Dominio Público

Apostillas al liberalismo social

Los alegatos oficiales sobre el liberalismo social sostienen que se trata de una teoría cuyas raíces parten de nuestro siglo XIX. Según esta creencia, los mejores liberales de la Reforma, los más avanzados, proponían un liberalismo social que habría sido negado durante la época porfiriana y recobrado por la Revolución. Así, desde 1910, nuestros gobiernos revolucionarios, sin distinción de credos y matices, habrían continuado la tradición de liberalismo social proveniente del siglo XIX.

Jesús Reyes Heroles, a quien se debe en lo fundamental esta interpretación, pensaba que el auténtico liberalismo mexicano se había expresado, por ejemplo, en el voto particular de Ponciano Arriaga en el Congreso Constituyente de 1856 en favor de la subdivisión de la propiedad territorial y en contra de la servidumbre por deudas. Los escritos de Ignacio Ramírez "El Nigromante" en torno a la explotación de la incipiente clase obrera y los manifiestos de Juan Álvarez (el legendario cacique de los "breñales del sur") sobre las condiciones de trabajo en las haciendas, representaban para Reyes Heroles instancias en que el liberalismo puro se ajusta a la circunstancia mexicana superando o, cuando menos, complementando sus contenidos "puramente" políticos con proyectos de índole social. A esta suerte de "correctivo" del liberalismo Reyes Heroles le llamó "liberalismo social". El acento en esta interpretación del liberalismo mexicano está puesto en la Revolución Mexicana. Al proponerla en 1957, Reyes Heroles postulaba la primacía histórica de la Revolución sobre la Reforma: por encima del "paréntesis histórico" del Porfiriato, ésta se había continuado y cumplido finalmente en aquélla.

Ese mismo año, como parte de los festejos del centenario de la Constitución liberal, Cosío Villegas escribió el que es, a mi juicio, el más intenso e inteligente de sus libros: La Constitución de 1857 y sus críticos. Los críticos a los que explícitamente se refería Cosío eran dos notables pensadores porfirianos -Justo Sierra y Emilio Rabasa-, pero detrás de ellos Cosío polemizaba con los críticos del liberalismo puro en todo el siglo XX: de Cabrera a Molina Enríquez, de Múgica a Lombardo Toledano. Su tesis, contraria a la de Reyes Heroles, proponía una continuidad antiliberal del Porfiriato a la Revolución, y una discontinuidad de ambos con respecto al liberalismo esencial, el liberalismo político. Si los valores característicos de la Reforma habían sido el federalismo, la división y equilibrio de poderes, la democracia, el respeto a la ley y, en general, a las libertades políticas e individuales, le parecía evidente que la alternativa liberal se había frustrado tanto en el Porfiriato como en la Revolución. Al rendir su homenaje personal, a los liberales puros (Altamirano, Zarco, Vallarta, Ocampo, Vigil, Mata, Ramírez) a quienes había caracterizado una "fiera, altanera, soberbia, insensata, irracional" independencia frente al poder, Cosío Villegas postulaba la primacía histórica de la Reforma sobre todo el futuro posterior a la República Restaurada (a excepción de los 15 meses de Madero): "seguimos viviendo todavía, en la medida en que vivimos constitucionalmente, de la herencia de los Constituyentes del 56". La moraleja de Cosío era muy simple: los regímenes de la Revolución no podían reclamar para sí una legitimidad liberal-social porque habían abandonado el liberalismo fundamental: el político.

