De poeta a poeta
Un día de 1983, luego de la esperada reconciliación con su hija Helena tras muchos años de no verla, Octavio Paz le escribió una carta. En la parte final decía: “Vi un laurel la otra mañana y ese árbol me recordó un poema de Yeats que quise leerte [tachado] cuando eras niña y del que ahora –sigues siendo niña para mí– te digo dos estrofas.” El poema se titulaba “A prayer for my daughter”. Paz lo transcribió en inglés. Estas son las estrofas, traducidas por Julio Hubard:
Que florezca como árbol escondido,
que sea su razón como un jilguero,
sin otro asunto que esparcir en torno
la magnanimidad de su sonido,
y solo por el goce emprenda caza,
y solo por el goce inicie un pleito.
O viva y reverdezca cual laurel
que eche raíces en lugar querido.
Mi mente, como aquellas que he amado,
o el tipo de belleza que he elegido,
avanza poco, se ha ido secando,
pero sabe que ahogarse con el odio
bien puede ser el peor de losdestinos.
Si del odio una mente queda intacta,
y no la embiste el viento, ni la abate,
jamás caerá el jilguero de la rama.
Yeats buscaba salvar a su hija del odio circundante, salvarla para la poesía y para la vida. Paz también.
En el párrafo lateral izquierdo de la carta, Paz –de poeta a poeta– le dice, “¿no es preciosa esa línea: ‘la magnanimidad del sonido’? Gran poesía...”. Y sobre la misma línea, en el margen derecho, agrega: “¿no oyes en esas sílabas crecer y elevarse ‘el invisible follaje de los sonidos’, como dijo otro poeta?”. Y agrega: “¿Qué lees ahora? Yo sigo con Plutarco... Mil besos, tu papá Octavio.”
Quienes piensan que el vínculo entre Paz y su hija puede explicarse solo (o principalmente) como un conflicto interminable, no conocen la historia. Fue una relación compleja, profunda, fructífera, entrañable y desgarradora. Alguien, alguna vez, la recreará, con sensibilidad y justicia.
Letras Libres, núm. 185