El titanic de la izquierda
Aunque la palabra "Izquierda" se sigue usando en México como si viviéramos en tiempos de los Beatles, la identidad que el término denota, ya sea como sustantivo o como adjetivo, atraviesa por una profunda crisis. Hasta hace unos cuantos años, ser de “Izquierda" no sólo significaba estar -de modo exclusivo y excluyente-o del lado de los pobres, las causas justas, las esencias nacionales, los caminos del progreso, los valores igualitarios. Implicaba, supuestamente también, poseer el monopolio de los métodos para alcanzar esos ideales.
Para lograr la ecuación óptima entre los más entrañables fines del hombre -libertad, igualdad, fraternidad, justicia, paz- los medios preferidos de la izquierda se reducían, en el fondo, a uno solo: encomendar al Estado el papel de empresario, interventor, planificador, regulador, rector, vigía, policía y demás avatares de la figura paterna en la vida de las naciones. El derrumbe del socialismo real no trajo consigo, por supuesto, el derrumbe de aquellos fines, tan válidos ahora como cuando el judeocristianismo los inventó. Lo que se ha hundido como un inmenso transatlántico, es el conjunto de métodos con que el socialismo se propuso alcanzar esos fines. El hundimiento no sólo incluyó a la proa marxista del barco sino a la variada tripulación de compañeros de viaje" que han profesado, digamos, un "marxismo suave": La Izquierda mexicana, en sus mil grupúsculos y sectas, es parte de esta tripulación. Su primer problema es que no lo acepta. Mientras el transatlántico "hacia agua" por todos lados, nuestra Izquierda tuvo un momento climático en las elecciones de julio de 1988.
Con su habitual falta de sentido práctico y su propensión a utilizar anteojeras ideológica para ver la realidad, incurrió en dos costosos errores: creyó que la alta votación por la coalición que apoyó a Cuauhtémoc Cárdenas era una votación ideológica de Izquierda y creyó que el voto cardenista era un apoyo al hijo del general por sus propios méritos. La realidad, como el tiempo se ha encargado de demostrar, fue otra. El voto de 1988 no fue un voto socialista ni Cuauhtemocista: fue la última batalla del general Lázaro Cárdenas, después de muerto. La geografía del voto cardenista en aquel 6 de julio hablaba por sí misma: Michoacán, La Laguna, ciertas zonas campesinas y feudos petroleros... las zonas consentidas del general misionero.
Por otro lado, los muchos mexicanos que en el campo y la ciudad votaron por su hijo no reclamaban un gobierno socialista, ni siquiera estatista. Querían un gobierno eficaz que los atendiera. El aura alrededor del apellido "Cárdenas" -más que su régimen histórico- cristalizaba esos deseos. El único voto de Izquierda fue, como siempre, el voto universitario. Al margen de esta significación, que a mi juicio fue la mayoritaria, el voto por Cárdenas -el vivo y el muerto- representaba algo más, una especie de mandato: el de crear pacientemente un partido moderno de Izquierda, una organización similar al PSOE español que conservando en su ideario moral los fines del socialismo, aceptara con madurez y realismo las lecciones clave de la historia contemporánea: el triunfo de la "mano invisible" del mercado sobre la mano visible -y negra del Estado y el triunfo de la sociedad abierta, democrática y libre sobre los sistemas cerrados, autoritarios y opresivos. El mandato fue, y sigue siendo, desoído. Cuauhtémoc Cárdenas y su grupo quedaron marcados, fijos, en la experiencia de 1988. En lugar de aprender de la vieja experiencia vasconcelista que aconsejaba no apostar todas las cartas a una contienda electoral y a un caudillo, Cárdenas ha querido jugar, sin mayor éxito, el papel de presidente vicario. No le funcionó a Vasconcelos --que hasta su muerte reclamaba para sí el título de presidente de México- ni le funciona a Cárdenas.
