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La voz de «los revolucionados»

Sabemos lo que pensaban de la Revolución los revolucionarios pero ignoramos lo que pensaban quienes no participaron en ella, los que se llamaban a sí mismos "pacíficos" y que el historiador Luis González bautizó como "los revolucionados". (Recuérdese que en el momento álgido de la Revolución Mexicana hubo quizá 100,000 hombres en pie de lucha, en un país de 15 millones.) Justamente para averiguar la opinión de esas mayorías silenciosas, en 1985 don Luis y Friedrich Katz lanzaron un concurso en el que se invitaba a la gente, sobre todo del campo, a que contara cómo había sido la Revolución en su pueblo o en su rancho. Tenía que hacerlo en no más de veinte cuartillas. Se presentaron algunos miles de concursantes, muchos más de los esperados. El resultado -recordaba don Luis- los sorprendió: "todos caracterizaban ese movimiento como una calamidad, un terremoto o un cambio muy perjudicial en el clima". Una pequeña muestra de esos testimonios (la más moderada, por cierto) se publicó por el INAH y el Museo Nacional de Culturas Populares bajo el título de "Mi pueblo en la Revolución Mexicana". A partir de esa y otras fuentes, cabe construir una mínima antología del hambre, la vejación, el despojo, el terror, la peste, el sacrilegio, el abuso, el pillaje, la violación, el sadismo, la xenofobia, el asesinato y el genocidio que caracterizó a todas las facciones revolucionarias, sin excepción, incluida -por desgracia- la maderista. Es la voz de los que no tuvieron voz.

"... Por ese entonces, 1914, en la ciudad de México hubo un hambre tremenda. La gente hurgaba en los basureros para comer cáscaras. Se acabaron los perros y gatos. Los caballos de las carretelas, flacos, sólo llevaban dos pasajeros y a distancias cortas..." Ángel Miguel Tovar, poblano.

"... al otro día entraron los carrancistas al pueblo, y a unas muchachas que estaban en un tapanco las ultrajaron y las tomaron prisioneras. Después de dos días de no haber comido salimos a buscar a ver qué había para comer; pero después no nos hallábamos, y no podíamos regresar a Ayotzingo porque en las inmediaciones había una tropa carrancista vigilando que nadie subiera ni bajara..." Rufina Ortiz Beltrán, vecina de Ayotzingo, en la zona zapatista, ca 1915.

"... Entonces resultaron muchos generales rebeldes contra Carranza... La situación después de esto se puso peor porque entonces por todos lados andaban los generales rebeldes y su gente. Por un lado andaba Higinio Aguilar con su tropa; pero éste se dedicaba a puro robar, a matar, a pedir dinero a los presidentes municipales de cada pueblo a donde entraban; luego a llevarse caballos, toros, vacas, gallinas, marranos, guajolotes, máquinas de coser y todo lo que era de valor; todas estas cosas tenían que esconderse; hasta las muchachas tenían que esconderse. Así eran las horas que pasamos. Quemaban los puentes, trozaban los postes para que no hubiera comunicación para ninguna parte, y también en los postes colgaban a los contrarios que agarraban en algún combate... Ahí duraba aquel infeliz porque nadie se arriesgaba a bajarlo... Almazán volaba los trenes, con sus tropas carrancistas que siempre llevaba, para apoderarse del dinero y de las armas y parque que recogían de los que morían al volar el tren..." Macario Espejel Hernández, Sucesos de 1915 en Oaxaca.

"... En ese año empezó la terrible plaga que fue el tifo, y duró todo el resto del año hasta llegar a 1919. Apenas se iban restableciendo toda la gente del hambre y la sorpresa de la Revolución, empezó a azotar el terrible mal... Empezaba con mucha calentura y dolores de cabeza, y no había con qué curarse, ni había médicos, ni medicinas... La medicina que usaban era un árbol que se llama palo mulato y otra planta que tiene por nombre botonchihuite... Primero se velaban pero después ya no... El presidente municipal ordenó que anduviera toda la policía en el pueblo llevando una carreta para que en ella echaran a los muertos y llevarlos al panteón... en una misma sepultura arrojaban a los ya difuntos... medio los tapaban con tierra, y vuelta a seguir acarreando en la misma forma... las personas que sanaron quedaron inconocibles: sin cabello, transparentes de la cara y flacos..." Macario Espejel Hernández, Sucesos de 1918-1919 en San Pablo Huitzo, Oaxaca.

"En las iglesias cometen las peores atrocidades, robando todo, especialmente los ornamentos y los vasos sagrados, transformando las iglesias en establos y utilizándolos para los fines más abominables." Quince pueblos de los distritos de Atlixco al gobernador de Puebla en contra de Jesús Guajardo, citado por Jean Meyer: La Revolución Mexicana, Jus, 1991, pp. 92-93.

... Unos nunca se levantaron [en armas], por eso Felipe Neri [cabecilla zapatista], aquí en Cuahuixtla, había muchos [a los] que les mochó la oreja. Porque venía y decía: "Vénganse a la revolución, o dejen la hacienda", los agarraba por el campo, y le contestaban... "Sí, mi general", pero al poco tiempo que los soltaban se iban de nuevo a la hacienda a trabajar. Y pasaba Felipe Neri de repente (porque era arrancado, aunque estuviera el gobierno aquí, ése pasaba por la orilla del pueblo con su gente, porque era de por sí valiente) y los volvía a agarrar, y decía: "A ustedes ya los agarré el otro día, ¿verdad?" y zas, les mochaba la oreja, un pedazo, "Ándele, para que los conozca y otro día que los vuelva a agarrar los fusilo". Testimonio zapatista.

