Caudillos o instituciones
"México debe pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de país de un hombre a la de nación de instituciones y leyes", dijo Plutarco Elías Calles en su último informe presidencial (1 de septiembre de 1928). Casi noventa años después, pareciera que estamos en la situación inversa: la crisis de las instituciones y las leyes, el ascenso de viejos y nuevos caudillos. La tensión es real, pero las circunstancias son distintas y las soluciones deben ser nuevas.
Calles hizo la crítica certera de los caudillos, esos "hombres necesarios" que supuestamente encarnan una "condición fatal y única para la vida y la tranquilidad del país". Su veredicto es vigente:
No necesito recordar cómo estorbaron los caudillos [...] cómo imposibilitaron o retrasaron (aun contra la voluntad propia ... en ocasiones, pero siempre del mismo modo natural y lógico) el desarrollo pacífico evolutivo de México como país institucional en el que los hombres no fueran (como no debemos ser) sino meros accidentes sin importancia real al lado de la serenidad perpetua y augusta de las instituciones y las leyes.
En la práctica, el llamado de Calles a crear un país de instituciones y leyes se tradujo en la fundación del PNR, partido que inventó una especie de caudillismo institucional. Con todos sus defectos, resultaba mejor que el caudillismo puro (acotaba el poder cada seis años) pero inferior a una auténtica vida republicana y democrática, porque el poder del presidente en turno era casi absoluto.
En 1994, a 65 años de la fundación del PNR, el magnicidio de un candidato presidencial (Colosio) y la sorprendente aparición de un caudillo (Marcos) marcaron el principio del fin del sistema político mexicano. Era la hora de dar un paso histórico: no una vuelta a los caudillos ni la permanencia de un "caudillismo institucional" sino un tránsito a las leyes e instituciones de la "república representativa, democrática y federal" plasmada en la letra (casi muerta) de la Constitución. Ese fue el sentido del cambio que, tras muchos años de procurarlo, los mexicanos conquistamos pacífica y ordenadamente el año 2000.
Por razones diversas y complejas, ese tránsito ha sido sumamente difícil. Los gobiernos panistas hicieron muy poco para consolidar el país de instituciones y leyes, con lo cual abrieron la puerta al surgimiento del primer caudillo del siglo XXI, que si bien ha sido respaldado por sucesivas organizaciones partidarias, nunca ha ocultado el carácter personalista (redentorista) de su proyecto y su desdén por las leyes e instituciones que considera serviles a una oligarquía económica. Un voto por él es un voto por el caudillismo.
En el umbral de las elecciones de 2015, un nuevo personaje -Jaime Rodríguez, "El Bronco"- ha subido a la escena. ¿Es un caudillo o un líder? Hasta ahora no ha mandado al diablo las leyes ni las instituciones. Su aparición era natural y previsible. Su liderazgo parece orientado a sacudir a las instituciones para reorientarlas a su origen (el recto y eficaz servicio del ciudadano). Su crítica principal se dirige a los partidos (cuyos gobiernos, particularmente en Nuevo León, han tenido un desempeño desastroso), a la permanencia inadmisible de la cultura de la corrupción, y a la connivencia del poder local y estatal con la ilegalidad y el crimen. Un voto por él puede no ser un voto por el caudillismo sino un acicate para el cambio institucional.
Más allá del desenlace, el fenómeno de "El Bronco" es sintomático de un malestar explicable pero preocupante: el ascenso de la anti-política, la idea de que podemos vivir sin partidos. Lo cierto es que no podemos. Toda democracia funciona con partidos políticos. Son, si se quiere, un mal necesario pero las alternativas son peores. Necesitamos una renovación profunda de los partidos políticos tradicionales. Necesitamos acotar con las leyes y repudiar en las urnas a aquellos que no son más que jugosas franquicias. Y a riesgo de que la justificada indignación de los jóvenes quede en un estallido ruidoso pero inútil, necesitamos un partido nuevo, de amplia participación juvenil. Pero sin partidos políticos una democracia se vuelve presa inmediata de demagogos, caudillos y dictadores.
¿Ayudará "El Bronco" a la autocrítica de las instituciones o precipitará una vuelta al "México bronco" y caudillista de los años veinte? Ése es, me parece, el dilema que debe resolver el votante neoleonés el próximo 7 de junio.
Reforma