Entrevista: «La inquisición está en todas partes»
Clarín.com
Ingeniero industrial, historiador, escritor, empresario. Todas esas etiquetas se le pueden adherir a Enrique Krauze y ninguna podría resbalarle. Spinoza en el Parque México(Tusquets), su último libro, es su biografía intelectual, construida en un diálogo con el escritor español José María Lassalle.
Las más de 700 páginas recorren sus paseos con su abuelo Saúl, quien le acerca los primeros signos del pensamiento spinoziano, su simpatía juvenil por la izquierda y el posterior desencanto, el vínculo con sus raíces judías, el análisis del mesianismo en la política, las relaciones con distintos intelectuales de América Latina y cómo el nazismo y el modelo soviético influyeron en su vida propia y en el siglo XX.
Max Weber, Marx, Borges, Walter Benjamin, Kafka, Octavio Paz y muchos otros nombres aparecen con frecuencia en la obra, que borda los principales hechos de la historia del siglo pasado. Un hotel muy cercano a la Embajada de Francia fue el escenario de la entrevista de Ñ con el creador de la revista Letras Libres.
–¿Este libro es tanto una biografía intelectual como un volumen de historia?
–Sí. En cierta manera he escrito este libro para recordar la historia del siglo XX. Yo tuve de manera muy concreta la presencia, el peso y la sombra de los dos totalitarismos del siglo XX; el nazi, que exterminó a parte de mi familia, y el soviético, nacido de la Revolución Rusa, un sueño que terminó en una pira humana. Esos dos hechos gigantescos tuvieron reverberaciones en América Latina, porque los militares argentinos tenían mucho de nazifascistas, y Fidel Castro y las guerrillas latinoamericanas tenían mucho del furor de los bolcheviques.
–¿Cree que es posible un socialismo “con rostro humano”, como se decía del modelo propuesto por Alexander Dubcek en la Primavera de Praga?
–No puedo definirme como un socialista. Soy un liberal, sin que mis clásicos sean (Friedrich) Von Hayek y mucho menos Ayn Rand, porque no tengo esa reverencia fanática hacia el individualismo, que desemboca en una filosofía del egoísmo, peligrosamente cercana al fascismo y al culto del yo. Creo en la empresa, sí. Soy un empresario cultural y creo que el Estado tiene una labor que hacer en educación, salud y seguridad. Pero sigo creyendo que en el marco de una democracia sí existe la posibilidad de crear instituciones que sirvan a la sociedad. No sé si llamar a eso socialismo, pero creo que el ideal de Dubcek, del que me enamoré, era posible, era posible… Hungría también lo intentó en 1956. Pero cada experimento ha sido aplastado por la ortodoxia. En la historia, sin embargo, todo es posible, no solo para mal, por eso no pierdo las esperanzas.
–En su libro recuerda una encuesta que encargó Octavio Paz, en la que preguntaba si el sistema represivo soviético era una deformación ideológica o era intrínseco al modelo. ¿Cuál es su mirada?
–El totalitarismo nació con Lenin, aunque desde la década del cincuenta muchas personas culpan de todo al “episodio Stalin”. Pero eso ya estaba antes, en Trotsky y en Lenin. Está en la represión a los marinos de Kronstadt y está en la personalidad de Lenin, más allá de que era un genio político. Pudiendo crear algún tipo de organización democrática, con libertad, como planteaban la propia Rosa de Luxemburgo y algunos anarquistas, Lenin prefirió la centralización del poder. Ese sistema represivo estaba intrínsecamente relacionado a la lectura leninista de la Revolución. Yo sigo valorando al Marx no digo liberal, pero sí al gran periodista panfletario, analista político de los años cuarenta y cincuenta del siglo XIX. El 18 brumario de Luis Bonaparte es un clásico. Para todos los estatistas de izquierda y los populistas les recomiendo leer lo que dice Marx sobre el Estado y la figura demagógica de Napoleón III.
–Usted señala que Marx es un “pensador esencial”.
–Es un pensador esencial por su teoría económica e histórica, no porque sus profecías o teorías deterministas se hubiesen ratificado en la práctica. (Antonio) Machado decía que Marx puso a Hegel cabeza abajo. Yo lo creo también. Y en ese sentido, la obra de Marx ya es como la de Aristóteles o la de Descartes. Es fascinante Marx; en mi libro, después de Spinoza, es el autor más citado. Yo tiendo a separar a Marx de sus herederos en el siglo XX, en particular de sus herederos de Lenin en adelante. Al mismo tiempo, recojo la crítica de Proudhon a Marx, que vio con claridad el embrión de un Estado totalitario, como lo vio Bakunin. El instinto anarquista vio qué había detrás de este intelectual formidable.
