La constitución olvidada
Para Moisés González Navarro, decano de esta y muchas historias.
Casi inadvertido se acerca, el próximo 5 de febrero, el 150º aniversario de la Constitución de 1857, la Carta liberal por excelencia. Aunque su matriz fue la Constitución de 1824, e incluyó las garantías individuales protegidas por el juicio de amparo que Manuel Crescencio Rejón había inscrito en la Constitución de Yucatán de 1840 y Mariano Otero recogió en los fallidos constituyentes de 1842 y 1847, la Carta de 1857 fue innovadora en varios puntos: decretó las más amplias libertades individuales (expresión, manifestación, asociación, trabajo, enseñanza, etc...), llevó la fe en la soberanía popular y el principio democrático al extremo de ordenar la elección popular de los ministros de la Corte Suprema de Justicia, eliminó el Senado por considerarlo elitista, amplió las facultades de la Cámara de Diputados hasta casi delinear un régimen parlamentario, acotó severamente el Poder Ejecutivo e incorporó, entre otras leyes recientes que normaban el lugar de la Iglesia en la sociedad, la Ley Lerdo, que desamortizaba los bienes de las corporaciones civiles y eclesiásticas.
Luis González decía que la Reforma era "el tiempo eje" de la historia mexicana, la época en que el país definió su destino, sobre todo en términos políticos y religiosos. Habría que agregar que el "eje" de ese "tiempo eje" fue la Constitución de 1857, con las repercusiones casi telúricas que siguieron a su promulgación. En un principio a nadie satisfizo (a los radicales por moderada, a los moderados por radical, a los conservadores por impía) pero pocos imaginaron que se volvería el pretexto directo del estallido de la Guerra de Reforma, que a su vez derivó en la Guerra de Intervención. Juntas integran la llamada "Gran Década Nacional" (1857-1867) en la que México -país impregnado, como pocos, de tradición- comenzó a orientarse, en no poca medida gracias a la Constitución del 57 y al espíritu de sus leyes, hacia la modernidad occidental.
La Constitución de 1857 y sus avatares es uno de los capítulos más complejos y apasionantes de la historia mexicana. Sus extraordinarios debates, las controversias a que daría lugar en su tiempo y en las generaciones siguientes, su efímera puesta en práctica durante la República Restaurada, su sistemática violación durante el Porfiriato, la modificación de ciertos preceptos centrales en la Constitución de 1917, su virtual abandono durante la larga hegemonía del PRI, son temas que merecen recordarse y discutirse en este 150º aniversario, no sólo por su interés propio, sino por la profundidad de su legado en la vida civil, política y religiosa del país y por la sorprendente vigencia de sus tesis liberales (que alguna vez se consideraron obsoletas) en el momento actual. Procuraré tocar alguno de esos puntos en próximos artículos, pero en esta oportunidad me limito a recordar las notables celebraciones de la Constitución de 1857 en sus dos principales aniversarios: 1907 y 1957. Se verá claramente el penoso contraste con la situación actual.
Durante el régimen de Porfirio Díaz (incluido el paréntesis de Manuel González), el aniversario de la Constitución se celebró conforme al espíritu de la época: estrenando obras públicas. Así, el 5 de febrero de 1882, fue inaugurado en Cuernavaca el Teatro Porfirio Díaz (hoy José María Morelos). Los 5 de febrero subsiguientes fueron ocasión de nuevas inauguraciones, como el faro de Tampico en 1883 y el Hospital General de México en 1905. Había quizá un dejo vergonzante en la costumbre, como si el progreso económico tangible sirviera para justificar la indefinida postergación del progreso político. En el cincuentenario, a lo largo de enero y febrero de 1907, Porfirio Díaz inauguró algunas de las obras públicas más importantes de su gobierno. La primera fue la apertura de la línea de ferrocarril de 304 kilómetros de longitud para el tráfico interoceánico por el istmo de Tehuantepec, y las formidables obras portuarias de Salina Cruz. El 5 de febrero, el presidente participó en la Sesión Solemne que celebró el Congreso en su sede con la presencia de los poderes Ejecutivo y Judicial. El 7 de febrero se puso la primera piedra del Toreo de la Condesa y el día 9 se inauguró la Escuela de Enfermería del Hospital General de México. (Porfirio no acudió porque en esos días cayó una nevada en la capital y el precavido anciano se refugió en la Hacienda de Tenextepango, propiedad de su yerno, en Morelos.) De nuevo en la ciudad, en compañía de su gabinete y del cuerpo de embajadores, inauguró el 17 de febrero otra obra para los siglos: el nuevo Palacio Postal. En el ámbito académico y editorial, en 1907 la Biblioteca Jurídica Mexicana dio a la luz una completísima edición de la Constitución de 1857.
