Poco antes de atacar la ciudad de Guanajuato, el 21 de septiembre de 1810, el cura Hidalgo envío a su amigo, el intendente José Antonio Riaño, una carta en que la que intentaba persuadirlo de rendir pacíficamente la plaza.
El “Maestro de América” nunca dio clases. El rector que diseñó el emblema y el lema de la Universidad creía que “las escuelas no son instituciones creadoras”.
Frente al inadmisible uso político de la fe cristiana vale la pena recordar, al menos hoy, su mensaje central. No es una prédica de división. Mucho menos de resentimiento, venganza u odio.
Navidad de 1908. En el pequeño segundo piso –casi un tapanco– de su casa en San Pedro de las Colonias, Coahuila, un hombre hojea el primer ejemplar del libro que ha escrito febrilmente durante algo más de tres meses.
Llego a Caracas la mañana del 4 de diciembre. La chica de la aduana revisa mi pasaporte. A mi pregunta explícita responde sonriente, con el índice en los labios: “Shhh, estoy feliz.”
Aunque Isaiah Berlin lo ignoraba, su obra sobre Rusia ilumina indirectamente la historia de nuestro liberalismo. La sospecha de esa secreta correspondencia, y la devoción que le profesaba, me animaron a buscarlo en el otoño de 1981.