Priismo mental
Spinoza decía que las cosas desean perseverar en su ser. No es la primera vez que traigo a colación esta verdad axiomática para referirme a una institución política cuya persistencia es ya insostenible en términos históricos y prácticos, pero que sigue empeñada en pervivir sutilmente en la cultura y la imaginación del país. Me refiero al priismo mental. Su primer rasgo es la politización de todas las cosas. Para el priismo mental ninguna actividad es autónoma de la política: el arte, la literatura, el conocimiento, el juego, el amor, la religión son sólo aspectos del poder. El priista mental -igual que el marxista- no se pregunta por el valor intrínseco de las obras sino por el supuesto fin político que persiguen. No cree en la verdad objetiva sino como reflejo de los intereses que esa "verdad" (siempre entrecomillada) supuestamente oculta. En consecuencia, nadie que actúe en la vida pública -salvo él, claro está- lo hace desinteresadamente. Todas las actitudes le parecen sospechosas y son vistas como disfraces de los "verdaderos motivos" que no pueden ser más que bajos o ruines. El priista mental no juzga los hechos por sus efectos públicos verificables, cuantificables, sino por las supuestas e incomprobables intenciones privadas de quienes los llevan a cabo.
Otro factor constitutivo del priismo mental es su desconfianza de la democracia. Como estaba acostumbrado a voltear hacia arriba para esperar humo blanco o recibir órdenes, puestos, prebendas, dineros, le incomoda voltear hacia abajo y escuchar la voz de las mayorías. Los instrumentos propios de la democracia (el referendum, el plebiscito y hasta la votación) le parecen demagógicos. El priista mental es una persona acostumbrada a la obediencia ejecutiva, no a la ponderada deliberación. Cree en el hecho, no en el derecho. Las cosas públicas sólo se arreglan en la cúspide, organizando juntas de notables -preferiblemente privadas- para definir (en el más puro estilo del despotismo ilustrado) los altos intereses de la nación. El público es ignorante, analfabeta, falible, irresponsable, impresionable, manipulable. El público no sabe. El público no cuenta. Lo mejor es decidir por él, hasta que tenga la madurez de decidir por sí mismo.
Como Alicia a través del espejo, el PRI nos acostumbró a vivir en el mundo del revés. Si se declaraba que no iba a haber una devaluación, era señal segura de que la habría. Todo había que leerlo entre líneas y en sentido contrario. De allí que la suspicacia se haya vuelto una segunda naturaleza, una enfermedad en el ánimo nacional. El priista mental proyecta sobre el mundo sus propias categorías y practica la versión mexicana del double speak orwelliano: en estos días, una opinión favorable a una medida gubernamental específica significa "subirse a la cargada, venderse al gobierno"; una iniciativa pública independiente es un hecho que "se fraguó con oscuros propósitos, tras bambalinas, en la tenebra y la grilla"; criticar el chambismo, el proceder mafioso, el caciquismo (sectorial, regional, local, político, sindical, académico, gremial) es, a sus ojos, ser chambista, mafioso y cacique.
Estas creencias son un resabio del pasado, pero un resabio actuante: están en los cafés y las aulas, en el periodismo cultural y político. Son el chisme nuestro de cada día. Una cultura política, es verdad, no se cambia de la noche a la mañana. Pero sin una conciencia clara del daño que el priismo mental ocasiona día tras día, nos costará mucho trabajo consolidar el nuevo orden legal, tolerante, abierto, respetuoso, racional, crítico y plural. Un orden de ciudadanos, no de súbditos, y de ciudadanos que, si bien se interesen vivamente en la política, no confunden la política con la vida.
A veces recuerdo el dictamen del vizconde Bryce sobre América Latina (recogido por Cosío Villegas en su Historia Moderna de México) y pienso que la actual democracia -como todos los intentos anteriores- nació más del agravio insatisfecho infligido por el antiguo régimen que de una lenta maduración. En este sentido, nuestra democracia sería más reactiva que activa, más instintiva que racional, más institucional que cultural. Para colmo, el PRD y el PAN -ambos a la zaga de la sociedad- no han roto del todo con el priismo mental: a veces lo convocan, a veces lo imitan, a veces lo reinventan. Pero quizá este "malestar de la cultura" democrática no sea más que el episodio terminal de la larga crisis del PRI. Y seguramente, nuestra frágil democracia tiene ya el alma suficiente para perseverar en su ser.
Reforma