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Necesidad de la crítica

Pra Sergio Aguayo y Germán Dehesa.

"México -afirmaba Octavio Paz- es un polo excéntrico de Occidente". Excéntrico, pero no opuesto. Y menos aún desde que conquistamos nuestra normalización democrática. Desde esa nueva posición, y en un momento en que los valores cardinales de Occidente han sido puestos en entredicho, debemos acortar un poco más nuestra distancia con respecto al mundo moderno.

Una de esas modernizaciones pendientes es la cultura crítica. Es una ausencia perceptible en varios ámbitos: editorial, empresarial, intelectual, religioso, militar, periodístico, mediático, académico y político. Del mismo modo en que evadimos la autocrítica, casi siempre confundimos la crítica con el ataque, la censura, el anatema. Nos va la vida en aferrarnos a nuestras posiciones y en descalificar las contrarias, como si todo crítico fuese un enemigo. Pero la crítica tiene un sentido muy distinto. Es un intento colectivo, acumulativo, imperfecto por naturaleza, de aproximarse a la verdad. En una atmósfera crítica podemos razonar con claridad y pulcritud; podemos aprender a fundamentar, a matizar, a ceder y conceder con altura, con gracia; podemos diferir con el prójimo y hacerlo de manera firme, incluso áspera, pero sin sacarle el corazón; podemos someter nuestras diferencias al escrutinio público; podemos, en suma, arraigar todas esas virtudes liberales que -admitámoslo- no nos caracterizan.

Un ejemplo concreto de nuestra pobreza es la llamada "crítica de libros". En otras tradiciones se trata de una labor central en la vida cultural. The New York Review of Books es el ejemplo paradigmático pero no, por supuesto, el único. Si una casa editorial o un autor se atrevieran a "sugerir" a esa revista a un crítico "adecuado" o intentaran "tirar línea" editorial, la revista lo tomaría como una ofensa imperdonable o un acto flagrante de corrupción. Por eso los editores y autores que publican en Estados Unidos deben esperar con los dedos cruzados a que la crítica les haga algún caso y, si tienen suerte, a que la crítica sea positiva. Sólo entonces es posible utilizar esas opiniones para apoyar la venta del libro. En nuestros países (con excepciones honrosas) la práctica es inversa, con grave daño al público lector: la venta se induce desde el principio mediante la crítica maquillada, la inflación de escritores, el "tú me elogias y yo te elogio", el silencio cómplice ante una obra que no vale (o que no vale lo que se dice que vale) y, en el extremo, mediante la mentira abierta. El engaño, es verdad, tiene límites. Las revistas o suplementos literarios especializados en el mundo -el TLS, el New York Times Book Review, Dissent- suelen colocar a las glorias prefabricadas, publicitadas o inerciales en el lugar que merecen. Lo malo es que muchas veces el público local no tiene acceso a esas publicaciones.

Tampoco la crítica política ha tomado, entre nosotros, verdadera carta de naturalización. Los siglos novohispanos y prehispánicos (ayunos de crítica), y casi doscientos años de caudillismo, dictadura porfiriana y presidencia imperial (en los que la crítica era apenas tolerada), nos privaron de esa experiencia democrática. Tal vez por eso avanzamos dando tumbos. Desde el poder, lo más frecuente es suponerla cargada de malas intenciones: "algo quiere o algo esconde, a alguien obedece, de otra suerte permanecería callado o aplaudiría a rabiar". Desde el poder, la crítica parece siempre injusta, arbitraria, mezquina, calculadora, insensible a las soledades de Palacio, ciega a las dificultades del gobierno, atenta sólo a la paja del ojo ajeno y no a la viga en el propio. Desde el poder, se introduce la falsa distinción entre la crítica "positiva" y la crítica "negativa", como si el crítico tuviese la obligación moral no sólo de advertir lo malo sino proponer el remedio. Pero un poder que razona así, que reacciona así, corre el grave riesgo de la irrealidad y el autismo. El buen político debe seguir la máxima de Churchill, pronunciada ante el Parlamento en plena guerra mundial: "no resiento la crítica, aun cuando, en busca del énfasis, se aparte temporalmente de la realidad".

Para la prensa la crítica es su columna vertebral. Ninguna sociedad democrática sobrevive sin plena libertad de crítica, lo cual no garantiza que su práctica sea mesurada, justa o precisa. Hay, en efecto, vicios arraigados en el ejercicio de la crítica: confundir la pluma con la espada, pontificar desde una postura dogmática, engolosinarse con los adjetivos, escribir con bilis, escudarse en la buena conciencia, practicar la aburrida y predecible "corrección política", son todas formas de demeritar el noble ejercicio de la crítica. Pero las fronteras entre la libertad y la responsabilidad de quien escribe no puede ponerlas -y menos imponerlas, así sea veladamente- la autoridad sino el propio autor y, en todo caso, su único y legítimo juez: el lector. La prensa mexicana no puede admitir cortapisas a su libertad crítica pero debe aceptar que le hace falta autocrítica. En este sentido, hay una prueba infalible de madurez: escribir textos impopulares.

En 1968, Daniel Cosío Villegas pasó esa prueba. Se preciaba de tener una N en la frente, una N de NO. Desde muy joven había hecho de la crítica una vocación y casi una misión. Transpiraba crítica: en sus cartas, en sus textos, en sus conversaciones. En 1925 impartió un curso de "Sociología mexicana" en el que escribió su epígrafe existencial: "crítica, crítica severa, honrada, cuidadosa, pero crítica, aunque a veces resulte amarga y dolorosa. Las cosas buenas están bien. Las malas son las que hay que remediar. Es más honrado y más útil saber con lo que no se cuenta, que jactarse de lo que se posee". Durante el movimiento estudiantil criticó por partida doble al gobierno y a los estudiantes (aunque luego del 2 de octubre terminó por condenar al régimen). Aquellos artículos impopulares para los actores en pugna e incómodos para el autor fueron una piedra fundacional de la democracia mexicana.

Hoy los tiempos son infinitamente más complejos y no existen, como antes, recetas aparentemente sencillas o probadas para resolver los problemas internos que nos aquejan. Para colmo, el panorama internacional se ha ensombrecido con riesgos sin precedente, ni siquiera durante las guerras mundiales o la guerra fría. Se diría que es el momento de postergar las críticas y cerrar filas. Pero el mejor modo de cerrar filas es ejercer y tolerar la crítica, incluida, claro está, la crítica de la crítica.

Reforma

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