Expiación por la verdad
Cuba es la Jerusalén personal de Guillermo Cabrera Infante. No cada año ni hacia el oriente, como los judíos de todas las épocas, sino cada día su mirada literaria apunta hacia el occidente de la isla en la que vive y donde recuerda a esa otra isla que dejó hace casi 30 años. Mea Cuba es el itinerario intelectual de una Diáspora equiparable, en su dolor y sus frutos, a la de Kundera, Milosz, Kolakowski y Solzhenitsyn. Con una particularidad: ante la caída del orden soviético, Cabrera Infante es ahora quizá, junto con algunos escritores chinos, el disidente literario más ilustre del mundo comunista.
Vuelta ha sido su revista desde los tiempos de Plural, desde el principio de los años setenta, cuando a raíz del Caso Padilla y del apoyo de Castro a la invasión soviética a Checoslovaquia, la Revolución Cubana terminaba por perder la inmensa legitimidad histórica y moral de que gozó en su origen. A partir de entonces, Cabrera Infante publicó varios artículos y ensayos memorables, todos reunidos en Mea Cuba y entre los que quizá destacan: "Vidas para leerlas" (sobre los calvarios paralelos de Virgilio Piñera y José Lezama Lima); "Entre la historia y la nada" (esa teoría atroz, pero atrozmente exacta, sobre el suicidio visto como la vocación ideológica de Cuba); y "Vidas de un héroe" (sobre Gustavo Arcos, sobreviviente del Asalto al Cuartel Moncada y, desde hace muchos años, el mayor disidente activo dentro de la isla). Con estos antecedentes, la publicación del libro en Vuelta era previsible: un caso de justicia literaria y editorial.
Se trata de un libro -como todos los suyos- de múltiples registros y de una textura verbal en la que cada frase y a veces cada palabra esconden un alucinante caleidoscopio de significaciones. Su trama es la memoria personal del ascenso, esplendor y caída de la cultura cubana en este siglo, una cultura marcada por ese suicidio geográfico que es el exilio. Las imágenes de los grandes exiliados externos o internos de Cuba (Lezama, Piñera, Lydia Cabrera, Padilla, Franqui, Arenas, Sarduy y, desde luego, el propio Cabrera Infante, entre otros) se mezclan con textos sobre escritores mayores (Carpentier, Guillén) y menores (todos los demás) afines o dóciles a Fidel Castro; con viñetas inolvidables sobre extranjeros enamorados de Cuba (Lorca, Casey, Evans, Hemingway), con autores emblemáticos del siglo XIX y con reflejos permanentes de ese paradigma de Cuba que "no debió de morir": el escritor, el defensor de la libertad, el exiliado, el suicida José Martí.
Obra cuya fibra moral hace pensar en los ensayos y las fábulas de Orwell, Mea Cuba es, ante todo, un recordatorio implacable de lo que Cuba perdió cuando "llegó el Comandante y mandó a parar"... a parar la libertad de expresión, de pensamiento, de creencia, de lectura, de asociación, de sindicalización, de elección, de iniciativa, de movimiento, de relación sexual. En la asfixiada y asfixiante atmósfera de ese "stalinismo con sol", políticos como el Che, Camilo Cienfuegos, Yeyé Santamaría, Oswaldo Dorticós y varios otros salieron por la puerta de ese exilio histórico que es el suicidio. En cambio Fidel Castro, que alguna vez convocó el apoyo de todo un continente, no se exilia ni se suicida: sólo exilia e induce el suicidio de su pueblo. Estos son los personajes de ese pequeño pero inmenso y entrañable territorio de la culpa que es Cuba.
Mea Cuba propone la expiación por la verdad. En muchos de nuestros ámbitos intelectuales, académicos o periodísticos el libro será recibido con toda la gama del ninguneo (odio, rechazo, desdén, desprecio, descalificación, silencio) y anatematizado con los adjetivos habituales (reaccionario, resentido, conservador, neoliberal, anticubano, antipopular, gusano). Es la mentalidad escolástica e inquisitorial que no muere: si la realidad contradice a la teoría, el problema es de la realidad; si el heterodoxo desafía la doctrina, no hay que discutir con él, hay que quemarlo vivo.
Para obstruir a la verdad, la mentira adopta mil atuendos: olvida los hechos o los hace olvidar, los ignora o pretende ignorarlos, los distorsiona, relativiza, atenúa o, más activamente, introduce el poderoso filtro de la ideología, esa abstracción irrefutable acompañada de buena conciencia y disfrazada de teoría científica, que lo justifica todo, empezando por el crimen.
