Evocación de Ernesto Alonso
Al enterarme con pesar de la muerte de Ernesto Alonso, pedí a una antigua amiga suya -misteriosa periodista que oculta su identidad tras las iniciales H.K.- la redacción de unas líneas con sus recuerdos. Los apuntes que me mandó hablan de un remoto "boite" de los alegres años cincuenta llamado "El Quid", cuyos propietarios eran Ernesto Alonso y el Doctor Ángel Fernández, y en el cual los "ricos y famosos" de la época se reunían a cenar y escuchar a los cantantes románticos de moda, como Olga Guillot y Elvira Ríos. Al poco tiempo, la periodista y su marido (un ingeniero M.K.) se volvieron asiduos invitados a la "Casa de las Campanas" donde cada domingo en la noche Ángel y Ernesto congregaban a una variopinta comunidad de escritores, políticos, empresarios, actores y actrices, directores de cine mexicanos y extranjeros: Dolores del Río,
Silvia Pinal, Rita Macedo, Tulio Demicheli, Paco Rabal, Ariadne Welter, Julio Alejandro (guionista de las películas mexicanas de Buñuel). "En esa casa situada en el sinuoso callejón del Convento del Carmen en San Ángel -escribe la periodista- había casi tantos ángeles como en el cielo... Según la leyenda, en su cimiento había un túnel que llegaba hasta la catedral". Entre brumas, yo creo recordar también a las mujeres deslumbrantes, las joyas de arte virreinal; la elegancia, el esmero y educación de los anfitriones; el halo de misterio y el peso de la historia en ese escenario algo teatral, suspendido en el tiempo. Pero a pesar de mi frecuentación con doña H.K. en esos años, nunca imaginé la confesión que me haría en sus notas:"Cuando Ernesto comenzó a realizar telenovelas históricas, se le ocurrió invitarme a ser 'la Güera' Rodríguez. A regañadientes le dije que sí, pero al final no me atreví".
Si a estas alturas la periodista puede confesarse actriz frustrada de telenovelas históricas, yo no tengo empacho en reconocer que mi vocación histórica se alimentó un poco de las telenovelas "Maximiliano y Carlota" y "La Tormenta" que Ernesto Alonso produjo en los años sesenta. Aunque vistas a la distancia parecen ejemplos consumados de la "Historia de Bronce", lo cierto es que estaban muy bien documentadas, escritas y construidas y prestaron un apreciable servicio de difusión histórica. El pecado de la primera (actuada por Guillermo Murray y María Rivas) fue distorsionar romáticamente la historia íntima, más bien desdichada y tortuosa, de la "pareja imperial". Pero en la segunda la falta se subsanó:
Toda historia novelada -escribió Daniel Cosío Villegas en 1970- tiene el problema de hallar los hilos que, cruzados y entretejidos con la urdimbre, produzcan la tela de una emoción creíble... Ese problema se salva con un argumento imaginativo y confiando el hilo conductor a grandes actores. En 'La tormenta', fueron éstos López Tarso y Amparo Rivelles... Miguel Sabido y Eduardo Lizalde acertaron a escribir un argumento que con violencias ocasionales mantuvo a esos actores en el centro de la acción.
Por desgracia, el gozo se fue al pozo con "La Constitución", telenovela protagonizada por María Félix: los críticos advirtieron infinidad de errores, invenciones y anacronismos, aunque le reconocieron el haberse ocupado por primera vez de la historia contemporánea de México.
