Manuel J. Clouthier: Coraje cívico
Creía en el martirio, por eso fue tan dolorosa su absurda muerte. Recuerdo su entusiasmo por el proceso de democratización en Filipinas y su mención explícita al sacrificio de Benigno Aquino. No tengo duda de que sobre todos los mexicanos del siglo xx admiraba a Madero, aquel otro empresario agrícola creyente en la fuerza histórica del martirio, cuyo sacrificio, sin embargo, no abriría el paso a la democracia mexicana. Como su remoto modelo, Manuel J. Clouthier arriesgó bienes, amigos, seguridad familiar y, varias veces, la vida. En momentos decisivos del proceso electoral de 1988, después de haber sido un protagonista central en la gran batalla cívica que escenificó la oposición mexicana, Clouthier consideró seriamente opciones de resistencia cívica que podían conducirlo a una muerte fundadora. El hombre apacible sobre el camastro en una tienda de campaña al lado del Ángel de la Independencia no bromeaba con su huelga de hambre. “¿De veras te quieres morir, Manuel? ¿De veras crees que eres más útil al país como símbolo que como líder?” “Fíjate que sí. Este es el momento de arrancarle al gobierno la promesa pública de una definitiva reforma electoral. [Si no] tardaríamos mucho en recuperar el impulso. Ahora o nunca hay que echar el resto. Hay muertes creativas, ¡y yo no me rajo! Mil consideraciones de toda índole debieron pesar en el ánimo del presidente Salinas de Gortari para comprometerse a la auténtica reforma electoral que la ciudadanía aún espera. Estoy seguro de que una de esas consideraciones fue la determinación moral de Clouthier: no se rajaba.
Antes lo había visto en dos breves ocasiones: una comida y una charla de oficina. Aquel hombrón no era el temible full back del Tecnológico de Monterrey que yo me había imaginado, sino una persona suave, casi dulce, un soñador, un sentimental, un quijote o —mejor— un Santa Claus de la política democrática. Me encantó desde el principio la facilidad con que introducía en cualquier frase la palabrota perfecta. Contra todas las predicciones —me dijo—, su campaña esquivaría el populismo fácil y la incitación a la violencia. Su propósito sería despertar el coraje cívico del mexicano apelando al corazón de la gente.
Yo sé hablarle a la gente, porque la conozco, porque la he tratado desde siempre, porque la respeto. ¿Sabes qué les digo a los campesinos? Ustedes quieren a la tierra como quieren a su mujer. ¿Y qué se hace con la mujer para que florezca? Se le cuida, se le acaricia, se le fecunda, se le ama. Por eso ustedes quieren que la tierra sea suya de verdad y no prestada. Para quererla... Si vieras cómo responden. Saben que es verdad.
Supe entonces que era el candidato que el pan necesitaba para dar un jalón de arrojo a una historia de excesiva prudencia y discreción. Nunca imaginé la que armaría junto con los otros dos ingenieros: Cárdenas y Castillo.
En un medio político acostumbrado a la manipulación y la mentira, dio una lección de sencillez, espontaneidad y hombría. En la futura historia de la democracia mexicana aparecerá sonriendo, echado “p’adelante” y sin rajarse. Así hay que recordarlo. Miguel Palacios Macedo ha dicho que el mejor Vasconcelos, el del 29, actuaba más por “pálpito que por cálculo”. Clouthier hizo lo mismo. Con pálpito logró resultados prácticos más firmes que los de aquel Madero culto. No es casual: tenía el corazón más grande que su cuerpo.
Texto publicado en:
La Jornada, 3 de octubre de 1989
Mexicanos eminentes, México, Tusquets Editores, 1999
Caras de la historia II, México, Debate, 2016.