La libertad y los medios
Ahora que, para regocijo de algunos intelectuales filotiránicos y de varios dirigentes totalitarios del PRD, Hugo Chávez ha suprimido el canal de televisión RCTV, es momento de valorar la libertad de expresión en México. No siempre fue tan sustantiva como lo es hoy, y podría dejar de serlo en el futuro. Fue una libertad que costó conquistar y que debe consolidarse, en un marco de responsabilidad y madurez.
Me tocó vivir de cerca la transición desde la trinchera de diversos medios: los periódicos y revistas, la radio y la televisión. La primera zona en liberarse fue la prensa. Tras el golpe al legendario Excélsior de Julio Scherer, en 1976, no siguió el silencio o la sumisión sino el nacimiento de al menos tres órganos independientes: la revista Proceso, el diario Unomásuno y la revista Vuelta. Indiferente al acoso oficial, Proceso solía documentar la tenebra nacional, semana tras semana, con valerosa y escalofriante precisión. La Jornada -heredera casi inmediata de la legitimidad inicial de Unomásuno- cumplía también una tenaz labor de crítica al "Ogro filantrópico". Al principio de los ochenta, Vuelta anticipó y articuló la necesidad de un cambio democrático, que en su momento recogieron otras revistas. En el interior de la República, otros audaces diarios y revistas trabajaban también, desde hacía tiempo, en el mismo sentido. A partir de 1994, con la aparición de Reforma, la democratización en los medios se aceleró. La letra impresa apuntalaba la transición gracias a una convergencia inédita entre posiciones liberales y de izquierda.
La radio había comenzado a despertar desde principios de los ochenta. El mérito histórico en este ámbito lo tuvo el programa Monitor con José Gutiérrez Vivó: organizó conversaciones, debates y mesas redondas, y arriesgó una cobertura independiente. Con el tiempo aparecieron competidores -algunos auténticos, otros oportunistas-, pero el público supo siempre (y sabe aún) el carácter precursor de ese programa. Sin embargo, incluso en ese espacio ejemplar había restricciones. En 1992 atestigüé la llamada de Gobernación que recibieron los dueños de Radio Red, a propósito del programa que íbamos a hacer sobre el candente tema de la reelección: "Don Fernando sugiere que ese tema no se toque". Y no se tocó. Con todo, la radio fue ganando un espacio sólido de credibilidad, fincado en una sencilla máxima: servir al público no al poder.
La televisión no servía al público, servía al poder. Su verdad era la verdad oficial. No había lugar para la oposición, el debate o el documental histórico y político. El cambio sobrevino a cuentagotas. En 1990, Mario Vargas Llosa denunció a "la dictadura perfecta" en el marco del "Encuentro Vuelta", convocado por Octavio Paz, y trasmitido por Televisa. Los hechos dramáticos de 1994 se abrieron paso en la pantalla. Pero no fue hasta 1998, que el cuadro se modificó radicalmente. Se trasmitió el primer programa de "México Nuevo Siglo", con escenas del 68 nunca antes vistas en televisión. El noticiero de López Dóriga dio inicio a "En opinión de...", espacio plural y abierto a todas las voces del espectro político. Los noticieros comenzaron a producir reportajes sobre temas que habían sido tabú. Algo similar ocurría en Televisión Azteca y en Canal Once. Aparecieron o se consolidaron programas serios de discusión: "Zona Abierta", "La Entrevista con Sarmiento", "Primer Plano". El mismísimo subcomandante "Marcos" salió en la pantalla del Canal 2. Conforme se aproximaron las elecciones del 2006, la televisión privada abrió sus espacios a la oposición, no sólo en los tiempos de cobertura sino en la filiación abierta de algunos de sus afamados comentaristas. Y Televisa produjo una serie que contribuyó a que el votante conociera de cerca a los candidatos: "Diálogos por México".
En 1953 Daniel Cosío Villegas escribió: "Tenemos una prensa libre que no sabe usar su libertad". Se refería a la utilización responsable de la libertad. La pregunta interesante para los medios hoy en día es: ¿han aprendido a usarla en ese sentido? Todos, sin excepción, han cometido, y cometen aún, graves distorsiones. Señalo unas cuantas. La prensa de "derecha" dedica secciones enteras a promover una lamentable frivolidad. La prensa "de izquierda" se ha vuelto cada vez más dogmática e inquisitorial. Muchos comunicadores confunden el micrófono con el púlpito, lanzan anatemas contra sus adversarios y editorializan sesgadamente las noticias.
Tal vez estos problemas sean naturales. Tras medio siglo de censura relativa, es mejor que se ejerza la libertad con exceso, y que el público la vaya acotando. Aunque es obvio que no basta el público. Se requiere mayor competencia. Sin embargo no basta la competencia, porque la nota roja tiene más rating que la nota seria y los competidores pueden optar por abatir la calidad en vez de elevarla. Por eso importa tanto la certeza legal e institucional que asegure el ejercicio continuado y responsable de la libertad. Ése debe ser el papel del órgano regulador, pero, ¿cómo configurarlo? ¿En manos del Ejecutivo o -como creo- de común acuerdo entre dos poderes? ¿Con una legislación y regulación orientadas discrecionalmente desde el Ejecutivo u otras -como creo también- esencialmente técnicas y autónomas, que impidan los caprichos de un eventual Hugo Chávez mexicano?
Hay democracias que terminan por ser antiliberales (Venezuela es una, Alemania en 1933 fue otra). Para consolidar la democracia en la libertad y la libertad en la democracia, se necesita un público alerta, libre competencia, certeza legal e institucional, pero incluso todo ello no basta. Se requiere -repito la idea de Karl Popper- algún código de autorregulación como el que adopta The New York Times, que sólo da a luz "All the News that's Fit to Print" ("todas las noticias que merecen publicarse"). Y tampoco eso basta, porque finalmente necesitamos crítica de los contenidos. Sólo la crítica objetiva y seria (no el odio ideológico disfrazado de crítica) puede lograr que nuestros medios -los actuales y los futuros- hagan mejor uso de su libertad. Esa misma libertad que los consabidos "abajofirmantes" disfrutan en México y desdeñan para Venezuela.
Reforma