El último republicano
La salud moral de una república no se mide por la lealtad de un hombre de partido a su partido. La salud moral de una república se mide por la lealtad de un hombre a la libertad y la verdad, así sea a costa de su partido.
Llegado el tiempo, pasados los años, nadie recordará salvo con vergüenza a ninguno de los 52 senadores que, traicionando la esencia constitucional de su patria, prefirieron doblar la cerviz frente al Calígula de la Casa Blanca antes que estar a la altura de la verdad, solo la verdad, nada más que la verdad, por la que juraron. El Dios que tanto invocan no los ayudará.
Llegado el tiempo, pasados los años, los libros de historia (o la forma que adopte la memoria) recordarán al solitario senador Mitt Romney, quien tuvo el valor de votar por la libertad y la verdad, y contra el déspota.
En inglés hay una fórmula intraducible para referirse a un acto que trasciende la historia: “for the ages”.
El centro de su mensaje fue el siguiente: "Si ignorara la evidencia que se ha presentado e hiciera caso omiso de lo que mi juramento y la Constitución me exigen, en aras de un fin partidista, me temo que expondría mi entereza a la reprensión de la historia y la censura de mi propia conciencia.”
En otra era futura, cuando de esta era oscura no quede más estela que la ignominia, esas palabras de Romney resonarán.
¿Llegará alguna vez, en este sexenio, un Romney mexicano?
Publicado en el blog de Letras Libres el 5/II/2020.