Democracia en la cultura
"La cultura es el fruto mayor de la Revolución Mexicana", dijo Octavio Paz en 1990, y seguramente tenía razón. A partir de la aurora de 1921, cuando José Vasconcelos encabezó una cruzada educativa inspirada en los misioneros del siglo XVI, el Estado ha asumido un papel activo en el apoyo a la creación, difusión y protección de la cultura y las artes. Sin esa intervención legítima y necesaria, muchas de las instituciones históricas de la cultura mexicana serían inimaginables: la propia UNAM, el INAH, el INBA, el Fondo de Cultura Económica, el Colegio Nacional, el Colegio de México, Radio Educación, el Canal 11, etc... En un país con la tradición y el patrimonio cultural de México, y en un país con las carencias educativas de México, el Estado no puede ni debe asumir un papel pasivo. Enriquecer, ampliar, apoyar la oferta de las instituciones culturales del gobierno es una prioridad nacional.
La Consulta Cultural cuya primera parte ha salido a la luz en diversos medios, ha querido prestar un servicio público para que el gobierno cumpla mejor su tarea. El instrumento propuesto es un ejercicio inédito de democracia en la cultura: preguntar directamente al público sus opiniones y sugerencias. La segunda parte de la Consulta, que saldrá a la luz en octubre, consiste en el procesamiento de centenares de entrevistas con especialistas en todos los campos del quehacer cultural. Las dos instancias de la Consulta son, en esencia, una guía para conocer lo que quiere la comunidad cultural.
Los resultados disipan dudas y temores. Prácticamente nadie ha pedido la privatización y menos la supresión de las instituciones culturales mencionadas en la Consulta, ni era de esperarse. Todo lo contrario: ahora el gobierno entrante tendrá el mandato claro de fortalecerlas en los diversos sentidos generales y particulares que el público ha propuesto: aumento de recursos, de cobertura, de difusión, descentralización, desaparición de toda forma de censura, apoyo a las tradiciones populares, fomento de la lectura, conexión con la educación etc... Llama la atención la variedad de propuestas constructivas y la precisión crítica en el diagnóstico particular sobre las instituciones que se incluyen en la Consulta.
En 1976, Octavio Paz y los escritores que colaboraban en la revista Plural y más tarde en Vuelta, propusieron el establecimiento de una especie de fundación mediante la cual el Estado apoyase a autores y artistas. La idea fructificó años más tarde en el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y ha venido funcionando muy bien. En ese mismo espíritu, Letras Libres propuso al gobierno electo la ampliación (a través de los medios de comunicación que voluntariamente quisieran sumarse) de la Consulta Cultural con el público y los conocedores que preparábamos desde hacía meses. Pensamos que ese procedimiento (que aprovecha la vía del internet) podría ser más útil que los foros de discusión o los concilios culturales, no se diga aquellos remotos caprichos de la hermana, el hermano, la esposa o los cuates del presidente en turno. La copiosa y rica participación no deja lugar a dudas. La Consulta valía la pena: el público cultural tenía mucho que decir.
El equipo de transición del próximo gobierno distribuyó miles de volantes de la Consulta en Casas de Cultura y otros establecimientos en la provincia y la capital. Esos cuestionarios y los que llegaban a los medios por escrito, fax o internet, fueron procesados por la empresa Gaussc, cuyos costos fueron cubiertos por dicho equipo de transición. Sobra decir que Letras Libres y todos los medios que se aunaron a este esfuerzo (El Financiero, La Jornada, Proceso, Grupo Reforma, Terra, El Universal) asumieron los gastos de publicación en sus respectivos espacios.
La cultura -sus creaciones, sus valores, sus exigencias- no se genera democráticamente, pero la democracia ofrece instrumentos útiles para que el creador, administrador o difusor de la cultura conozca la opinión del público. Esta Consulta Cultural -con todas sus limitaciones- ha traído consigo multitud de voces. La mayoría son creativas, imaginativas, frescas. Hay que escucharlas, porque escuchar es, quizá, el verbo más importante que debemos conjugar en nuestra incipiente democracia.
Reforma