A pesar de los hechos palmarios, a estas alturas del siglo no faltan quienes siguen repitiendo el rosario de la ideología; en Cuba el pueblo está en el poder, el poder está en el gobierno de Castro, luego Castro es Cuba y Cuba es Castro. "Con Castro todo, contra Castro nada". Los slogans se han vuelto intercambiables: Patria o Muerte, Revolución o Muerte, Castro o muerte. Y todos desembocan -como demuestra Cabrera Infante- en una exclamación única: "Muerte o muerte: ¡Pereceremos!". A los celosos guardianes de esa fe suicida el libro los dejará, en efecto, anticipadamente fríos. Pero para muchos jóvenes la lectura de Mea Cuba será reveladora.
Encontrarán en él hechos que deshacen muchos mitos: milagros de salud que conducen a enfermedades y epidemias nunca vistas, paraísos educativos donde sólo se lee lo que el Comandante ordena, edenes de igualitarismo racial donde los jerarcas son exclusivamente blancos, bloqueos que no impiden la exportación de 300 mil soldados a Africa y Latinoamérica, prodigios de autonomía logrados con 4 mil millones de dólares anuales de subsidio soviético, leyendas sobre un sistema justo, equitativo y fraternal, malogrado sólo por la onmímoda presencia de Estados Unidos. Claro que los norteamericanos tienen una inmensa responsabilidad histórica en el trágico destino de Cuba, pero es hora ya de deshacer el mito de que esa responsabilidad es no sólo la mayor sino la única: Rumania, Albania o Bulgaria no vivieron embargos comerciales y su desastre económico ha sido idéntico.
Cabrera Infante insiste, a mi juicio con razón, en la manipulación ideológica detrás de la palabra "bloqueo". Lo que Estados Unidos ejerce es un "embargo" que Cuba -a pesar de la lamentable Ley Torricelli- podría revertir eficazmente si tuviera productos o divisas con qué comerciar. No los tiene porque abolió el mercado, porque ató su destino al de la URSS y por una razón estructural que admiten ahora todos los países de Europa del Este, la mayoría de los votantes en Rusia, y aun los gobiernos totalitarios de China y Vietnam: el fracaso económico del comunismo.
Estas verdades razonadas por Cabrera Infante conmoverán seguramente al lector sensible y atento, pero lo impresionará aún más el cotejo de la situación cubana con la defensa de Castro que suelen hacer muchos académicos, periodistas y escritores mexicanos que se presentan como adalides de la libertad y la democracia. ¿Cómo concilian la persecución de homosexuales -tradicional en la Cuba de Castro-, con su propia militancia por los derechos sexuales en México? ¿La cacería de gays -o maricas, como se les dice en la isla- es reprobable en Chiapas pero tolerable en Cuba? ¿Cómo concilian su fervor democrático en México -en particular, su defensa de las libertades políticas y obreras- con la ausencia total de democracia y libertad en Cuba? ¿O creerán, como ha dicho un antiguo sociólogo mexicano -hoy teólogo póstumo del posmarxismo- que "Cuba es la sociedad más democrática del mundo"? Esta complicidad con la mentira recuerda las palabras de Orwell: "el enemigo más serio del espíritu de la veracidad y libertad de pensamiento no está en los burócratas, los magnates, los políticos sino en los propios intelectuales en quienes se ha debilitado el deseo de libertad y la creencia en las verdades objetivas... Todo escritor que adopta el enfoque totalitario, que encuentra excusas para la persecución y la falsificación de la realidad, se destruye a sí mismo".
Esa confiscación, esa compra, esa adulteración general de la libertad de pensamiento es quizá la falta histórica mayor de Fidel Castro, la que convierte a la situación cubana en un secuestro colectivo que no osa decir su nombre porque muchos cubanos no tienen siquiera los elementos de juicio para verlo como tal. Pero si algo demuestra la historia del siglo XX es que la libertad no es confiscable: pertenece al orden natural.
En ese orden se inscribe, a él sirve, Guillermo Cabrera Infante. Es un enemigo público número uno justamente porque no se ha destruido a sí mismo: representa la libertad de pensamiento y la fe en la verdad. Mea Cuba se leerá subrepticiamente en La Habana, pero dentro de algún tiempo, como la propia Cuba, exiliada de su exilio, saldrá a la luz.
El Norte