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Ecos maderistas

Antes de las elecciones aventuré la hipótesis de una analogía biográfica entre Madero y Fox: ambos empresarios agrícolas, alumnos de jesuitas, padres generosos de proles adoptivas, caudillos cívicos imbuidos de un sentido de misión y resueltos a terminar con un gobierno anquilosado y opresivo. Fox no tuvo que encabezar una revolución para tumbar a "Doña Porfiria" (como le llamaba Cosío Villegas al régimen de la Revolución Mexicana), pero recorrió el país como Madero y triunfó moviendo conciencias por la vía de las urnas, que fue la que finalmente sustentó la breve presidencia del "Apóstol de la democracia". El paralelo, pues, ha funcionado hasta ahora, pero sería bueno que dejara de funcionar no sólo -obviamente- por el desenlace trágico de aquel gobierno sino por otros ecos preocupantes que importa aclarar, prevenir, conjurar.

Madero -como se recuerda- llegó mermado a su presidencia. El interregno de León de la Barra permitió el reacomodo de los "emisarios del pasado", enconó el ánimo de los revolucionarios y apagó el clímax de entusiasmo y fe que había traído consigo la victoria de la Revolución. Los cinco meses que mediaron entre la renuncia de Díaz y la toma de posesión de Madero parecieron cinco siglos. Similarmente, y a despecho de los índices de popularidad que siguen favoreciendo a Fox, la plasticidad del 2 de julio se pierde no sólo por la resaca de los "emisarios del pasado" sino por un vago malestar público hecho de calumnias, cobro de viejas cuentas, puños cerrados y puñaladas traperas. Para el futuro, la nueva legislatura debe acortar al mínimo estos peligrosos interregnos, pero por ahora sólo cabe esperar que la ceremonia del 1o. de diciembre recuerde a los mexicanos el momento de "borrón y cuenta nueva" en que vivimos: no para bajar la guardia crítica frente al gobierno, sí para darle un margen razonable de confianza y tiempo.

Cualquier declaración de Porfirio Díaz en el exilio parisino -hizo muy pocas- provocaba turbulencia en México. ¿Cuál hubiera sido la reacción política si hubiese decidido escribir sus memorias y regresar con la espada desenvainada para buscar una súbita e incondicional reivindicación? Tal vez la misma provocada por el personaje histórico que el lector, con toda seguridad, tiene en mente (me refiero, claro, a Iturbide, fusilado en esas circunstancias en 1824). Nuestra época, más civilizada, no llega a esos extremos vergonzosos, pero no ha dejado de cimbrarse con el fallido golpe de estado literario que intentó el ex presidente Salinas. Si en vez de escribir un insidioso tratado de guerra política hubiera publicado un opúsculo de confesión personal, habría hecho un servicio moral a la vida pública y a su propia biografía. Logró lo contrario.

Madero se preparó para ganar pero no para gobernar. Aunque respetó al pie de la letra la Constitución (las libertades públicas, el federalismo, la división de poderes) careció del talento político: cedió donde no debió ceder (fue dubitativo con los generales insurrectos), no supo canalizar socialmente las demandas de quienes lo habían apoyado (los campesinos zapatistas) y fracasó en entablar una relación eficaz con el Congreso (que, hasta cierto punto, seguía siendo un enclave porfirista). Si bien la circunstancia de Fox es muy distinta, mutatis mutandis puede llegar a parecerse. Para concentrarse en su fortaleza específica (la de un presidente promotor del crecimiento económico, el bienestar social y, en general, la reanimación nacional) necesitará talentos supremos de instrumentación política en dos vertientes: la política pura y dura (guerrillas, inseguridad, narcotráfico, caciques regionales priistas) y política de cabildeo con el Congreso. Madero no encontró en quién delegar estas funciones. Fox no puede darse ese lujo. En el problema de Chiapas se debe llegar a una solución pacífica, definitiva y rápida, y la relación del Ejecutivo con el Legislativo debe ser, en sí misma, una cátedra abierta de democracia. La tensión entre los dos poderes es sana y natural pero desde el origen tienen misiones distintas, potestades que se equilibran mutuamente y que ambos deben respetar. El tema merece una reflexión profunda.

Hay otro paralelo posible que se ha ido perfilando en los últimos meses: la fricción entre el poder ejecutivo y el cuarto poder, la prensa. En esto, como en todo, conviene matizar. Buena parte de la prensa maderista fue irresponsable y aun suicida. "Muerde la mano que le quitó el bozal", decía Gustavo Madero, el sagaz hermano del presidente. Muchos periódicos pedían, de modo explícito, la vuelta del porfirismo. Eran libres pero no sabían o no querían usar su libertad con responsabilidad. Llegaron a zaherir al presidente en lo público y en lo privado, lo nimio y lo trascendental. Terminaron por envenenar el ánimo general y casi convocar el golpe de Estado. Luego se llamaron a sorpresa con las consecuencias.

En el México de hoy no existe una prensa dictatorial. Persiste -a la defensiva y a veces moribunda- una cierta prensa priista, pero convive con una gama muy amplia de estilos y tendencias: desde la puramente comercial (que ha perdido casi toda su influencia) o la doctrinaria (con su núcleo fiel de lectores universitarios) hasta la más liberal y moderna (que cuenta con un público todavía limitado pero creciente). Esta pluralidad de ofertas impedirá de entrada la ciega unanimidad que se dio en contra de Madero y favorecerá, en cambio, una variada y saludable alerta crítica con respecto a Fox.

Con todo, ambos poderes deben aprender la lección fundamental de respetarse. Fox y sus colaboradores no podrán esperar que la prensa sólo publique lo que ellos desean ver publicado. Tras 71 años de relativa sujeción, la prensa vive un momento de libertad irrestricta cuyos posibles excesos deben ser corregidos por la vía del mercado, no del Estado. Son los lectores, no el gobierno, los que pueden censurar a un diario o un medio dejándolo de comprar o frecuentar. (Consecuentemente, como ha explicado Gabriel Zaid, las oficinas y las prácticas censoras de Gobernación deben desaparecer.) Pero la prensa, por su parte, debe reflexionar seriamente también sobre su delicada encomienda. La independencia y el apego a la verdad deben ser su propósito único, pero inspirado siempre en ese sentido de responsabilidad que The New York Times tiene como divisa: "All the News That's Fit to Print". Lo cierto es que hay un capítulo pendiente en la prensa mexicana: la autocrítica.

A fin de cuentas, la historia no se repite y los paralelos son sólo eso, analogías que ilustran, no leyes que se cumplen. No hay que remojar las barbas propias pensando en las de Madero, pero es bueno recordar los errores del pasado para intentar evitarlos.

Reforma

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22 octubre 2000