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Los nuevos protestantes

Hay alguien que haya escuchado recientemente el grito "¡Viva el PRI¡''. Desde luego que no, pero el hecho mismo de que la crítica al PRI se haya vuelto un lugar común tan común que hasta los propios PRIístas la practican debería servir para acotar la responsabilidad del PRI en los problemas políticos del País.

Nuestra atávica mentalidad providencialista hace que pensemos en la democracia como un futuro que advendrá al día siguiente de la muerte del PRI, no como lo que realmente es: un proceso que se construye en la práctica, día a día.

Que el PRI debe divorciarse del Gobierno, que el financiamiento de los partidos debe ser equitativo y transparente, que los gastos de campaña deben ser limitados, regulados, publicables y públicos; que es necesario abrir el debate en los medios de comunicación, que es preciso integrar un cuerpo imparcial y legítimo de calificación electoral (¿por qué no desde el Poder Judicial?), que las credenciales y los padrones deben coincidir, que empaquetar gente en forma de corporaciones es un uso que está en desuso... todo eso lo sabemos. Son demandas legítimas, crecientes, ineludibles, y el Gobierno no tendrá más remedio que atenderlas en vistas al '94.

Pero hay otros protagonistas de la transición que deben examinar su papel.

No me referiré en este caso al PAN por razones de elemental justicia: más de medio siglo de lucha cívica por la democracia puede no haber representado una "brega de eternidades'' como decían sus fundadores, pero es prueba suficiente de convicción democrática. "Místicos del voto'' solía llamarlos el Presidente Ruiz Cortines, y con ese sambenito aguantaron fracasos, chicanas, fraudes, burlas, hasta que milagrosamente seguían allí para propiciar la transición legítima a la democracia.

Es evidente que sus líderes y su programa pueden y deben ser criticados y que su reciente divisionismo interno ha sido lamentable. A veces parece que sus miembros rehúyen el poder y prefieren seguir bregando eternidades. Pero negar el valor histórico del PAN para la democracia sería tan absurdo como vitorear al PRI como su campeón. El PRD es otra cosa. La mayor parte de sus líderes proviene de dos partidos notoriamente antidemocráticos: el PRI y el PCM. Otros tenían filiaciones partidarias distintas, pero no menos antidemocráticas. De pronto, hace unos años, advinieron a la democracia y, como es natural, la defienden con el celo fervoroso del converso.

Es un cambio que hay que aplaudir. El PRD ha contribuido a catalizar el movimiento democrático en México. El cambio, sin embargo, no borra el pasado. Uno tiene derecho a cambiar pero no a cambiar sin dar razones del cambio. La siempre pospuesta autocrítica de los perredistas avala su credibilidad revolucionaria pero opera en contra de su credibilidad democrática. Sus fines declarados son democráticos, pero muchos de sus medios no lo son.

Basta un ejemplo: el acarreo de campesinos armados a los plantones y tomas de alcaldías en Michoacán y en otros sitios puede verse a la manera del viejo PRI como un acto de apoyo "espontáneo'' en favor de esa otra brega de eternidades que es la Revolución Mexicana; puede verse a manera del viejo PCM como un acto en que las masas campesinas afirman sus derechos históricos de clase. Lo que no puede es verse como un acto democrático.

Un sector importante de la opinión pública desconfía de las súbitas conversiones a la democracia y no le falta razón. A la luz de su conversión, el neocardenismo tendría que explicar su postura frente a las prácticas perfectamente antidemocráticas de Lázaro Cárdenas, entre ellas la integración corporativa del PRI, los fraudes de 1940 contra Almazán y, desde luego, las mediatas reelecciones del general y su hermano Dámaso. La respuesta "eran otros tiempos'' no es respuesta. Con esa razón, unilateralmente, los perredistas en el poder podrían decretar que ""esos tiempos'' deben ser de nuevo "nuestros tiempos''.

El propio Cuauhtémoc tendría que explicar por qué diseñó la Ley Electoral de Michoacán contra la que ahora pugna. Hay tonos en los ex-priístas del PRD que denotan más sus resentimientos que sus convicciones democráticas. Hay tonos en los antiguos marxistas del PRD, que hablan más de los dogmatismos borrados por el fin de siglo que de una verdadera fe en la democracia. La fe sin actos es poca fe. Y a veces mala fe. Hasta Lutero tuvo que dar razones públicas de su cambio espiritual.

Nuestros nuevos "protestantes'' piensan que su nueva fe los justifica sin más. Pero el haber sido por tantos años, por generaciones a veces, cómplices o partes de la maquinaria del PRI o del PCM, los vuelve necesariamente corresponsables del abatimiento político en que nos encontramos. Al margen de los justificados agravios del '88, el PRD no puede ya seguir actuando con una mano en las urnas y otra en los fusiles de la sierra michoacana o de cualquier otra sierra.

Se dirá que esta visión es poco generosa con un partido entre cuyos militantes hay varios antiguos presos políticos. Se dirá que la Izquierda puso muchos muertos en la historia contemporánea de México. Es verdad. Pero respetables y a veces admirables como son, los muertos y los presos no luchaban por la democracia sino por la Revolución.

¿Contribuyó su lucha a la democracia? Quizá sí, pero de modo casi involuntario y tangencial.

Al romper su liga histórica con el liberalismo, la tradición socialista creyente en la Revolución rompió también con la democracia. Es difícil ser generoso con una tradición cuya premisa mayor ha sido la violencia. Tres pruebas de fe democrática activa han faltado al PRD: autocrítica del pasado, respeto a los campesinos y diálogo abierto con los otros partidos y las autoridades para sentar las bases realistas y prácticas de la transición.

En última instancia, el neocardenismo debe enfrentar la contradicción de sus propios términos: el legado de Lázaro Cárdenas, notable en muchos sentidos, no es un legado democrático. Si los propios perredistas no ven esta contradicción y si no encaran tampoco su propio y vitalicio "presidencialismo interno'', la maliciosa opinión pública perderá la fe y terminará por creer que la "D'' de sus siglas no es de democracia: es "D'' de dedo.

Reforma

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