Minucias inglesas
Un grupo de amigos nos reunimos a mediados de abril en Londres para hablar de la cultura inglesa en Paz (y de Paz en la cultura inglesa). Auspiciaron el encuentro Conaculta, la Embajada de México y el British Council. Ya no está el poeta Stephen Spender (amigo suyo desde la Guerra de España), pero sobreviven varios poetas, académicos y escritores ingleses que frecuentaron a Octavio y Marie Jo en 1970 en Cambridge.
Con emoción leyeron cartas y compartieron anécdotas. Casi todos aludieron a la camaradería entre Paz y Charles Tomlinson (ausente, por desgracia). Michael Wood, el gran crítico inglés, desentrañó el poema a dos (Renga) que Tomlinson y Paz escribieron por aquel entonces. Frank Riess reconstruyó la escena (que presenció directamente) de la reconciliación entre Neruda y Paz. Michael Schmidt (mexicano e inglés, autor de una monumental Biografía de la novela) se detuvo en una carta en la que Octavio le contó sus aventuras en Francia y España con Cioran, Bonnefoy, Calvino, Lévi-Strauss y T pies. El historiador Hugh Thomas evocó con nostalgia la primera y la última vez que lo vio.
Elena Poniatowska se refirió a los árboles emblemáticos en la vida y la poesía del poeta; Homero Aridjis recordó cuando se encontraron con Pound. En un plano más académico, el historiador David Brading se refirió a Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe como la mayor y mejor biografía escrita en América Latina. Anthony Stanton (autor de un amplio estudio sobre Paz) precisó las influencias inglesas del poeta. Pedro Serrano trazó una comparación sugerente con Coleridge. En el encuentro intervino también el otro reciente biógrafo de Paz (Christopher Domínguez Michael) pero faltó el mayor experto en el vínculo entre su poesía y su vida: Guillermo Sheridan. Casi ninguno se refirió a la esfera política (con motivos: ahí la influencia preponderante fue siempre francesa). No obstante, la huella de los ensayistas, filósofos, moralistas, dramaturgos e historiadores ingleses está en sus libros, y a Paz le importaba que se reconociera.
Paz habría querido que esa tradición, a su vez, lo reconociera como pensador. Recuerdo una queja suya, muy sentida: "Vea usted —me dijo— las grandes antologías del pensamiento, los libros de Quotations, las historias críticas de la literatura occidental, y comprobará que —fuera de Ortega y Gasset y Unamuno— la lengua inglesa no recoge el pensamiento de los ensayistas modernos de habla hispana". Y no solo los ensayistas modernos sino los autores clásicos. Está Cervantes —aunque menos de lo que merece— pero casi ningún otro autor del Siglo de Oro, como Quevedo o Lope de Vega. Tampoco Calderón o Sor Juana. Quizá el extraordinario éxito de la novela latinoamericana acaparó la atención del público anglosajón, pero ocurrió a expensas de grandes poetas y originales ensayistas de habla castellana. La única y obvia excepción es Jorge Luis Borges (el más universalmente inglés de los autores latinoamericanos), pero Octavio Paz —sus teorías literarias y culturales, sus biografías literarias, sus vislumbres de Oriente, sus teorías del amor y el poder, sus reflexiones geopolíticas, no solo sus obras sobre México— merecía la reivindicación que el encuentro de Londres comenzó a representar.
Por mi parte, evoqué tres o cuatro minucias inglesas de Octavio. Todas ocurrieron en su biblioteca, donde servido de un buen whiskey le gustaba charlar. En esa ocasión tenía en sus manos un libro con las poesías de Alexander Pope. (Los libros ingleses ocupaban los estantes centrales). De pronto, comenzó a recitarme desde el inicio la Epistle On the Characters of Women:
Nothing so true as what you once let fall, "Most Women have no Characters at all." Matter too soft a lasting mark to bear, And best distinguish'd by black, brown, or fair. How many pictures of one nymph we view, All how unlike each other, all how true!
"Así son", agregó, sonriendo con cierta picardía ante el tema que lo intrigaba. En otra ocasión, me advirtió: "Para entender la esencia del amor no hay que leer a Freud sino a Lawrence". Se refería a Women in love, a St. Mawr y a The woman who rode away, escritas en Oaxaca en 1924. Tras un viaje, me compartió su asombro ante Turner: "nada inventaron los impresionistas: todo estaba ahí, medio siglo antes". Y en 1994, al enterarse del asesinato de Colosio, me dijo: "es Shakespeare puro".
La cultura inglesa no fue su gran amor pero fue un amor temprano, secreto, permanente. Y ahora, por fin, reconocido.
Reforma