Apunte sobre Frida
No es imposible que Frida sea nominada para algún Oscar. En Hollywood se premian películas que reivindican derechos de minorías, reparan simbólicamente injusticias históricas o sociales, o exaltan el valor de una vida marcada por la adversidad. Frida, el personaje Frida, califica en los tres casos: era mexicana, y eso cuenta en aquel país donde la segunda minoría sufre discriminación; era bisexual y hasta "feminista" avant-la-lettre, al menos en la lectura de estos grupos en los Estados Unidos; y fue, ante todo, una artista que vivió 28 años de su vida enferma, extrayendo del dolor una obra original, obsesiva y dramática -emparentada con la de Hermenegildo Bustos y el arte religioso popular- que no desmerece frente a la de los maestros del surrealismo.
Acudí a verla con una sola prevención: temía que el ícono Salma no representara sino que suplantara al ícono Frida. En una librería de Nueva York había visto la exhibición de la biografía de Hayden Herrera cuya nueva portada es la misma de los espectaculares que se despliegan por la ciudad de México: la cara de Salma sobre un fondo rojo. Me pareció un atropello: pobre Frida, pensé, ahora ni siquiera tiene cara. Algo similar ocurre en la película. Algunos críticos norteamericanos respetados han considerado decoroso el trabajo de Salma. No les falta razón, pero lo cierto es que su Frida no es falsa en términos fácticos sino psicológicos. La carga erótica de Salma ... es de Salma, no de Frida, que -como observó Octavio Paz- "siempre tuvo algo de muchacho: la esbeltez, la travesura, el bozo poblado ... la masculinidad de Frida no es sólo visible en su físico sino en su bisexualismo: sus grandes pasiones fueron mujeres. Su relación con Diego -una figura obesa, fofa- fue la de un muchacho con la madre inmensa, oceánica. Una madre toda vientre y vastas mamas".
Hay, es verdad, una contención sentimental que se agradece en los protagonistas (el Diego de Alfred Molina es tierno, aniñado, atrabiliario, fantasioso, como debió ser el original) y una dignidad muy destacable en los papeles secundarios, sobre todo en los padres de Frida. Pero el drama de la pintora -el dolor continuo y sus avatares físicos y espirituales, las infinitas operaciones, el aborto, la traición, la amputación, la "calaca" que ronda, la tentación suicida- aparece suavizado, endulzado o tamizado. Recuerdo una famosa fotografía de Frida el 2 de julio de 1954, once días antes de morir, en una manifestación de apoyo a Jacobo Arbenz, el presidente guatemalteco depuesto por los Estados Unidos. Contraviniendo las órdenes médicas, convaleciente de una bronconeumonía, amputada la pierna, Frida iba en silla de ruedas. Cubierta la cabeza con una bufanda clara, las manos enjoyadas y entrelazadas, su cara extraordinaria se ha ensombrecido: la triste mirada contiene apenas el rictus, como presintiendo que, ahora sí, por ventura y por desgracia, se acercaba su hora. Esa Frida -compleja, severa, estoica, inescrutable- no está en Frida, y se nota: "a pesar de los buenos efectos especiales que animan los cuadros -apuntó mi crítico favorito, Daniel K.- la película no penetra al proceso interno de Frida: la trasmutación o sublimación del dolor en arte".
Hay quien se queja del excesivo colorido folclórico de la película. A mí no me disgustó la sucesión previsible de hermosas postales mexicanas: los banquetes suculentos y las sórdidas cantinas, los moles y chiles en nogada, los mercados y los mariachis, los patios y jardines, el Xochimilco lacustre y el Coyoacán colonial, los Judas y el día de muertos, las plazas, iglesias y pirámides. Se dirá que hay en todo esto una idealización banal, pero esa imaginería es la de Diego, y en su momento significó una genuina revaloración de México. La recreación de los años en que ocurría ese redescubrimiento, me emocionó: la vieja Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso, Diego pintando sus murales en Educación, el barrio universitario, y hasta la figura noble del joven Alejandro Gómez Arias, el primer amor de Frida (con quien, a diferencia de lo que sugiere la película, siguió manteniendo una amistad después de la separación que siguió al terrible accidente). En las cartas de "Frieducha" a "Alex" (que reproduce Raquel Tibol en su penetrante estudio: Frida: Una vida abierta, 1983), resalta otra cualidad casi inadvertida: la creatividad verbal y aun literaria de Frida.
Alguien reclamó a Frida su superficialidad política. Tuvo razón pero por los motivos inversos a los que supone: la trayectoria política de Frida, como la de Tina Modotti (esa otra santa del estalinismo, compañera de Vittorio Vidali, quien asesinó a Andreu Nin, el gran líder trotskista disidente aliado con los anarquistas españoles), es la parte menos ejemplar de su biografía. Con esta película ocurre lo que con la "Evita" de Madonna, donde la turbia liga de los Perón con el nazismo no se tocaba ni con el pétalo de una escena. Diego y Frida eran, por supuesto, mucho menos importantes para el dictador totalitario al que sirvieron (José Stalin, responsable de la muerte de 20 millones de sus propios compatriotas), pero ¡vaya que lo sirvieron! El motivo de su rompimiento con Trotsky no fue su flirteo con Frida (como sugieren las escenas de la película) sino un acto de oportunismo: por una parte, Trotsky admiraba a Diego como artista pero desconfiaba de él como político y no le dio el lugar que buscaba en la Cuarta Internacional; por otro lado, Diego entendió que el trotskismo (que lo había prestigiado en los años treinta) no daba para más, sobre todo ante la inminencia de la guerra. A la postre ganó la lealtad de la pareja hacia Stalin y el Partido Comunista, al que se plegaron en sendas (vergonzosas) retractaciones por los pecados cometidos. Según Octavio Paz, poco después del asesinato de Trotsky, Frida lo difamó públicamente y abjuró de su amistad llamándolo "viejo loco" y reclamándole el robo de "¡catorce fusiles y una lámpara!". Nada de esto aparece en la película.
El propio Paz escribió que esta fractura moral en las vidas de Diego y Frida se nota en su pintura. Debí preguntarle por qué lo pensaba. Creo que la obra de Frida es menor que la de Remedios Varo y Leonora Carrington, pero no deja de ser extraordinaria. André Breton lo reconoció en su momento y Paz también, en varios pasajes de Los privilegios de la vista. Tenía razón Diego: "es la primera vez en la historia del arte que una mujer ha expresado con franqueza absoluta, descarnada y, podríamos decir, tranquilamente feroz, aquellos hechos generales y particulares que conciernen exclusivamente a la mujer. Su sinceridad (es) tiernísima y cruel..." Otro poeta, Carlos Pellicer, muy cercano a la pareja y cantor -como Diego en su pintura- de la floración material y espiritual de México, escribió un soneto que en sus tercetos finales vale una película:
Estás toda clavada de claveles
Fuego a la sangre pegan los pinceles.
Un niño ensangrentado sube al cielo.
Yo acampo en un abismo de ternura,
Seco de sed. Tu corazón, al vuelo,
Dejó caer un poco de su altura.
Reforma