destinados, ante todo, al ámbito de la religión, pero sus ideas se transmitieron intactas al universo de la política. Tolerar es una palabra noble: equivale a otorgar generosamente un tiempo y un espacio al adversario, a enriquecer el debate público con la diversidad de las opiniones, a dudar de las convicciones rotundas que enturbian el juicio. El hombre tolerante habla menos de lo que escucha, pondera con paciencia y buena fe los argumentos ajenos. En política, quien practica la tolerancia se empeña en limar las aristas y crea un espacio común para la discusión racional de los problemas.
La tolerancia deberá ser la virtud cardinal en el orden democrático que debemos construir a partir del 7 de julio. Por desgracia, ninguna de las tres fuerzas contendientes se distingue por su tolerancia. El PRI estará obligado a tolerar el triunfo de la oposición admitiendo dignamente la eventual derrota y concediéndole con lealtad la oportunidad de gobernar. La oposición que acceda al poder en el Distrito Federal, los gobiernos estatales o la Cámara, deberá practicar la tolerancia como la superación de los ánimos de venganza. Si se trata del PRD, su programa de gobierno no puede recurrir a la descalificación del adversario ni partir de postulados absolutos o demagógicos que por sí mismos cancelen la posibilidad del diálogo tolerante y civilizado. En cuanto al PAN, tolerar significará renunciar a la pretensión de legislar sobre la moralidad y las creencias privadas.
La experiencia democrática de Madero se frustró por falta de tolerancia. Las Cámaras opositoras, la prensa y los intelectuales fueron intolerantes con el nuevo régimen en un doble sentido: descalificaron el cambio histórico que había propiciado y no le dieron tiempo para consolidarse. El resultado fue que México retrasó más de 80 años su acceso pleno a la democracia. A partir del 7 de julio se abre una oportunidad de oro para retomar el proyecto liberal del siglo XIX y de Madero. Si, como parece muy probable, ninguna de las tres fuerzas políticas que compiten en México alcanza la mayoría del electorado -y aun en ese caso- el mandato del ciudadano es clarísimo: las tres fuerzas deben seguir dirimiendo sus diferencias en un clima de libertad y respeto.
La tolerancia no es un valor que mueva al entusiasmo o al éxtasis, no es una aurora histórica ni el imposible sueño de una concordia universal. Es un nuevo modo de convivir, el único que nos acercará al país maduro y responsable que debemos llegar a ser.
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