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Zapata contra Cárdenas

Para Luis González y González

"Las cosas perseveran en su ser'', decía Spinoza. También las maneras de pensar, pensar mal o no pensar. Uno de los métodos intelectuales que por lo visto "persevera en su ser'' es la falsificación de la historia. Si la evidencia histórica ha revelado que el sistema soviético llevó a la muerte a 10 millones de campesinos, no falta quien afirme que "en caso de ser reales'', esos hechos terribles, lamentables, son meras desviaciones y no refutaciones del ideal. Discutir con quienes piensan así no es difícil: es simplemente inútil. Ninguna verdad comprobada mueve o conmueve el sólido edificio doctrinal de sus "verdades'' ideales, es decir, de sus mentiras.

Que esta rigidez del intelecto "persevera en su ser'' ha quedado claro en el debate sobre las reformas al artículo 27 constitucional. Quienes afirman que cambiar "es traicionar los principios históricos de Zapata y Cárdenas'' incurren en un viejo género de intimidación inquisitorial pero también en una gran mentira. Desde que Womack publicó hace más de veinte años su clásico estudio sobre Zapata, han aparecido varios libros y artículos que enriquecen el conocimiento sobre los antecedentes y las especificidad del zapatismo, así como los rasgos propios de episodios muy distintos e igualmente complejos: el agrarismo, el programa callista para el campo, la guerra campesina de los cristeros y la reforma agraria cardenista, entre otros. Ninguno de estos hallazgos mueve o conmueve a los devotos del idealismo agrario. Son los sucesores autodesignados de Zapata y Cárdenas.

Se trata, por supuesto, del viejo discurso oficial, ahora expropiado por la izquierda. En vez de constituirse en heredera de la verdad histórica, la izquierda decide constituirse en heredera de la historia de bronce. Mientras continúa la rebatinga por los héroes entre los hermanos siameses el PRI y el PRI fuera del PRI: el PRD, conviene recordar qué buscaban en la práctica los héroes cuando eran personas de carne y hueso.

Zapata, como se sabe, luchaba por la restitución de la tierra que las haciendas habían arrebatado a los pueblos. Quería restaurar un orden tradicional, casi mítico, en el campo. Su querella fue semejante a la de los Yaquis que defendían ""el Valle que Dios les dio''. Los títulos de propiedad que el Virrey de Velasco había otorgado a Anenecuilco en 1609 eran también el testimonio sagrado de un agravio de siglos. En la vindicación de esos títulos estaba, según la fórmula perfecta de Sotelo Inclán, la raíz y razón de Zapata que Womack rescató de manera definitiva.

Pero además de buscar el restablecimiento de un orden perdido, Zapata era una especie de anarquista natural. Un anarquista, no un socialista. Hay varias anécdotas que refieren su desconfianza del poder central, del gobierno en general, de la política como profesión y hasta de la fisonomía externa de la ciudad-estado, la ciudad de México. Por lo demás, en lo económico, Zapata era enemigo de los grandes propietarios, no de la propiedad individual, de los grandes capitalistas, no del mercado. Sentía orgullo de ganarse la vida por cuenta propia. Por eso le indignaba sobre todas las cosas que los catrines de la ciudad, asociados con los hacendados semifeudales, lo llamaran bandido. Por eso sus primeras declaraciones en México, luego de entrevistarse con Madero, se refirieron a su ética personal de trabajo: "Tengo mis tierras de labor y un establo producto no de campañas políticas sino de largos años de trabajo honrado''. En otra ocasión recordaba: "uno de los días más felices de mi vida fue aquel en que la cosecha de sandía que obtuve con mi personal esfuerzo me produjo alrededor de quinientos o seiscientos pesos''.

No sólo los lemas zapatistas como el célebre "Tierra y Libertad'', tomado de Herzen, recogen esta ética individualista. También las leyes. "En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son dueños más que del terreno que pisan'' el Plan de Ayala preveía la expropiación de una tercera parte de las haciendas. La ley agraria del 28 de octubre de 1915, la más radical del zapatismo, se refería al "derecho indiscutible que asiste a todo mexicano de poseer y cultivar una extensión de terreno cuyos productos le permitan cubrir sus necesidades y las de su familia''.