A esta crítica histórica al "liberalismo social" hay que añadir una crítica adicional a la pertinencia misma del término. El uso que Reyes Heroles y sus discípulos actuales dan al "liberalismo social" es exactamente inverso al que tenía en su origen y al que con mayor fidelidad histórica utiliza en su obra Cosío Villegas. El "Liberalismo social" era la traducción del "dejar hacer, dejar pasar" a la vida de la sociedad, es decir, la abstención como norma de política social. Piénsese, por ejemplo, en las explicaciones que solían darse a los grandes males sociales y los remedios que los liberales proponían para paliarlos. El alcoholismo, la prostitución, la pobreza extrema eran vistos, ante todo, como problemas achacables a los individuos que los padecían. Su origen estaba en la indolencia y la corrupción, y su solución no dependía de una legislación positiva sino de la regeneración moral que lentamente advendría con el progreso. Como el agua de las montañas que termina por regar los valles, así se regeneraría la condición de los individuos. El Estado liberal no debía intervenir en la vida social más allá de mantener el orden político y económico interno y externo. Traspasar esa barrera significaba dejar de ser liberal y abrazar alguna de las filosofías de moda que proponían una intervención activa por parte del Estado (o la Iglesia): catolicismo social, evolucionismo spenceriano o socialismo. Múgica partió del primero para llegar al tercero, Molina Enríquez escribió desde el segundo y Lombardo Toledano representó el tercero. Muy pocos liberales del XIX participaron de estas teorías. Podían tener, como Ramírez o Arriaga, una gran sensibilidad para percibir los viejos problemas de desigualdad que ya Humboldt había advertido, pero para resolverlos no proponían el recurso a un Estado proteccionista neocolonial (como el que nació de la Constitución del 17) sino una democratización del liberalismo: crear un país de pequeños propietarios independientes. Sólo en una panacea de proveeduría estatal creían todos nuestros liberales: en la educación.

A pesar de todos estos antecedentes que desmienten o cuando menos matizan la pertinencia histórica y terminológica del "Liberalismo social", su adopción por parte del régimen actual es un acto coherente, sagaz y, hasta cierto punto, legítimo. Liberales de pura cepa son las medidas que se han tomado en el campo, en la economía y -créanlo o no los masones-, también en las relaciones con la Iglesia. Ningún, régimen posterior a Madero había intentado vindicar la gran tradición liberal mexicana de manera explícita. Por el contrario. En los libros y sermones oficiales y aun en la obra de los más finos escritores políticos de este siglo, la "superación" del liberalismo por formas económicas supuestamente más avanzadas era, hasta hace poco, un dogma indiscutido. No lo es más. En este aspecto, el Gobierno ha asimilado creativamente la experiencia del siglo: aquí y en China -literalmente- se ha visto que la intervención del Estado no corrige la pobreza y sí coarta la libre capacidad de los individuos para remontarla. En China el Estado sigue coartando al mercado, en México no.

El régimen actual ha hecho suyas las críticas a los críticos del liberalismo económico pero matizándolas con el viejo correctivo de la intervención estatal en los ámbitos sociales. Esta adjetivación del liberalismo puede llegar a desvirtuarlo. Luego de la experiencia del siglo XX que confió tanto en la autoridad y tan poco en los individuos, es lícito someter toda política social (y cultural) a la prueba de fuego: la prueba de la eficacia práctica. En teoría, las agencias oficiales de acción social son perfectas. ¿Cómo funcionan, cuánto cuestan, a quién benefician, en la práctica? Como fórmula teórica de equilibrio entre los fines individuales y las demandas sociales el "liberalismo social" está muy bien. Como solución práctica al estancamiento económico y la necesidad social puede no estarlo tanto. Una simple hojeada a las infinitas agencias gubernamentales de "servicio social" tal y como aparecen en el directorio telefónico es el mejor argumento de apoyo al verdadero liberalismo social: el que pregona la abstención, no la intervención, del Estado en la vida de la sociedad.

¿Cómo calibrar el grado óptimo de intervención social o económica que debe tener el Estado en nuestra particular circunstancia? No desde las alturas y menos excluyendo inquisitorialmente a los "neoliberales" y los "nuevos reaccionarios" sino mediante el voto y el libre debate público entre las diversas tendencias y opciones. Volviendo, aquí sí plenamente, a la fórmula liberal tal y como la soñaron los Constituyentes del 56, tal y como no aparece siquiera esbozado en el liberalismo adjetivado de este régimen. Abrir la inédita alternativa liberal significa supeditar todos los adjetivos del liberalismo al liberalismo sin más -el que limita y encauza al poder mediante instituciones y leyes federales, democráticas, representativas y republicanas; el que propicia la acción cívica de individuos "fiera, altanera, soberbia, insensata, irracionalmente independientes".

El Mañana

Sigue leyendo:

Línea de tiempo

Conoce la obra e ideas de Enrique Krauze en su tiempo.