–La figura de Spinoza es central en el libro. ¿Qué elementos spinozianos considera especialmente vigentes?
–Vivimos en un mundo donde la intolerancia es casi universal. La Inquisición ya no es una institución, pero está en todas partes. A las quemas de brujas con madera verde se las reemplazó por quemar herejes en las redes sociales. La corrección política ha llevado a que cualquiera que no piense de cierta manera en temas de sexo, religión, nacionalidad o ideología, es cancelado. Por otro lado, tenemos a los gobiernos populistas que son enemigos de la democracia y la libertad y que buscan dividir a la sociedad entre el pueblo y el no pueblo. No es nada difícil trazar analogías entre nuestra situación y la de ese solitario pensador judío de origen español que se atrevió a los 22 años a dudar de la ortodoxia de su propio pueblo, a salir de ella sin incorporarse a otra ortodoxia, y a quedarse en los márgenes, ganándose el sustento como pulidor de lentes, concibiendo a la Ética y a sus tratados, que son la mejor defensa de la libertad de expresión y de creencia de la Era Moderna, anterior a (John) Locke y al liberalismo inglés. Y concibió en la Ética un sistema filosófico que busca la comprensión de las pasiones humanas, antes que lamentarlas. En este siglo XXI nos queda Spinoza, con su tradición de racionalidad y libertad, prédica que le debo a mi abuelo Saúl en el bosque del Parque México, que me recitaba el Evangelio según Spinoza (risas).
–Señala en el libro a Estados Unidos como causante de las desventuras de la democracia en América Latina. En un liberal argentino actual sería un comentario inverosímil.
–No tengo dudas de ese rol que jugó Estados Unidos, que pactó con los dictadores de América Latina y ese fue uno de los grandes errores históricos de ese país, basado en el desdén y en una actitud racista de considerar como inferiores a todos los pueblos que estaban desde México hacia el sur. Por eso se ganaron a pulso el antiamericanismo que se sintió por tanto tiempo en América Latina. ¿Por qué actuaron diferente con Europa y Japón luego de la Segunda Guerra? Por racismo y por ver sus intereses económicos ante todo. Dicho lo cual, esto no es pretexto para que se les de carta blanca a los regímenes totalitarios supuestamente de izquierda, como Cuba, que justifican su existencia aún ahora en base a ese agravio original.
–Cuando recuerda su viaje a la Argentina en 1979, describe cómo percibió que “solo había silencio, desaparición y muerte”.
–Fue muy impresionante. Mi generación se enamoró de la Revolución, de la imagen del Che Guevara, pero aun si el fervor de una generación revolucionaria estaba dirigido a instalar regímenes similares a los cubanos, eso no justificaba la instalación de regímenes militares y mucho menos de uno como el argentino. ¡No saben la satisfacción que tuvimos en la revista Vuelta en 1983! Alfonsín era un héroe para nosotros. Le publicamos un texto a Borges donde se autocriticaba y decía “la democracia me ha refutado”. Por más problemas que tengan ahora, por favor, aprecien la libertad que tienen.
–Habla también de la “abismal ignorancia” que hay en el mundo universitario respecto del empresariado. ¿Podría ampliar esa idea?
–Es una pregunta que aprecio mucho que me hagas. Mi padre iba a ser sastre, luego compró una pequeña máquina de imprenta y se dedicó a eso, haciendo una empresa de un tamaño razonable. Luego esa empresa entró en crisis y nos llevó años sacarla adelante. Ahí aprendí lo difícil que es ser empresario. Y lo difícil que es vender y lo fácil que es cobrar en una oficina pública. Es un infortunio que en las universidades existan esos prejuicios. Mi mayor orgullo es que desde 1965 pagué cuando correspondía, lo que le correspondía, a cada empleado. Ese gran universo de la izquierda tiene que hacer una introspección. Eso no significa que no deba existir el Estado, pero hay que valorar a la empresa, sin que todo sea un canto a Amazon o a Coca Cola.
–¿Hay alguna figura política latinoamericana o del resto del mundo que le despierte algún grado de entusiasmo?
–Boric. Es joven, ha criticado a Nicaragua, se ha deslindado un poco de Venezuela y Cuba. Eso ya es algo. Espero que se abra y piense fuera de los lugares comunes, sin renunciar a sus ideales sociales, y siempre que haya respeto irrestricto a la democracia y a la libertad. Lo que sí me parece una sombra en él es que ha tenido expresiones sobre Israel que por momentos parecen antisemitas. Y eso que soy un crítico de la política israelí y creo en una solución binacional respecto de Palestina. Por fuera de América Latina, reivindico a Vlodomir Zelenski. De pronto aparece este cómico, ante la agresión de Putin, y se vuelve una figura heroica.
Publicada en Revista Ñ de El Clarín el 2 de diciembre de 2022.