"... un cargador de los llamados 'de número', que cargaba una pesada máquina de coser, fue detenido por un piquete de soldados que le exigían la factura de ésta; el pobre hombre se deshacía en explicaciones de que había sido contratado para llevar la máquina a un domicilio que llevaba apuntado, pero tras una breve alegata, el cabo que mandaba el piquete le ordenó que se pusiera frente a la pared y dio la orden de 'fuego', fusilando a aquel infeliz que no tenía más delito que alquilar su trabajo. La gente manifestó su indignación, pero el cabo ordenó que se apuntara con los máuseres a los inconformes, quienes a regañadientes se dispersaron, dejando tirado en la banqueta el cadáver del cargador y procediendo a 'decomisar' la máquina de coser..." Ramón G. Bonfil, cd. de México, 1915.

"... Éramos solamente unas jovencitas. Esa tarde pasó Zacarías montado en el burro de don Chon. Iba como alma que lleva el diablo, grita y grita... '¡Que vienen los alzados! ¡Ahi vienen los villistas!'... nos hicieron bajar inmediatamente por la escalera de palo que llegaba hasta la primera repisa del pozo, como a unos ocho metros pa abajo del suelo, todas apretadas y temblorosas; ahi ya nos dio miedo. Abajo estaba el hoyo negro del pozo, en el cual una piedrita tardaba como hasta el diez antes de chocar con el agua. Arriba nos quedaba el espanto... '¡Que se las van a llevar! ¡Que se las roban y las toman por la fuerza! ¡Las matan y luego las tiran a un lado del camino!'... Pronto estuvimos todas como pichones, con mucho frío, acurrucadas y temblorosas en un rincón de la repisa, sin poder encender ni una vela. Esperando angustiadas; con la muerte abajo y con la muerte arriba... Para las mujeres, la bola era el miedo..." Manuel Servín Massieu, Un suceso del rancho "La Dulce", cerca de la localidad de Guadalupe, Zacatecas, del verano de 1916, que le oyó a su nana Celedonia.

"Como resultado de nuestras investigaciones encontramos: Que la matanza de los trescientos tres desvalidos e inocentes chinos de la ciudad de Torreón en los días 14 y 15 de mayo último fue una matanza sin provocación, concebida con malicia y odio de razas y ejecutada con fiereza salvaje por los soldados del ejército revolucionario (maderista) en compañía de una plebe local en violación de todas las garantías aseguradas por los tratados vigentes entre China y México y en violación de todo noble sentimiento del corazón humano." Informe de los personeros de la Legación del Imperio Chino ante el Gobierno Mexicano, 13-VII-1911, en Juan Puig, Entre el río Perla y el Nazas / La China decimonónica y sus braceros emigrantes, la colonia china de Torreón y la matanza de 1911, México, Conaculta, 1992.

A partir de esos y muchos otros testimonios Luis González extrajo varias conclusiones heréticas, anticipadas ya por Jean Meyer en La Revolución Mexicana (publicado en 1973 en España, y reeditado por Jus en 1991). La Revolución no fue propiamente popular, salvo en el caso de Madero. No fue un movimiento social generalizado. Se concentró en unos cuantos estados. La gran mayoría del pueblo nunca tuvo de ella una visión global. La historia recordada por la gente suele distinguir algunas "revoluciones": la del "chaparrito del norte", la de los "carranclanes", la de Villa y la de Zapata. La etapa que suscita memorias más vivas y dolorosas en los "revolucionados" es el lustro heroico de los "revolucionarios": 1913-1917. La Constitución no forma parte de los recuerdos populares. A Carranza y a sus corifeos se les recuerda por ser los principales protagonistas de la destrucción y el robo (por ellos se acuñó el verbo "carrancear"). Los zapatistas y villistas no fueron mal vistos porque eran generosos con el pueblo y no cometían actos de sacrilegio. El odio a la Iglesia fue el motivo de antipatía popular contra los revolucionarios (Luis González y González: La ronda de las generaciones, Obras completas, Tomo VI, Clío, México, 1997).

¿Cuántas personas murieron en la Revolución por efecto de la guerra, el hambre y la peste? Centenares de miles. En Morelos, por ejemplo, murió el 40% de la población. ¿Cuántos emigraron? Alrededor de 300,000. ¿Cuál fue el monto de la riqueza destruida y de la que se dejó de crear? El producto bruto de 1918 era el mismo que el de 1910, pero los pueblos no miden su sustento con esas cifras. ¿Era necesaria esa destrucción? Algunas revoluciones fueron explicables, justificables y hasta inevitables, pero su desenlace no mejoró necesariamente la vida de la gente. Lo aconsejable en este caso es practicar la democracia retrospectiva y dejar que opinen los supuestos beneficiarios mediante un método muy simple: que los editores originales desempolven los testimonios de "los revolucionados" y los suban a la red.

Para el México del siglo XXI (que de muchas formas sigue aferrado al mito revolucionario) la cuestión clave es ¿qué tan constructivo fue, en realidad, el nuevo orden revolucionario después de 1920? A bosquejar una respuesta dedicaré un próximo artículo, pero antes, señoras y señores, y para despedirnos de aquella década violenta, escuchemos la voz de don Margarito Ledesma: "Se han visto cosas muy duras/ en estas revoluciones:/ Estropicios, quemazones,/ golpizas y colgaduras."

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