Si Vasconcelos hubiese seguido en 1928 el consejo de Manuel Gómez Morín que lo instaba a fundar un partido político permanente bajo el manto de su inmenso prestigio, México hubiera nacido al auténtico bipartidismo en 1929: un partido de los militares -el PNR- y un amplio frente cívico. Vasconcelos lo desoyó y aquel embrión de estructura política que tanto hubiese beneficiado al país se perdió. Salvando las diferencias -que son muchas- Cuauhtémoc Cárdenas y su grupo han perdido una oportunidad similar. Un motivo de su fracaso en las urnas y de su incapacidad para construir ese PSOE mexicano está en el fundamentalismo ideológico. Del hundimiento del Titanic socialista no parece haberse enterado la tripulación mexicana.
Aunque en cátedras universitarias, mesas redondas, artículos periodísticos, libros y charlas de café se toca obsesiva mente el tema, las referencias son siempre defensivas. A menudo ocurre incluso una curiosa transferencia de responsabilidades en la que los compañeros responsabilizan no al socialismo sino al "neoliberalismo " de los males del planeta. Esto se aprecia muy claramente en la plataforma ideológica del PRD. Sus proclamas se aferran a un estatismo trasnochado, a un nacionalismo defensivo y xenófobo, a un socialismo populista. En el fondo, hay en todos una nostalgia apenas disimulada por los viejos y buenos tiempos del general Cárdenas. La prueba de fuego para medir la modernidad del PRD está en su actitud ante la democracia y ante el mercado. Aunque la conversación democrática de muchos de sus miembros es tan reciente y tierna que resulta sospechosa, muchos de sus escritos y discursos parecen, en efecto, dictados por el espíritu de Madero. Tienen la vehemencia típica del converso.
Con todo, la identidad democrática de estos hombres no ha logrado pasar una prueba de congruencia elemental. Frente a México son demócratas absolutos, frente a Cuba son demócratas relativos. Su frase favorita es: "Que decida el pueblo cubano su destino" que traducida a sus verdaderos contenidos significa: "Que decida Castro el destino de los cubanos". ¿Por qué el partido que tiene la palabra democracia en sus siglas no reclama la democracia en Cuba? "Porque las condiciones históricas de Cuba son peculiares", dijo Cuauhtémoc Cárdenas alguna vez.
Con ese criterio, de llegar al poder, podría decretar que las "condiciones históricas" de México se han vuelto "peculiares" y reclaman una dictadura populista. El otro bloqueo ideológico del PRD es su noción del mercado. A pesar de todas las evidencias empíricas, no admiten que el mercado asigna de modo más eficiente, democrático y amplio los bienes económicos que el Estado. Siguen sin separar dos preguntas: ¿Cuál es la manera más eficiente de producir los servicios que ha ofrecido tradicionalmente el Estado?, y ¿Cómo y quién paga por esos servicios?
Atados ideológicamente a los dogmas, métodos y principios que fincaron el proyecto socialista se niegan a ver, con sentido pragmático, los elementos dinámicos del mercado y pensar formas distintas, imaginativas, en que el Estado puede ayudar efectivamente a la población pobre. En esto, como en muchas otras cosas, el régimen de Salinas de Gortari les ha ganado la partida. Al margen de su explotación publicitaria, Solidaridad tiene un rasgo notable, sobre todo si se le compara con el burocratismo que empantanó a otros proyectos vagamente similares en el pasado: es un programa eficaz. Esta era, justamente, la demanda mayor del voto de protesta en 1988. Esta es, justamente, la afirmación mayor en el voto por el partido oficial en 1991.
Mientras la Izquierda no ejerza una radical autocrítica de su pasado, mientras no cuelgue sus hábitos fundamentalistas, mientras no abandone sus cómodas e ineficaces ideologías y comience a tener ideas ,-implemente ideas- su presencia política será cada vez menor y menor también su incidencia en la inaplazable democratización de México. México necesita un PSOE mexicano: socialista en los fines, pragmático en los medios. ¿Lo tendrá alguna vez? Caudillismo, personalismo, cuauhtemocismo, cardenismo, castrismo, estatismo, chovinismo, nacionalismo, socialismo, antiliberalismo, antineoliberalismo, antinorteamericanismo... el Titanic de la Izquierda mexicana se hunde en un mar de ismos ideológicos que lo apartan, que lo han apartado siempre, de la tierra firme que pisa el resto de los mexicanos.
El Norte