Tabasqueños suicidas
"Hay un instinto suicida en el político tabasqueño", me dijo hace algunos años Arturo Núñez, en una sabrosa charla aérea hacia Cancún. Núñez me ha parecido siempre una persona seria, honorable y culta, y por eso tendí a creerle. La extraña teoría, según me explicó, no era suya sino de su paisano Gustavo Rosario Torres, un tabasqueño psicólogo de tabasqueños. Tiempo después conversé telefónicamente con el autor y me la refirió con más detalle. Echando cuentas, pienso que contiene una gran verdad.
La historia comprueba que sólo once estados de la República se han privado de tener un presidente. La razón puede ser fortuita en el caso de Sinaloa, Nayarit, Chiapas, Baja California Norte o Morelos, pero acaso no en el de Zacatecas (castigado en el siglo XIX por sus rebeliones en tiempos de Porfirio Díaz), Quintana Roo y Baja California Sur (castigados por su origen reciente y su posición remota), Tlaxcala (castigado por su pobreza), Yucatán (castigado por su temporal secesión en el siglo XIX) y Tabasco, castigado por el gen suicida de sus propios políticos.
¿Por qué el vicepresidente José María Pino Suárez decidió quedarse con Madero y compartir su trágica suerte, en vez de retirarse hacia territorio seguro, proteger el régimen democrático y, tras el sacrificio del "Apóstol", convertirse en presidente? No creo que el mismísimo Federico Katz -gran conocedor del tema, a quien le ha intrigado la cuestión- haya arribado a una explicación racional. Yo ahora creo que fue el gen suicida del tabasqueño.
¿Por qué Tomás Garrido Canabal orquestó la matanza de católicos frente a la parroquia de San Juan Bautista, en Coyoacán? En su gira por Tabasco como candidato presidencial, Lázaro Cárdenas había quedado muy impresionado con el experimento de modernización agrícola y ganadera de Garrido. Por eso, en un gesto simbólico, Cárdenas votó por él para la Presidencia, y en su momento lo designó secretario de Agricultura. Quería "tabasqueñizar a México"... sólo en ese sentido. Pero Garrido, presa de sus demonios, no supo entender los nuevos tiempos ni el mensaje del Presidente. Cuando al poco tiempo sus huestes derribaron la imagen de la Virgen de Guadalupe en el santuario de Cuernavaca y la arrastraron por las calles de aquella ciudad, Cárdenas se sacó de quicio y lo destituyó de su cargo, para luego enviarlo a un exilio como embajador en Costa Rica, de donde regresaría a morir, a una edad prematura. En 1940, de haber apoyado con su dinamismo la reforma agraria de Cárdenas, Garrido habría podido aspirar a la Presidencia de la República, pero su gen suicida se lo impidió.
¿Por qué Carlos Madrazo se precipitó a introducir reformas radicales en el PRI, enfrentando de manera directa no sólo a una caterva de gobernadores y caciques sino al durísimo presidente Díaz Ordaz? Una caricatura en la portada de la revista Siempre! lo pintó como un niño travieso que descomponía tuercas, tornillos y resortes de la maquinaria priista. De haber trabajado con paciencia y prudencia dentro del sistema, Madrazo (hombre dinámico y carismático) habría llegado al gabinete en ese mismo sexenio, y en 1970 (a la buena edad de 55 años) habría sido un serio contendiente a la Presidencia. Sus genes tabasqueños (antes que la tragedia del avionazo en Monterrey) se lo impidieron.
¿Por qué Roberto Madrazo se negó a ver lo que todos veían, su inadecuación como candidato a la Presidencia? Se manejaron muchas hipótesis: es un corredor de maratones, un político forjado en la adversidad, un maquiavelo que sabría remontar las desventajas. Pero la mayor desventaja estaba en su carisma negativo, que no sólo amenazaba con una previsible derrota electoral, suya y de su partido. Pudiendo redoblar los triunfos recientes del PRI y ser el gran elector de un magnífico candidato (o candidata), Madrazo prefirió negar la realidad, obedecer el ciego mandato de sus genes, y suicidarse en términos políticos.
¿Por qué Andrés Manuel López Obrador echó por la borda la ventaja considerable que, poco antes de las elecciones, llegó a tener sobre sus adversarios? ¿Por qué se negó a diseñar una estrategia incluyente, que no desdeñara al electorado moderno y de clase media? ¿Por qué se aferró a un discurso agresivo y polarizante? ¿Por qué no acudió al primer debate entre los candidatos? ¿Por qué eludió temas tan apremiantes como la corrupción y el narcotráfico? Y sobre todo: ¿por qué secuestró el centro de una ciudad que le había dado su voto, castigándola absurdamente? El mesianismo tropical es una explicación, pero los genes políticos tabasqueños son otra. Quizá estén relacionados. No es fácil compaginar un desencaminado temperamento religioso (que por definición busca el todo o nada) con la realidad política que -humana al fin-, sólo tolera soluciones parciales, negociadas, fragmentarias.
En López Obrador el gen ha tenido efectos dilatados: comenzó a aparecer antes de las elecciones, estalló el 2 de julio y ha seguido agudizándose a partir de entonces. Mañana, se manifestará a plenitud: creyéndose ungido por la nación, AMLO estará dando un paso más hacia el precipicio, llevándose de paso la coherencia democrática y la respetabilidad cívica de su partido. Luego vendrá la decena del "conflicto anunciado" (que esperemos no culmine en una nueva "decena trágica") y, finalmente, el asalto a la tribuna del 1 de diciembre. Si ocurre, ellos lo vivirán como la Toma de la Bastilla, pero en su mayoría los ciudadanos mexicanos grabarán en la memoria esas escenas, esas palabras, esos gestos; repudiarán la violencia inherente al lopezobradorismo, lamentarán la imagen grotesca que proyectará México al mundo, y tendrán buen cuidado de no volver a entregar su voto a esa corriente política y a su caudillo.
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