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Entre Adam Smith y Ahuizotl

No todo el pasado es atesorable. En política, más que en ninguna otra esfera, el aztequismo es un fardo que nos impide acceder a la modernidad, a la normalidad.

Según Miguel León Portilla, el "tapadismo" es una de las muchas costumbres políticas que provienen directamente del mundo prehispánico, en particular del azteca. De sus acuciosas investigaciones en las obras de Fray Bernardino de Sahagún, León Portilla extrajo evidencia sobre el modo en que el nombre del elegido para suceder en el trono al gran Tlatoani permanecía oculto hasta que un cónclave misterioso del gabinete político y militar lo escogía o, según el aztequismo preciso, lo pepenaba. (Otro autor, Nigel Davies, sostiene que quien lo elegía era su antecesor). Al "destape" seguía una complejísima ceremonia en la que el ungido humillaba su cuerpo ante los dioses, tomaba conciencia de su grave responsabilidad, escuchaba con humildad las sabias admoniciones de los ancianos y finalmente condescendía a un festejo que solía incluir el sacrificio de prisioneros de guerra. Se dice que el destape del rey Ahuizotl costó 80,000 vidas.

Estas imágenes cruzaron por mi mente la tarde en que por casualidad encendí la televisión en Oviedo, España, y en ella vi una romería muy distinta a la de Covadonga. Era el tradicional "destape". ¿Fastos monárquicos? ¿Ecos del corporativismo europeo? ¿Formas republicanas? Nada de esto: lo que tenía ante mis ojos era una vasta ceremonia de fuego nuevo, un rito de nacimiento político que alguna vez me pareció fascinante y ahora sólo me produjo tristeza y preocupación. El sacrificio humano en México desapareció en 1521, pero el "destape" es una de las muchas formas en las que persiste el sacrificio ciudadano.

Los mexicanos vivimos tan inmersos en el pasado que no advertimos su vertiente enferma. No todo el pasado es atesorable. En política, más que en ninguna otra esfera, el aztequismo es un fardo que nos impide acceder a la modernidad, a la normalidad. Debemos analizarlo y casi psicoanalizarlo, porque su persistencia nos convierte a todos, gobernantes y gobernados, en marionetas de una comedia que no encaja -para decirlo con piedad- con los tiempos que corren.

No se trata de una cuestión de modas sino de algo mucho más delicado: la coherencia histórica. La ciega persistencia de usos políticos arcaicos junto con la adopción decidida de una vía modernizadora en lo económico adopta necesariamente la forma de una incoherencia que linda con la esquizofrenia. La brutalidad del poder azteca ha desaparecido pero ciertas costumbres políticas como el "tapadismo", la concentración de poder en la capital del país y la sacralidad que rodea a la figura presidencial, siguen tan vivas ahora como en Tenochtitlan. Esta inercia es desconcertante. No es fácil explicarla al mundo o aún a nosotros mismos: es casi vergonzoso cenar con Adam Smith y desayunar con Ahuizotl.

Ciertos pasajes del discurso inicial del candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio, parecen presagiar salidas a la incoherencia. Me refiero a los debates que sostendrá con los candidatos de la oposición. Ha hecho bien en proponerlos porque luego del "efecto demostración" de la campaña presidencial en Estados Unidos y, sobre todo, del "match" Gore-Perot, aún el ciudadano más cándido se pregunta por qué estas discusiones no se dan en México. Si su formato se plantea de forma creativa estos debates pueden convertirse, por otra parte, en la mejor escuela de educación política para vastísimos sectores de la población. La sola confrontación tolerante de las ideas podría inducir en las mayorías una crítica embrionaria a la noción aztequista del poder. Si el poder deja de ser absoluto y sagrado para volverse limitado y humano, el mexicano común podrá verse a sí mismo -respetarse a sí mismo- y a los demás como sujetos activos no como objetos inertes de la vida pública.

¿Es posible postergar aún más la democratización de México? Los partidarios cínicos o sinceros del aztequismo político dirán que sí, que es preciso retrasarla un trecho más, hasta que el país esté por fin maduro para dar el salto. Quienes opinamos de modo contrario no fincamos nuestras convicciones en un fanatismo democrático, sino en una elemental coherencia de valores y, por si faltara, en la evidencia, probada una y otra vez en las elecciones estatales durante el sexenio de Salinas de Gortari, de que el sistema conduce a la crisis de ingobernabilidad. La razón es simple: la democracia puede no ser hoy por hoy la prioridad de la mayoría mexicana, pero la minoría que cree en ella como la única vía de madurez nacional es tan amplia que engañarla es jugar con fuego. Por eso, a riesgo de precipitar al país en discordias verdaderamente aztecas en las que la vida humana sólo cuenta como víctima propiciatoria, el gobierno, el PRI y su candidato deben poner en marcha con la mayor urgencia un plan para democratizar en todos sus aspectos la campaña presidencial. Sólo así estaremos en vías de la coherencia: cenar con Adam Smith y desayunar, si no con Montesquieu, al menos civilizadamente: con nosotros mismos.

Madrid, 6 de diciembre de 1993.

Posdata: Ya en México, leo las propuestas del candidato del PRI sobre padrón electoral, financiamiento de su campaña y observadores electorales. Son, de nuevo, presagio de un buen futuro que puede no llegar si lo bloquea un presente de aztequismo político como el que vive en estos momentos Yucatán.

Reforma

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