En 1957, los actos conmemorativos del centenario de la Constitución de 1857 no fueron menos numerosos y sustanciales. En su informe del 1º de septiembre de 1956, en el que anunció la conmemoración, el presidente Ruiz Cortines describió al régimen revolucionario como heredero directo de las dos constituciones: "Entre los varones que redactaron la Constitución de 1857 y los hombres que formularon la Constitución de 1917... [hay] un vínculo indisoluble." El ideólogo de esa convergencia fue Jesús Reyes Heroles, que en ese año publicó en tres gruesos tomos El liberalismo mexicano. A contracorriente de esa tesis, Daniel Cosío Villegas dio a la luz una pequeña obra maestra: La Constitución de 1857 y sus críticos. En ella hacía ver cómo el régimen vigente, al conferir poderes ilimitados al Ejecutivo, se había apartado de la sana tradición democrática y liberal. En 1956, la Facultad de Economía organizó sus cursos de invierno en torno a la Constitución de 1857, y el año siguiente el Instituto de Historia de la UNAM publicó una serie de libros. (El tema estaba de moda: Miguel de la Madrid, un joven abogado cercano a Reyes Heroles, presentó su tesis sobre "el pensamiento económico de la Constitución de 1857".) "El Colegio de México -escribía Alfonso Reyes, presidente de la Junta de Gobierno- ha querido honrar la memoria de los Constituyentes de 1856 y la Constitución de 1857 con una serie de publicaciones", y dio a la luz, completa, la Crónica Parlamentaria del Congreso Constituyente, de Francisco Zarco. Un rápido recuento de la prensa de la época arroja no menos de 28 actos en la capital y los estados, entre ellos ceremonias, develaciones, multitud de libros y ediciones, monumentos de algunos constituyentes, la emisión de una medalla por la Casa de Moneda y la creación del "Recinto de Homenaje a Juárez" en el ala norte del Palacio Nacional.
En 1907 México era una dictadura, que cuidaba las formas y rendía homenajes a la Constitución que en la práctica violaba. En 1957, México era una dictadura de partido, que honraba la vieja Constitución (hasta por buenos motivos, porque a decir verdad el país gozaba de libertades cívicas, excepto la libertad política cardinal de elegir a los gobernantes en un verdadero juego de partidos). Hoy, en pleno 2007, México se ha acercado como nunca antes al proyecto democrático de los constituyentes de 1857. Sería el momento perfecto para honrarlos. Pero nuestros políticos sufren amnesia.
Los poderes públicos debieron planear un homenaje a la Carta de 1857 con toda anticipación. No lo hicieron. Y aunque la responsabilidad de la omisión corresponde a la última legislatura y al Ejecutivo anterior, sería deseable que el presidente Calderón pondere el problema y en alguna medida le ponga remedio. En cuanto a los legisladores, el panorama es patético. Un par de iniciativas del PRI (el PAN y el PRD, como se sabe, viven de espaldas al ideario liberal) parecen haber sido congeladas. El 6 de enero, un diario consignó: "no pudo instalarse ayer la Comisión de Senadores encargada de los festejos del 150 aniversario de la Constitución de 1857. No hubo quórum". Finalmente, una duda más: ¿Qué harán las instituciones académicas?
Todavía es tiempo de reparar (un poco) la falta. La conmemoración no puede limitarse a una ceremonia y un ciclo de conferencias. Hay que retomar ciertos símbolos (la acuñación de una medalla conmemorativa, por ejemplo), reeditar algunas obras clásicas (como se hizo en 1985, no sólo con obras relativas a la Independencia y la Revolución, sino también de la Reforma), promover debates en la prensa y los medios, crear concursos históricos, jurídicos o biográficos sobre los constituyentes más conocidos (Ignacio Ramírez, Ponciano Arriaga, José María Mata, Guillermo Prieto, Melchor Ocampo, Francisco Zarco), y sacar de la sombra a los olvidados (Marcelino Castañeda, Mariano Arizcorreta). Pero la mancha quedará: nuestra indiferente clase política se ignora a sí misma porque ignora su mejor tradición.
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