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Cooperación preventiva

Concentrado en sus enemigos, el gobierno de Bush se ha olvidado de sus amigos. Sólo una región del mundo pasó inadvertida en el reciente discurso de Bush: Latinoamerica. En otra era remota -cinco días antes de que el terror golpeara a Nueva York y Washington-, Bush profesó su amistad a México sobre la base de que la fortaleza de México fortalece a los Estados Unidos, sobre todo cuando 20 millones de mexicanos viven ya dentro de sus fronteras. Después del 9/11 todo cambió.

No tenía por qué ser así. No sólo México, América Latina en su conjunto percibe que Estados Unidos ha vuelto a la vieja pauta de relegarla y ejercer frente a ella una diplomacia esencialmente reactiva que sólo parece despertar cuando hay misiles que apuntan a sus costas, guerrillas marxistas en las selvas centroamericanas o gobiernos revolucionarios en las antiguas repúblicas bananeras. Desde Panamá hasta el Río Bravo, los latinoamericanos resienten esta actitud del vecino que (en la aguda memoria colectiva) lleva un siglo y medio oscilando entre el atropello y el desdén. En el ejercicio de introspección histórica que algunos círculos intelectuales de Estados Unidos llevan a cabo para encontrar el impacto de su actitud imperial en otros pueblos y culturas, harían bien en mirar hacia América Latina, que nació con la esperanza puesta en la democracia americana y terminó, sin quererlo, por convertirse en la cuna del anti-norteamericanismo.

Sin esa perspectiva histórica, no se entiende la oportunidad que el gobierno de Bush está perdiendo. América Latina (con la sola excepción de Cuba) lleva algo más de una década en el proceso de dejar atrás aquellos viejos agravios, acercarse a los Estados Unidos, optar por las ideas e instituciones democráticas, y desechar paradigmas enraizados como el militarismo, el estatismo, el marxismo revolucionario. ¿Qué se necesita para que Estados Unidos tome en serio ese cambio copernicano y lo apoye de manera tangible?

Tal vez lo que se necesita es que el milagro se acabe. Y puede acabarse, desde luego, si ante el descuido de Estados Unidos renace el mayor fantasma del pasado que ronda a nuestros países: el populismo, la viejísima tentación de poner el poder en manos de un caudillo providencial, que ayer fue Perón o Fujimori, ahora es Hugo Chávez, y mañana puede ser un carismático político mexicano.

Por desgracia, a esa reaparición han contribuido varios errores mayúsculos: las inconsistencias en el caso de Venezuela (no reaccionar contra el intento golpista, no apoyar a tiempo -como lo ha hecho Carter y no Bush- el diálogo entre las partes y la celebración del referéndum en agosto), las declaraciones ofensivas e irresponsables de Paul O'Neill en Argentina y Brasil (regañando a unos, negando horizonte de ayuda a los otros), y la suprema miopía de juzgar a la región con los anacrónicos criterios de la Guerra Fría (aferrarse al bloqueo comercial a Cuba y encargar la política hemisférica a representantes del monotemático anticastrismo). Más preocupante aún es la actitud con respecto al vecino que ha vuelto a ser distante. El carpetazo total al acuerdo migratorio es un error desalentador que ahora se agrava con la situación de aguda desventaja e inequidad que varios sectores de la agricultura mexicana (desprotegidos, al revés de sus contrapartes norteamericanas) padecen con la entrada en vigor del TLC. El campo es la parte más sensible de México, el campesino hizo la Revolución Mexicana, de allí puede venir el próximo estallido.

Es verdad, como dijo Bush, que "si Saddam Hussein no representa el Mal, el Mal carece de sentido", pero para combatir el mal se necesita hallar fortaleza en la creatividad y la amistad. Frente al sur, Bush debería intentar otra doctrina: la cooperación preventiva.

*Una versión de este artículo apareció en The New York Times, el 30 de enero.

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