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Desagraviar a San Luis

San Luis Potosí es tierra de luchadores cívicos. Hay quien piensa que el derrumbe del porfiriato empezó el 20 de noviembre de 1910, o dos años antes, con la entrevista Díaz-Creelman. Lo cierto es que la fugaz revolución democrática de México nació junto con el siglo en San Luis Potosí.

En Michoacán o Puebla, la secuela de la Reforma produjo conversiones ideológicas como las de los ex seminaristas Bassols o Múgica, que pasaron del integrismo social de la Iglesia al integrismo político de la Revolución. En San Luis Potosí, igual que en todo el norte de México, no se dieron conversiones: todo ocurrió dentro de la matriz ideológica liberal, en oposición a cualquier integrismo. El valor supremo era la libertad (individual, municipal, estatal), de allí que frente al paternalismo integral de Porfirio Díaz algunos radicalizaran su actitud hasta desembocar en el extremo desesperado y utópico del liberalismo: el anarquismo.

El constituyente Ponciano Arriaga era potosino. El periodista Filomeno Mata, que entre encarcelamientos publicaría por treinta años El Diario del Hogar, era potosino. Camilo Arriaga, Antonio Díaz Soto y Gama, Librado Rivera y Juan Sarabia eran potosinos. El primer acto colectivo de estos jóvenes profesionistas independientes fue un desagravio al legado de los constituyentes de 1856. A mediados de 1900, el famoso arzobispo de San Luis, Ignacio Montes de Oca, había declarado en París que la Iglesia debía “su actual prosperidad” a la benévola dirección de Díaz. Gracias a él, según el arzobispo, las Leyes de Reforma eran leños apagados. Sin embargo, los leños apagados prendieron al instante. Fundaron el Club Liberal Ponciano Arriaga y convocaron a una Convención Nacional de Clubes Liberales. A partir de entonces y hasta el ascenso de Francisco l. Madero, la estrella mayor de la oposición fue Ricardo Flores Magón. “Mire Camilo”, comentó entonces a su anfitrión, tomando un ejemplar de la Constitución de 1857 en las manos, “qué cosa tan hermosa, ¡pero es letra muerta!”. Acaudillados por aquel oaxaqueño que profesaba el anarquismo como una religión, los liberales potosinos minarían desde sus cimientos el unánime edificio político de Porfirio Díaz. Cuando Madero llamó “Plan de San Luis” a su proclama revolucionaria publicada en San Antonio, no sólo estaba ejerciendo un acto de estrategia política sino también de justicia.

La revolución triunfante fue ingrata con sus precursores. Relegó el constitucionalismo liberal y consintió la edificación de nuevos porfiriatos en San Luis. Ya en las elecciones de 1917, Juan Barragán se apoderaría de su estado mediante tácticas que hoy suenan muy modernas:

[Como] las elecciones en la capital y en Catorce estuvieron reñidas... es indispensable que los votos de la Huasteca sean cuando menos doce mil con el objeto de evitar protestas de los contrarios... se pueden arreglar en debida forma los expedientes... pues de la votación de la Huasteca dependería en gran parte el triunfo.

En los años veinte, tras el breve periodo de Aurelio Manrique, reinaría Saturnino Cedillo, para quien San Luis no era un estado sino su coto privado. Lo sucedería, por casi veinte años, Gonzalo N. Santos, célebre asesino de vasconcelistas. Cuando la Revolución cumplía medio siglo, Santos imperaba sobre San Luis Potosí como si fuera la prolongación de su rancho El Gargaleote. Es el momento en que aparece en la escena local un nuevo luchador cívico: Salvador Nava.

El navismo, como el vasconcelismo, es originalmente universitario. El doctor Manuel Nava, hermano mayor de la familia, antiguo vasconcelista y popular rector de la Universidad Autónoma Potosina, no ocultaba su desprecio por Santos. En 1956, el cacique amenazó con bloquear los subsidios pero no impidió la reelección de Nava. Tras su muerte en 1958, su hermano menor tomó la estafeta.

Su base de poder no estaba arriba sino abajo: como lo habían hecho su padre y sus tres hermanos, el oftalmólogo Salvador Nava era un médico que ejercía su profesión democráticamente. Tenía una relación orgánica con aquella pequeña comunidad de cien mil habitantes. La candidatura a la presidencia del ex vasconcelista López Mateos lo animó a lanzar su propia candidatura a la presidencia municipal de San Luis. Se integró la Unión Cívica Potosina y lo apoyaron el PAN, los comunistas y los sinarquistas. Un mes antes de las elecciones, en el kiosco central, los estudiantes colocaron una horca y una manta con la leyenda: “Santos, asesino de estudiantes”. Las autoridades optaron por utilizar la fuerza militar; los ciudadanos –obreros, industriales, comerciantes, estudiantes, campesinos– tomaron el camino de la resistencia cívica. El gobierno central no tuvo más remedio que ceder: el 7 de diciembre de 1958, Nava ganó las elecciones con margen de veinte a uno.

Su gestión fue memorable. Cada semana informaba al público por radio sobre el destino de los fondos, las obras y las mejoras. Meses antes de completar su periodo, resolvió lanzar su precandidatura para gobernador dentro del PRI. Era la prueba de fuego para una posible democratización interna de ese partido. En un áspero diálogo, el presidente del partido, Alfonso Corona del Rosal, le informó que “no sería el candidato”, le ofreció una diputación y una “compensación por sus gastos”. En la Plaza de Armas, Nava hizo pública esa conversación: “Seguiremos como independientes”, prometió a sus seguidores.

