Ritual en el palenque
Uno de los muchos usos políticos que deberá cambiar en el futuro inmediato es el Informe presidencial. El ritual es muy antiguo. Antecede, desde luego, al sistema político mexicano, pero también a la Revolución, al Porfiriato, a la República Restaurada, al Segundo Imperio y, aun a la inestable república de mediados del siglo XIX. El ritual es tan antiguo como el México independiente: lo inauguró Agustín de Iturbide. Es cierto que lo antiguo no es necesariamente venerable o útil, pero en este caso lo aconsejable es la conservación adaptada a los nuevos tiempos.
El cambio fundamental tiene que ver con el formato. El que utilizó Iturbide y siguió vigente durante buena parte del siglo XIX consistía en un discurso breve, dotado de pasión oratoria y casi ayuno de información. Don Porfirio -congruente con su tesis "poca política, mucha administración" y con sus propias limitaciones para el género- desinfló los elementos oratorios e infló el contenido administrativo hasta volverlo casi total. Por largos años la esencia política del Informe se redujo a dos palabras: "Sin novedad". Cada ministro leía los informes de la Secretaria a su cargo y el Presidente emitía el mensaje político. La tipología de los informes ha dado parejas curiosas: los llorones, Victoriano Huerta y José López Portillo; los improvisadores: Victoriano Huerta y Luis Echeverría; pero el rico anecdotario abunda en incidentes, no en cambios. Es hora de introducirlos.
Ante todo, el nuevo formato debe tener una característica: la brevedad. El carácter exhaustivo de los informes no tiene ningún sentido práctico ni político. La nación debe conocer y debatir todos los aspectos administrativos a través de las Cámaras y los medios de información, no sólo oírlos pasivamente. A lo largo de las décadas el Informe ha adquirido un cierto tono imperial que se contrapone a los usos republicanos y que, por tanto, debe desaparecer. El Presidente ya no puede informar en México sobre "el estado que guardan los negocios en el reino". El mensaje del primero de septiembre debe ser rico en política no en administración.
Para lograr estos sencillos cambios en el formato y sentido del Informe bastará un poco de sentido práctico, de humildad, y una gran voluntad por aprender y enseñar los usos republicanos, empolvados en México desde hace más de un siglo. Por desgracia, el comportamiento de los legisladores durante el reciente Informe, no apunta hacia esa dirección. El protagonismo de Muñoz Ledo fue tan lamentable como la acusación de traidor que recibió. El discurso del Presidente predicó una tolerancia que la mayoría priísta no practicó. La protesta de los cardenistas debió tener un carácter más simbólico. Vivimos un episodio de parlamentarismo fuera de contexto y no exento de peligros.
Otro aspecto lamentable fue, una vez más, la cobertura televisiva. Millones de televidentes no vieron lo que los asistentes al recinto vimos. Grave error del gobierno, aún frente a sus propios intereses. El público tenía derecho a una cobertura fiel ya juzgar los hechos libremente. Dado el arraigo histórico del Informe y la actitud el Presidente, el veredicto público probablemente lo hubiera favorecido. Ahora, tras la censura, muchos televidentes radioescuchas se enterarán de la verdad por la prensa escrita o la prensa de boca en boca y resentirán el nuevo atropello. Más sal a la herida.
El acto constructivo de la histórica legislatura debería consistir en un análisis profundo del Informe. La opinión pública mexicana desea ver a sus representantes iniciar un juego parlamentario de altura respeto. A partir del 15 de agosto el Palacio Legislativo no ha sido el escenario de un nuevo ejercicio democrático. Nada que hayan hecho o dicho los legisladores se asemeja siquiera remotamente a los tiempos de la República Restaurada, ni siquiera a las tormentosas y fructíferas sesiones de la Convención de Aguascalientes, donde no abundaban, como hoy, los diputados universitarios. En estos días San Lázaro ha sido un palenque del poder, no de la democracia. EI 6 de julio, los votantes pidieron algo distinto.
Unomasuno