No es casual que Zapata haya atraído a los intelectuales de la Casa del Obrero Mundial que por permanecer fieles al código moral y político anarquista se resistían a cambiar la libertad por el poder y reprobaban el pacto con el carrancismo. El anarquismo cristiano de Antonio Díaz Soto y Gama se avenía muy bien con los propósitos de aquellos campesinos autónomos, autárquicos, "que no querían cambiar''. Por eso Soto y Gama defendió en 1926 el proyecto de Ley de Patrimonio Parcelario Ejidal que veía al ejido como "forma transitoria para preparar el advenimiento de la pequeña propiedad''. Por eso quiso siempre deslindar el espíritu del zapatismo de las prácticas colectivistas: "Tierra libre, parcela libre, hombre libre... sin capataces y sin amos dentro del ejido, sin tiranías individuales, pero también sin tiranías ejercidas por el Estado y por la colectividad... Zapata y los zapatistas no podían pensar de otro modo... eran hombres que ponían por encima de todo su autonomía y su dignidad''. Por eso en sus libros, en sus artículos de El Universal y en su cátedra de Derecho Agrario, este hombre olvidado, coherente y puro, que murió en la absoluta pobreza, señaló siempre las diferencias esenciales entre zapatismo y el cardenismo.

Cárdenas representa un proyecto diferente que cabe resumir en una fórmula: Artículo 27 más colectivismo socialista. El término "Comisario ejidal'' y su función política es representativo: lo comisario, el control, viene de la URSS; lo ejidal, el paternalismo, de la Colonia. En el agrarismo del general michoacano, explícito desde su gestión como gobernador entre 1928 y 1932, confluyen dos tradiciones: la tutelar novohispana sancionada por el constituyente de 1917 y la socialista, muy en boga durante los años treinta. En la leyenda idílica creada por la historia oficial, Cárdenas fue un redentor de los humildes. La verdad histórica vivida y sentida por los campesinos es un poco distinta. Lo fue por sus generosas intenciones, por su instinto popular y por su bonhomía personal, no por los frutos de su gestión. Lo que la historia ha puesto en entredicho son las consecuencias prácticas de sus acciones, consecuencias visibles no sólo en su propio tiempo sino previsibles y de hecho previstas por los propios campesinos.

Según la leyenda, Cárdenas repartió la tierra como el Señor los panes. Por desgracia, la verdad no cuadra del todo con la leyenda. Para muestra un botón. En Nueva Italia, Michoacán, una hacienda altamente productiva de poco más de 32 mil hectáreas fue repartida entre 1375 campesinos. Tras una visita a la URSS, "la tierra del mañana'', e inspirado por lo que vio, es decir, por lo que los burócratas le enseñaron y por lo que quiso ver, Vicente Lombardo Toledano había aconsejado a Cárdenas la importación del ejido colectivo. Como en otros sitios del país, La Laguna, Atencingo, etc., en Nueva Italia se creó un inmenso ejido colectivo. Los campesinos, en su mayoría, no habían solicitado la tierra ni querían constituirse colectivamente. Temían el reparto porque "la cobija no iba a alcanzar para más'' y porque preveían la sustitución del viejo patrón arbitrario en muchos casos, pero humano por un nuevo patrón más poderoso e impersonal: el gobierno.

Sus temores tenían raíz y razón. Desconfiaban del gobierno por los mismos motivos de Zapata: nada bueno podía provenir del centro y de arriba. En varios sitios la tierra había sido repartida no a los campesinos del lugar sino a campesinos importados del norte del país y aun a personas ajenas al trabajo del campo: peluqueros, sastres etc... Parecía que lo importante para el cardenismo era la realización del ideal abstracto, no el beneficio a esos campesinos concretos. El gobierno estaba a cargo de su redención. Ellos no tenían edad, medios ni criterios para redimirse solos, ni siquiera para opinar sobre su redención.

Al poco tiempo comenzaron las malas nuevas: conflictos entre el banco y los ejidatarios, conflictos entre ejidatarios, desorden, ineficacia, reparto de utilidades ficticias, condonación por Cárdenas, claro, de deudas reales, pérdidas, desintegración del ejido colectivo, emigración, parcelación del ejido, arrendamiento de parcelas en 1956, sólo 100 de 1 036 campesinos no incurrieron en esta herejía, reparto individual de 18 mil cabezas de ganado, venta inmediata de esas 18 mil cabezas, renta de parcelas a compañías trasnacionales. Según el antropólogo Angel Palerm, aquel experimento, uno de los muchos que Cárdenas intentó en su período pero el más cercano a su corazón y a su querencia, terminó en "un fracaso absoluto''. (Los datos provienen de Susana Glantz: El ejido colectivo de Nueva Italia, SEP-INAH, 1974).

