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La fe del panadero

Lorenzo Servitje, espíritu religioso y hombre de empresa, acaba de cumplir 97 años. Hacedor de pan, conoce bien sus Evangelios: "no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". Su fe no es menor a su empeño en cumplir las otras virtudes teologales. La esperanza, cifrada en la posibilidad de un futuro de justicia y armonía cívica para México. Y la caridad, traducida en el auxilio práctico, silencioso, eficaz, a generaciones de campesinos mexicanos.

El pan es la metáfora natural de la nobleza de alma: "Bueno como el pan", decimos siempre, y resuenan en nosotros ecos de varios pasajes del Viejo y el Nuevo Testamento, unidos en esa idea del pan como encarnación sagrada.

A este universo espiritual pertenece la vida de Lorenzo Servitje. No voy a referirme a la historia de Bimbo, una de nuestras grandes empresas que ha acrecentado de manera formidable su presencia en el extranjero. No aludiré a los admirables valores de solidaridad, subsidiaridad y participación que integran su código de trabajo (orgullo de decenas de miles de empleados). Tampoco abordaré los paradigmas de salud alimenticia que algunos críticos de la empresa (me refiero sólo a los de buena fe, no a los detractores) han puesto a discusión. Lo que aquí me interesa es dar un atisbo biográfico de este empresario que no sólo ha hecho pan sino patria.

Alguna vez quizá nuestro país llegará a reconocer plenamente a las personas, familias y empresas que han construido buena parte de su entramado económico y dado empleo a millones de personas a lo largo del tiempo. Entre ellas ocuparán un sitio de honor las empresas fundadas por inmigrantes españoles. De esa estirpe luchadora eran dos catalanes (don Juan Servitje y doña Josefina Sendra) padres de Lorenzo. Vinieron "a hacer la América". Tras la muerte temprana de su padre, doña Pepita tuvo que enfrentar la de su marido, en diciembre de 1936. El joven Lorenzo tuvo que asumir junto con ella la tarea de criar a la familia. Él, según me relató alguna vez, hubiese preferido ser filósofo (era discípulo, no sé si formal, de Antonio Caso) pero la necesidad de llevar pan a la mesa lo llevó por otros rumbos (aunque nunca ha dejado de estudiar, profesar y aun formular una filosofía social y moral).

Luego de la fundación de "El Molino" e inspirado, si no recuerdo mal, en las fotografías de Baker's Helper, creó las primeras máquinas de Bimbo. Personajes centrales de esa larga aventura fueron su tío Jaime Sendra, Alfonso Velasco (Director Técnico de "Pan Ideal"), Jaime Jorba (en ventas) y, por supuesto, su dinámico y fiel hermano, Roberto Servitje. Estoy seguro que olvido nombres fundamentales, pero no quiero dejar de mencionar a Carmen, la mujer que lo acompañó la vida entera y con quien procreó la gran familia que lo rodea y cuyo nuevo patriarca es Daniel Servitje. Debo subrayar que el despliegue público (ostentoso, narcisista, vulgar) que caracteriza a muchos empresarios es desconocido para los Servitje.

Conocí a Lorenzo hace 33 años en la oficina de Gabriel Zaid. Me llevé la sorpresa de la vida: ¡un empresario sensible a la democracia! Me mostró los programas de apoyo a la productividad de los campesinos desarrollados por la Fundación Mexicana para el Desarrollo Rural (Fundar). Nos hicimos amigos. Lorenzo orientó y apoyó mi tránsito a la empresa cultural independiente. Y en ese contexto emprendimos juntos una pequeña aventura.

Fausto Zerón-Medina escribió y editó un hermoso libro de bolsillo sobre el tema mariano, bellamente ilustrado, titulado Felicidad de México. Lorenzo propuso la idea de distribuirlo en todos los rincones de la república como parte del cargamento de Bimbo. Costeó la edición gigantesca de 700,000 ejemplares, subsidió el precio y hasta diseñó unos atriles para que la obra se exhibiera. "A ver cómo nos va", me dijo, esperanzado. Pasaron unos meses y me invitó a su oficina. "Ha sido un fracaso. Sólo vendimos ... 400,000 ejemplares". "Caramba, Lorenzo, pero si es un éxito increíble", le dije. "No lo creo: no se vendió como pan". Lorenzo regaló los ejemplares restantes a empleados y grupos campesinos.

Cada viernes, en el crepúsculo, mi abuela materna santificaba la llegada del sábado, prendía sus velas y cortaba el milenario pan de trenza. Así encarnaba el amor a su familia. Nos lo enviaba a los nietos y bisnietos, con un pilón: iba acompañado del "Gansito Marinela".

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