Muchos años más tarde, me tocó presenciar la estrecha relación que Ernesto entabló con su nuevo y, desde entonces, permanente historiador de cabecera, mi amigo Fausto Zerón Medina -discreto pero sutil, acucioso y enciclopédico conocedor de la historia mexicana, que había estudiado con David Brading en Cambridge. Juntos, Ernesto y Fausto hicieron tres telenovelas que tocaron la conciencia histórica de millones de mexicanos: "Senda de gloria", "El vuelo del águila" y "La antorcha encendida". La primera volvió a la buena receta de mezclar una historia de ficción y realidad. Es el mismo procedimiento que ahora utilizan series de enorme éxito, como "Roma". El trabajo de investigación fue de primer nivel. En "El vuelo del águila" tuve sólo una intervención tangencial, pero fue suficiente para atestiguar de cerca el genio peculiar de Ernesto: su cuidado con en el "casting" (la obsesiva búsqueda de verosimilitud no sólo física sino psicológica), su energía creativa, su sentido del orden, su imaginación dramática. Con respecto a los guiones de "El vuelo del águila", Ernesto, Fausto y yo tuvimos discusiones acaloradas. Como no había personajes inventados, la historia se centraba en la vida de Porfirio Díaz que, a juicio de Ernesto, era en sí misma "de telenovela", pero quiso acentuar algunos aspectos personales con tonos románticos que carecían de sustento. Al final llegamos a un acuerdo salomónico. La maravillosa música de Daniel Catán, la calidad de los actores, guionistas, directores (Jorge Fons, Gonzalo Martínez), lograron el pequeño milagro de volver a Porfirio Díaz una persona de carne y hueso. La última telenovela histórica de Ernesto fue "La antorcha encendida". A mi juicio, fue la mejor. La ficción y la realidad se entrelazan para recrear, en un arco que va desde el crepúsculo del siglo XVIII hasta la Consumación de la Independencia, una historia verosímil que mueve las fibras de la emoción y aporta conocimientos tangibles al televidente. En cuanto al sustento fáctico, recuerdo -para citar un solo ejemplo- la escena del fusilamiento de Hidalgo. Fausto la documentó en diversas fuentes hasta el más mínimo detalle. Para ilustrar los interiores se digitalizaron cientos de imágenes que luego se reprodujeron fielmente en los escenarios.
Ernesto Alonso se formó desde muy joven en la buena escuela de teatro de los Contemporáneos. Celestino Gorostiza lo puso en contacto con Usigli, Villaurrutia y Novo, y representó varias de sus obras. Pasó al cine y actuó en varias películas de Julio Bracho, como "La virgen que forjó una patria" con fotografía de Gabriel Figueroa y música de Miguel Bernal Jiménez. Ernesto protagonizó a Ignacio Allende. Su papel estelar con Buñuel fue, desde luego, el maniático señorito Archibaldo de la Cruz, en "Ensayo de un crimen", obra original de Rodolfo Usigli. Fue la última película que hizo con su gran amiga, Miroslava Stern, que se suicidó antes del estreno. Al poco tiempo, con ese gran bagaje de experiencias, pasó con naturalidad a la televisión como productor de telenovelas comerciales de gran éxito. Gozaba en hacerlas, sobre todo si contenían pasión amorosa o abrían una ventana a lo sobrenatural. (Este género, me consta por mi hijo León, fascinaba a los niños). Pero creo que en las telenovelas históricas ponía una atención particular: enamorado del pasado mexicano, su compromiso era dar a conocer de manera clara, honesta y accesible a un público amplio que, de otra manera, estaría condenado a ignorarlo o a entreverlo sólo a través del espejo de los libros de texto.
Nadie mejor que el propio Fausto Zerón Medina para evocar a su amigo Ernesto. Le pedí unas líneas y me mandó este retrato:
Recuerdo a Ernesto Alonso entre ángeles y demonios. Pertinaz, devoto (peregrino a la Basílica de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos), crédulo (Miroslava le comunicó su muerte en un sueño y le pidió que mandara celebrar una misa por el descanso de su alma), amoroso (llegar a encontrarlo en la mesa del comedor de su casa ayudando en sus tareas escolares a sus nietos), supersticioso, tenaz, fantasioso, seductor, divertido, sonámbulo, implacable en sus juicios, maniqueo ("con ese, nada, con el otro, todo"), realista (..."ni te preocupes, yo quise ser Rodolfo Valentino"), delicado, impecable y cuidadoso en sus modales y apariencia, astuto, manipulador, quejumbroso, casi hipocondriaco, valiente (escogió e hizo de su vida lo que le vino en gana), desconfiado, celoso guardián de su intimidad, seguro de su fama y poder -que no malgastó-, cercano, generoso, malhablado, tan amante de la anécdota menuda como de "Lo que el viento se llevó" y la novela de folletín. Era tal su apetito por aprender, que a los ochenta años tomó un curso abierto de historia virreinal en el INAH. Por sobre todo, era actor, en el sentido más alto. Y era, en fin, un celebrante de la vida: 'no son los años de existir lo que cuenta, sino las ganas de hacer'.
Ojalá se renueve la tradición de la telenovela histórica en México. Allí está el Bicentenario para intentarlo con enfoques frescos y a partir de los nuevos estudios académicos que en estos años se han publicado. Sería el mejor homenaje a la pasión de Ernesto Alonso. Y quizá hasta su amiga H. K. podría todavía aspirar al papel de "la Güera" Rodríguez, en su momento otoñal.
Reforma