Sin el apoyo de comunistas, sinarquistas o panistas, con el apoyo de un amplio y variado sector del pueblo potosino, Nava llegó a las elecciones de julio de 1961. El ejército garantizó el sufragio libre de varias formas: a culatazos, patrullando en sus tanques las calles, secuestrando urnas, encañonando a los votantes. Los ciudadanos ejercieron su derecho con la V de la victoria. El resultado oficial fue… el triunfo oficial.

El resultado social fue, una vez más, la resistencia cívica. El 15 de septiembre de 1961, el gobierno central completó su misión democrática: mediante una operación que presagiaba el 2 de octubre del 68, emplazó a provocadores, apagó a medianoche las luces de la ciudad y asesinó en las calles a decenas de potosinos. El diario independiente La Tribuna fue allanado y destruido. El ejército apresó a Nava y lo condujo al Campo Militar Número Uno. Cuarenta días después regresó a San Luis e intentó formar el Partido Democrático Potosino. En 1963, el gobierno por un método de disuasión más directo: la tortura.

Siguieron veinte años de un retiro paciente y alerta, hasta que un nuevo agravio lo llevó a la plaza pública: había que poner un límite al nuevo cacique-gobernador, Carlos Jongitud Barrios. La fugaz apertura política de 1983 propició el regreso de Nava a la presidencia municipal. Volvieron los forcejeos con el presupuesto de arriba y el apoyo los ciudadanos de abajo. Gobernadores fueron y vinieron, el cacique cayó pero el agravio insatisfecho seguía allí. ¿Hasta cuándo permitiría el centro que los potosinos eligieran como gobernador al más respetado luchador cívico potosino?

Para un luchador cívico la misión termina con la muerte. Nava decidió dar su última batalla. Los vientos libertarios del mundo y la nueva conciencia democrática mexicana han jugado su parte en la decisión, pero el motivo fundamental sigue siendo el viejo agravio pendiente contra la dignidad potosina: el integrismo centralista. En las manifestaciones navistas es clara la presencia de tres generaciones: la suya propia, la de sus hijos y sus nietos.

Ya no hay un cacique personal en San Luis, sólo uno colectivo: el PRI. A su fuerza de movilización, persuasión y control se atuvo el candidato potosino que, desde su remota juventud, no se paraba en San Luis: Fausto Zapata. A la fuerza del PRI y a sus inagotables fondos. Con ellos compró la buena voluntad de toda la prensa y los medios locales. Su campaña fue más sensata que la del candidato de Guanajuato en las elecciones de 1991, Ramón Aguirre, pero los servicios de ingeniería electoral que utilizó fueron mayores. Dejemos a un lado la composición parcial de los organismos electorales. La lista de agravios electorales es inmensa: credencialización selectiva –baja en la ciudad, alta en la Huasteca– y muy inferior a la media nacional; existencia –y entrega parcial– de casi cien mil credenciales “fantasma”; diferencias entre las listas nominales entregadas a los partidos políticos y las que se utilizaron en las elecciones; expulsión o amedrentamiento de representantes de la oposición en las casillas; falta de actas de escrutinio y boletas; actos de proselitismo y manipulación el día de las elecciones; escamoteo de resultados por casilla y de las listas correspondientes a las sesenta y cinco mil credenciales supuestamente “cremadas”. Según el Centro Potosino de Derechos Humanos, hubo treinta y tres variantes de irregularidades. Pero la mayor no ocurrió el 18 de agosto de 1991; ha ocurrido desde que el centro, coludido con el primer cacique, condenó al estado de la libertad a un estado virtual de servidumbre.
Detrás de Nava no está el pan, que lo apoyó a regañadientes, ni el prd, empantanado en sus profundas contradicciones ideológicas y morales, entusiastamente navista en estos días por mero oportunismo, como último recurso ante su debacle electoral. Está la continuidad histórica de la vocación autonómica potosina. A esa urna moral acuden los liberales y los libertarios, los que no tienen que vender su libertad. Tiene razón el doctor Nava cuando teme la reacción popular ante una nueva frustración. Pero tiene aún más razón cuando afirma: “Le temo menos a la represión que a la corrupción”. Sabe que si su lucha cívica no fructifica, cundirán el desaliento y el cinismo.

El presidente Salinas de Gortari ha dicho que se ha propuesto “cambiar la mentalidad de los mexicanos”. En una medida apreciable ha comenzado a hacerlo y el resultado nacional de las elecciones legislativas, más allá de las irregularidades, lo confirma. Pero las reformas económicas no podrán desarrollarse en el vacío. Suponen la respuesta de un pueblo seguro de sí mismo y resuelto a modificar, compitiendo, el curso adverso de la historia. ¿Cómo lograr esa fortaleza íntima en cada mexicano si en México no se ejerce aún, cabalmente, la elemental libertad de gobernarse? Frente a ese vasto corruptor de la libertad ciudadana que es el pri, no hay nada que valga: el pri no tiene militantes que declaren su preferencia, tiene clientes que declaran su conveniencia. Esta situación debe cambiar y los cambios, nos guste o no, provendrán de actos “de arriba”que reconozcan y desencadenen –sobre los aparatos– fuerzas “de abajo”. Como ocurrió en las elecciones para gobernador en Guanajuato, y por razones mucho más profundas, el presidente Salinas podría reconocer y desencadenar la madurez política San Luis mediante un acto de desagravio. Hacerlo es actuar con arrojo histórico y con sentido de justicia. No hacerlo es aferrarse a una inercia ciega e inútil, es bloquear la vía natural de México hacia la democracia, es tomar la Constitución en las manos y repetir: ”Qué cosa tan hermosa, ¡pero es letra muerta!”.

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01 septiembre 1991