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Conversación sobre Cuba

Un amigo mío, respetado y querido, cumplió este fin de año su viejo sueño de viajar a Cuba. Regresó entusiasmado. Miembro irreductible de la generación de los sesenta, para él Cuba ha mantenido un prestigio de leyenda, no sólo por la inmensa esperanza que despertó la revolución hace 40 años sino por seguir siendo, hasta ahora, el emblema de oposición radical al imperialismo norteamericano. Las declaraciones de José Saramago -que coincidió con él en la isla- pudieron haber sido suyas: "Cuba es la isla del espíritu".

"Porque falta la materia", pensé yo. A diferencia de mi amigo, no recuerdo haber sentido el menor entusiasmo por la Cuba castrista. Desde los años sesenta, sobre todo a raíz del apoyo de Castro a la invasión soviética a Checoeslovaquia, concluí que Cuba vivía una dictadura inspirada en Marx y Lenin, no una sociedad independiente y libre como la que soñaron Bolívar y Martí. Con el tiempo he reafirmado esta convicción hasta volverla un axioma. Creo que Cuba vive una tragedia histórica y que, al desaparecer Fidel de la escena, el desenlace podría ser sangriento.

Pero ahora es mi amigo quien me habla bien de la vida en Cuba. No niega, por supuesto, los hechos evidentes: la falta de libertades y las agudas dificultades económicas, pero acota que Fidel nunca fue tan brutal como Pinochet o los generales argentinos. De variadas lecturas y encuentros casuales con los cubanos, mi amigo extrae la conclusión de que, con todos sus errores, la revolución ha beneficiado a la mayoría de los cubanos. Según su testimonio, a pesar de la penuria y el bloqueo, el sistema de salud cubano sigue siendo excelente lo mismo que la cobertura educativa. Es obvio que para mi amigo, la tragedia cubana no es una verdad axiomática. O lo es, pero atribuible sobre todo a factores externos.

Ninguna de sus razones me convenció, pero al escucharlo pensé que su caso no es, en modo alguno, excepcional. La suya es una postura que comparten sectores cada vez más amplios de la izquierda occidental. Con la crisis de la economía globalizada, muy pocos proponen una vuelta a la economía planificada pero homologan el fracaso del socialismo real con el de la economía de mercado o neoliberal y abogan por una tercera vía que, con variado éxito, se ha practicado siempre en Occidente. Y es ese contexto el que explica la reciente indulgencia con Castro y la reconsideración romántica de Cuba: sí, es un fracaso, las cosas han ido mal, pero la intención era gloriosa y eso lo justifica todo.

Frente a mi amigo, el axioma se volvió un teorema por demostrar. Es verdad -sostuve- que el gobierno cubano invirtió en instituciones de salud y educación una parte del gigantesco subsidio que obtuvo de la Unión Soviética (5 billones de dólares anuales entre 1961 y 1980). No imagino cómo podía evitar la canalización de tales recursos a ese propósito, pero aún concediéndole un cierto mérito no hay duda de que toda la operación se hizo a cambio de una hipoteca a su soberanía como nación: por casi tres décadas, Cuba fue una colonia soviética en el Caribe. Aunque nunca hemos contado con estadísticas validadas internacionalmente sobre la salud en Cuba, y concediendo que las apariencias y la propaganda no engañen -como hasta los años setenta engañaban en la URSS- ¿era necesario erigir un Estado totalitario para proveer buenos servicios públicos de salud? En cuanto a la educación, ¿qué significa cuando no hay libertad de expresión? La lectura y escritura no llegan muy lejos si la oferta es rígidamente doctrinaria. Por lo demás, dada la crisis económica, muchos doctores en medicina y doctores en física viven o tratan de vivir de la economía paralela.

Del ahogo a la libertad, le dije a mi amigo, ¿es preciso hablar? En Cuba no hay, por supuesto, libertad económica... para los cubanos. A los pequeños negocios se les impide prosperar y aun existir. No hay más negocio cubano que el Estado, propiedad privada del mayor sofista que ha dado el género humano desde Protágoras: Fidel Castro. Los que sí pueden existir y prosperar son los grandes negocios en manos de extranjeros que gracias a la supresión absoluta de libertad sindical cuentan con la mano de obra cautiva de los cubanos. En Cuba tampoco hay libertad de movimiento (más de un millón de cubanos desea salir de la isla, y cerca de tres viven en el exilio), libertad de manifestación, reunión, organización, expresión. Menos aún de elección. ¿Cuándo ha habido elecciones libres en Cuba? La disidencia en Cuba se castiga con el ostracismo, la persecución, la cárcel y no pocas veces con la muerte. A través de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución), Big Brother vigila las conversaciones, la fidelidad y las ideas de los ciudadanos. Y sin embargo -agregué con pesar- de algo no cabe duda: Castro no es Ceasescu, Castro es relativamente popular porque su poder se finca en una doble tradición: la vieja cultura ibérica -orgánica, patrimonial, paternalista, burocrática- y el proverbial caudillismo latinoamericano.

Creo que mi amigo no se conmovió demasiado con mis argumentos. Le parecieron más aplicables a la Europa del Este antes de 1989 que a la Cuba bullanguera y musical que visitó. Sospechó que nuestra diferencia era más profunda: a mi juicio, el siglo XX refutó dramáticamente la posibilidad misma de construir una economía sin el mercado. Para mi amigo el futuro es ancho y la utopía posible. Decidí entonces proponerle una salida práctica: "supongamos que Castro emplea su remanente de legitimidad en introducir -a la manera de Lenin en 1924- una Nueva Política Económica o NEP cubana, si no al grito de "enriquecéos", sí con la consigna de permitir el florecimiento de negocios propiedad de los cubanos. Supongamos también que permite un margen de libertad política: la libertad de expresión y de elección, internacionalmente supervisadas. Bastarían esas medidas para desatar una presión mundial que en cuestión de segundos cancelaría el bloqueo. Cuba estaría transitando pacíficamente hacia un orden democrático y una poderosa economía mixta (o una tercera vía) en la que el Estado no tendría por qué renunciar a su papel benefactor y rector. Y para colmo, Castro moriría en su cama, con la aureola de revolucionario y reformador".

Mi amigo, que siempre pensó en la Cuba precastrista como el burdel de los norteamericanos, no había visto a la prostitución como lo que, a fin de cuentas, es: un pequeño y muy individual negocio. (Se calcula que hay 16 mil en Cuba). Por eso lo atrajo la idea realista de permitir que uno, dos, mil negocios igualmente pequeños pero algo más limpios prosperen en la isla. Y después de todo, mi amigo cree firmemente en la democracia, por eso admitió la necesidad urgente de una apertura política. La civilizada conversación acercó nuestras posiciones antagónicas. Ahora sólo falta convencer a Castro.

Reforma

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