En defensa de las revistas
Entre la prisa de los medios electrónicos de comunicación y la prensa diaria, y la pausa de los libros, las revistas tienen su propio espacio y tempo: son sitios periódicos (por lo general semanales o mensuales) de información, creación, reflexión o entretenimiento. En el ámbito de habla hispana, no es exagerado afirmar que las revistas han sido los verdaderos sujetos de la cultura. La Revista de Occidente de Ortega y Gasset, Sur de Victoria Ocampo, Orígenes de Lezama Lima o Amauta de José Carlos Mariátegui (para citar cuatro ejemplos célebres) fueron el lugar de encuentro de escritores y lectores de todas las latitudes, instituciones que han cimentado nuestra vida espiritual.
En el caso particular de México, la revistas son una vieja tradición. Desde que Ignacio Manuel Altamirano fundó El Renacimiento (1869) para reunir y reconciliar en el ámbito de la cultura a las facciones discordes de la vida política, México ha sido hogar de una larga sucesión de revistas de excelente nivel. La lista histórica es interminable. Sólo en el campo de la literatura y la crítica intelectual -sin mencionar a muchas notables revistas de provincia- recuerdo ahora, a vuelapluma, Azul, Revista Moderna, México Moderno, El Maestro, Ulises, Contemporáneos, Taller, Cuadernos del Valle de México, El hijo pródigo, Abside, Cuadernos Americanos, Revista Mexicana de Literatura, Revista de la Universidad, Diálogos, Plural, Vuelta, Nexos, Letras Libres. Si tuviese que ampliar el recuento a las humanidades (la historia, la filosofía, las ciencias sociales, la economía, la demografía, el derecho en sus diversas ramas, la política internacional) podría agregar decenas de revistas que han contribuido a educar a varias generaciones de mexicanos dentro, pero sobre todo afuera, de las aulas.
México no es un país lector, pero los lectores, en México, son lectores de revistas. Las hay, es obvio, de todos los géneros, formatos, horizontes y disciplinas. Hasta en los más modestos centros académicos de provincia surgen y sobreviven pequeñas revistas. Ahí donde hay dos jóvenes poetas que se reúnen a leer sus versos, lo más probable es que terminen por aventurarse a publicar una revista. Es la "pequeña empresa cultural", por excelencia. Dejando a un lado a las revistas propiamente comerciales (del corazón, moda, deportes, belleza, automovilismo, etc...) llama la atención el modo en que los editores mexicanos han sabido construir nichos de interés, grupos de conversación. Quienes buscan conocimientos generales tienen ahora una oferta amplia, desde Contenido (la gran revista que adaptó a nuestro país y enriqueció el formato de Selecciones) hasta publicaciones como Conozca Más, la siempre sorprendente México desconocido, o la tenaz labor de divulgación artística que practica Saber ver. No faltan casos de calidad internacional, entre otros Arqueología Mexicana y Artes de México. En el ámbito empresarial hay varios órganos confiables, pero descuella por supuesto Expansión. En los campus académicos se publican revistas de originalidad y valía como Metapolítica, Casa del Tiempo o Istor. Y si se trata de nuestra educación política en la segunda mitad del siglo XX, cómo olvidar el servicio crítico que han prestado Siempre! (fundada en 1953), El Espectador o Política (en los años sesenta) y desde luego Proceso, que fue casi la única fuente de información confiable sobre la tenebrosa y corrupta vida política mexicana. Hoy practican la crítica política Vértigo, Cambio, Época, Milenio, La Crisis, Voz y Voto, etc... En este y otros campos he mencionado sólo a algunas revistas que me vienen a la mente. Estoy cierto que he olvidado a muchas otras, no menos valiosas. Pero lo central, en suma, es comprobar que México es un país de intensa actividad editorial en lo que a revistas se refiere. Y que cada revista, hasta la más inocua, es un aporte de cultura y civilidad.
Los periodistas viven del día con día. Los editores de libros dan a luz unas cuantas veces al año. Quienes hacemos revistas participamos con ventaja de ambas condiciones: nuestro producto, idealmente, no se desecha. Y el ritmo mensual nos da la ilusión de un parto programado. Se diría que con tales satisfacciones el editor de revistas no debería cobrar sino pagar por su trabajo, pero la realidad es distinta. Ninguna revista vive de sus lectores. Tiene que "subsidiarlos" mediante la publicidad. Y en México el "pastel" de la publicidad, como todos los pasteles, está repartido inequitativamente: la tajada del león se la lleva, por supuesto, la televisión, luego el radio y la prensa, y al final queda para las revistas sólo una pequeña porción insuficiente.
La Cámara aprobó un nuevo impuesto para las revistas. Parece difícil que el "puestero", el vendedor ambulante o incluso el local cerrado pueda cobrarlo sin papeleos engorrosos o disuasivos. A fin de cuentas las revistas pagarán globalmente su contribución y al parecer Hacienda les reintegrará el importe por otra vía. Pero uno se pregunta si ese periplo burocrático era necesario, sobre todo tratándose de un país que apenas lee. Hay una contradicción evidente entre el objetivo declarado de crear "un país de lectores" y la repetida voluntad de tasar la lectura.
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