Entrevisté a Luis Echeverría Álvarez en 1999. Me recibió en una sala de muebles mexicanos en su casa de San Jerónimo. Recuerdo los murales de Diego Rivera en las paredes. Eran, quizá, los bocetos del famoso mural del Centro Rockefeller de Nueva York.
En los años sesenta, la juventud mexicana se sentía —como había previsto Octavio Paz en El laberinto de la soledad— “contemporánea de todos los hombres”.
Los mexicanos tenemos una deuda histórica con el movimiento estudiantil de 1968. En gran medida, le debemos nuestras libertades. Por eso es de celebrar que la televisión privada y la oficial ofrezcan series y documentales de alto nivel profesional sobre diversos aspectos del movimiento.
¿Cómo conmemorar el 2 de octubre? Por un lado, aportando a las nuevas generaciones la verdad histórica y debatiendo sobre los hechos y su legado. Pero hay deudas por saldar. Tenemos el deber de poner nombre y apellido a los héroes del movimiento, hoy olvidados.