La sede del poder
Nadie que conozca al menos un gajo de nuestra historia habrá dejado de sentir alguna vez el estremecimiento, el respeto, la gravedad, el temor que irradia ese centro de centros, ese ápice
de la pirámide, ese punto en cuyo seno concurrieron los hechos -atroces o sublimes, significativos siempre- que marcaron, desde hace siete siglos, la vida mexicana. Y en ese centro que por azar llamamos Zócalo, compartiendo la sede del poder intemporal, ¿quién no se ha preguntado alguna vez por las historias infinitas que ocurrieron en la sede del poder civil, ese magno edificio donde siglo tras siglo convergió el poder en todas sus posibles advocaciones: el sueño del poder, la pesadilla del poder, la maldición del poder, la esperanza del poder, el ejercicio del poder, la pérdida del poder?
Seis distinguidos historiadores y un equipo profesional de investigadores iconográficos se han dado cita en este libro sobre El Palacio Nacional para relatar, con amenidad y precisión, su paso a través de los siglos. Aquí no encontrará el curioso lector todas las historias de las que son testigos los muros, los pasillos, los recintos, las cámaras y antecámaras de Palacio, pero podrá conocer, mediante la letra y la imagen, temas, datos, personajes, episodios, anécdotas, explicaciones, conjeturas que, juntas, forman la masa de un relato apasionante. ¿Qué nos dicen, en el fondo, aquellas historias? Nos hablan del poder, o mejor dicho, del Poder (porque en México el Poder siempre se ha escrito con mayúscula). El Poder que, entre nosotros, casi siempre ha sido, como el Dios de la Biblia, omnipotente, omnipresente, omnímodo, pero que, a diferencia de Él, ha sido visible, a veces demasiado visible, tanto que ha empequeñecido a los ciudadanos que habrían podido florecer en el territorio patrio.
Por fortuna, no siempre ha sido así. Tras los muros del Palacio está la sede de la primera Cámara de Diputados, donde entre 1856 y 1857 los gigantes de la Reforma debatieron apasionadamente y juraron el código que nos dio las libertades cívicas, las garantías individuales y las leyes básicas que aún ahora sostienen nuestro precario pero no irreal Estado de Derecho. Aquí vivió y murió Juárez, y por un acto de justicia sus objetos personales se exhiben en el recinto que lleva su nombre. Aquí estuvo preso Madero y de aquí partió, esa aciaga madrugada de febrero, hacia el martirio. Y aquí proclamó Cárdenas la expropiación petrolera.
¿Qué destino aguarda al Palacio Nacional en los próximos años, décadas, quizá siglos? Dependerá de la acepción que los mexicanos elijamos para pronunciar la palabra "poder". Si lo acotamos, si lo dividimos en sus tres vertientes, si lo asumimos como una responsabilidad compartida, si lo atenuamos con la autoridad moral y la vigilancia cívica, el Palacio Nacional no provocará ya nunca más estremecimiento sino curiosidad y nostalgia. Recorreremos sus pasillos como ahora tú, querido lector, recorres estas páginas: como un libro abierto de una historia en que el poder, sin detrimento de su majestad, dejó de ser absoluto y se convirtió en democrático.
Prólogo al libro Palacio Nacional. La sede del poder (Clío, 2005).