Feria secuestrada
Cuando hace un año exactamente las autoridades de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara me comentaron que el próximo país invitado sería Cuba, señalé lo obvio: desde los años sesenta, y muy claramente a partir del caso Padilla, en Cuba no existe libertad cultural (ni ninguna otra libertad), por lo cual había que evitar la entrega de la feria al único y último régimen totalitario de nuestra América. La alternativa era organizarla con plena autonomía mexicana, invitando en términos de igualdad a los escritores orgánicos de Castro y a escritores disidentes. No se hizo, y los resultados están a la vista.
En el mejor estilo de los tribunales estalinistas y con la indulgencia (espero que no la complicidad) de las autoridades de la FIL, un puñado de jóvenes furibundos y funcionarios cubanos (incluido un representante de Prensa Latina) entablaron un juicio intelectual sumario a los colaboradores de Letras Libres, no sólo impidiéndoles el derecho de réplica, sino cubriéndolos de insultos y secuestrándolos de hecho, físicamente, en el local de la FIL donde había tenido lugar la presentación del número de noviembre de la revista dedicado a los "futuros de Cuba". Según la crónica insospechable de Blanche Petrich en La Jornada, se trató de "una acción concertada", de una "emboscada", como desde antes de la sesión "se rumoraba".
Los inquisidores se refirieron a la revista como "letras muertas". Bonita proyección: para ellos el antónimo de la libertad es la muerte. Pero en México, España y América Latina, Letras Libres está muy viva. No circula, al menos públicamente, en Cuba (donde la letra, en efecto, muere o mata), pero circulará, no hay duda, el día en que la isla recobre su libertad.
Reforma