Cárdenas no concebía al ejido como una institución transitoria, sino permanente: "por su extensión, calidad y sistema de explotación, el ejido debe bastar para la liberación económica absoluta del trabajador... Será un nuevo sistema económico-agrícola (que liquidará) el capitalismo agrario de la República'' (septiembre de 1935). No simpatizaba particularmente con la pequeña propiedad. Detestaba la acción individual, la consideraba "anárquica''. Creía en la acción colectiva tutelada, pastoreada, controlada por el Estado: la consideraba justa, eficaz y humanitaria. Pensaba que era la fuente natural de la democracia. Hubiera querido instituirla en todo México, pero el tiempo le bastó para instituirla en varios enclaves decisivos del país. En la mayoría de los casos el experimento fracasó social, económica y moralmente: no arraigó las costumbres colectivas, no liberó económicamente al campesino, no fortaleció su sentido de independencia.

La leyenda cardenista creada muchas veces por los presidentes en turno para disminuir a sus inmediatos antecesores niega este fracaso, o admitiéndolo en parte (como en el socialismo real), lo atribuye a "fallas'' de quienes instrumentaron las reformas, o a "retrocesos y traiciones'' en la marcha. La verdad histórica demuestra que el fracaso se debió a motivos atribuibles personalmente a Cárdenas y a motivos de orden estructural, implícitos necesariamente en su proyecto. Entre los primeros destacan dos: la prisa y la indiscriminación. ¿Había necesidad de repartir tántos millones de hectáreas bajo el sistema ejidal y en los sitios estratégicos en que se hizo, en el brevísimo lapso de dos años? ¿Por qué aplicar un solo traje, un solo diseño y una sola medida a un país variadísimo en culturas y prácticas económicas? El caso de Yucatán fue ilustrativo. El gobernador López Cárdenas, enemigo jurado de la hacienda, tenía un proyecto paulatino, racional y sobre todo autónomo de reforma agraria. Cárdenas lo desechó a cambio de una solución repentina y radical, tutelada por el gobierno central, que mostró su inviabilidad casi inmediata. ¿Por qué? Quizá porque Cárdenas tenía más prisa por destruir a la clase terraterniente, sobre todo a los generales neolatifundistas, que por construir un orden nuevo, variado, eficaz para el campo. Su ética redentora se supeditó a su lógica política.

Las razones estructurales de su fracaso son aún más decisivas. La pequeña premisa escondida en el esquema de redención cardenista suponía la inclusión en cada núcleo ejidal de un funcionario honrado, eficiente, prudente, un padre atento siempre a los problemas de sus hijos, un hombre todo bondad y todo oídos, un... Cárdenas. Por desgracia, aquí y en China, los burócratas se sirven a sí mismos antes que servir a su comunidad. Las autoridades de las cincuenta dependencias oficiales para la redención citadina del campesino, sus representantes in situ, los funcionarios del Banco Ejidal y los Comisarios Ejidales, iniciaron un ciclo de corrupción y dominio que aún no termina. En tiempos de don Porfirio el campesino vivía en la pobreza y a veces soportaba la opresión pero no la indignidad del acarreo con fines políticos. El PRI instituyó esa conquista revolucionaria: convirtió al campesino en ganado electoral.

Nada de esto estaba en los planes de Cárdenas, pero sí en la previsión de muchos campesinos. El viejo y positivo ideal de acabar con la propiedad en manos muertas de las haciendas improductivas se logró a costa de crear una sola inmensa hacienda y un solo, poderosísimo, hacendado: el gobierno. ¿Qué no cabía otra solución? Siempre caben otras soluciones. Con menos prisa e improvisación, las haciendas semifeudales debieron repartirse entre los campesinos nativos y de acuerdo a las modalidades que dictara la relación hombre-tierra en cada lugar. Otras haciendas, no semifeudales sino capitalistas, pudieron haberse dividido parcialmente, de modo racional, sin afectar la unidad productiva y protegiendo a los trabajadores mediante su plena incorporación a las disposiciones del Artículo 123.

De haber sobrevivido hasta los años treinta, Zapata hubiese seguido haciendo su revolución. Las buenas intenciones de Cárdenas no hubieran paliado la enorme diferencia entre ambos. Sus proyectos opuestos son un capítulo de una querella centenaria entre el individualismo y el colectivismo, entre el anarquismo y el socialismo. Así como Bakunin reveló el rostro totalitario detrás de Marx, así como Kropotkin resintió la indiferencia de Lenin por los proyectos de convivencia autónoma en los Soviets, así como Makhno -el Zapata del anarquismo ruso- luchó contra los bolcheviques, así Emiliano Zapata, anarquista natural, hubiese regresado a los cañaverales del Sur a luchar contra un enemigo infinitamente más suave y humano que los jerarcas soviéticos, mucho más suave y humano que los propios generales carrancistas, pero cuyo paternalismo colectivista no haría sino reproducir en una escala nacional, el ancestral problema de los hombres de Anenecuilco: vivir a merced del poder central y ser dueños sólo de la tierra que pisan.

El Norte

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24 noviembre 1991