Reconocer la permanencia de la obra de Cortés y valorar la continuidad de su legado no significa olvidar el lado atroz de la Conquista ni demeritar a la civilización que, en gran medida, destruyó. Es superar el mito, es restituirlo a la historia.
Ante los vientos autoritarios que soplan en muchos países, en México no deben prevalecer el dogma o el cuchillo verbal, sino el diálogo auténtico, la civilidad, el respeto, la capacidad de escuchar.
Daniel Cosío Villegas criticó a los presidentes de México siempre bajo la misma óptica: ¿fueron constructores o destructores? Su respuesta no los favoreció.
La distinción entre justicia y ley –reivindicada por el presidente– está en Santo Tomás y los neoescolásticos y parece ser el verdadero modelo político que subyace en Iberoamérica. Su implantación moderna se traduce en diez premisas que, con matices, aplican al nuevo régimen mexicano.
Para llamar a la concordia no hacen falta precisiones historiográficas. Basta subrayar que el mensaje de estas fechas es un manantial de reconciliación. Y nos pertenece a todos.
En el epílogo a la edición definitiva de Biografía del poder comparaba los últimos veinte años con la era del PRI, que creía superada. ¿Cuál es la situación actual?
Aunque era un hombre de convicciones absolutas y nunca rehuyó el peligro o el sacrificio, ingeniero al fin, Heberto Castillo era demasiado práctico para confiar el flujo vertiginoso de su vida al misterio de una religión secularizada. No era un redentor, era un hombre de acción.
Las recientes declaraciones del presidente López Obrador exigiendo al rey de España una disculpa por la Conquista de México han lastimado el árbol de concordia que mexicanos y españoles hemos cultivado por ochenta años.