La buena sombra de Morelos
Guerrero es una herida abierta en los sentimientos de nuestra nación. La incuria de los gobiernos condenó a este estado a una condición que apenas ahora, en pleno siglo XXI, podemos advertir en todo su dramatismo. En Guerrero se exhibe el rostro cruel del abandono: crimen, drogas, pobreza, desnutrición, emigración, desintegración social, discordia. ¿Cómo revertir la situación?
No tengo, por supuesto, la varita mágica ni creo que exista. Y no soy ingenuo. Conozco las cifras y he visto las escenas dantescas del crimen en Guerrero. Sé que la sangre llama a la sangre. Tampoco ignoro que la violencia de hoy no está ligada a ideas o ideales (como en la Independencia y la revolución) sino a vastos, oscuros, despreciables intereses económicos, y que se expresa día tras día, con inaudita crueldad, en las calles, las plazas, los caminos, las playas de Guerrero.
Pero no podemos conformarnos con que esta terrible realidad sea permanente. Si el país voltea hacia el sur para tender la mano al vagón que quedó atrás, quizá no sea tarde para acercarnos a la fraternidad esencial que vislumbró Morelos en los "Sentimientos de la Nación". Luis González y González llamó a ese documento "la cartilla moral de México". Fue leído aquí, en esta iglesia de Chilpancingo, hace 203 años. Escuchemos sus palabras, cada una, en toda su gravedad:
Quiero que hagamos la declaración de que no hay otra nobleza que la de la virtud, el saber, el patriotismo y la caridad; que todos somos iguales, pues del mismo origen procedemos; que no haya privilegios ni abolengos, que no es racional, ni humano, ni debido que haya esclavos, pues el color de la cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento; que se eduque a los hijos del labrador y del barretero como a los del más rico hacendado; que todo el que se queje con justicia, tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda contra el fuerte y el arbitrario... que se declare que lo nuestro ya es nuestro y para nuestros hijos, que tengan una fe, una causa y una bandera, bajo la cual todos juremos morir, antes que verla oprimida, como lo está ahora y, que cuando ya sea libre, estemos listos para defenderla...
A Morelos –adviértase bien– no lo movía el odio. Tampoco la intolerancia, el fanatismo ideológico o la sed de venganza. A Morelos lo movía el amor, pero no un amor romántico, místico o abstracto. Lo movía el amor fraterno, igualitario, libre, y el amor que se refleja en obras prácticas. En plena Tierra Caliente (uno de los escenarios del horror actual) aquel modesto párroco construyó con sus propias manos la iglesia de su curato, ayudó a los menesterosos y hasta recreó, en sus cartas, los sueños y fantasías de sus feligreses. Pero ese mismo cura (misericordioso, activo, humilde, simpático) concibió, organizó y cobijó –en tiempos de guerra y en esa misma zona– la promulgación de una Constitución que sería el molde del México que no acaba de cuajar: una república liberal y democrática.
Aquellos "Sentimientos de la Nación" son los de ahora: sobre la antigua filosofía moral de la igualdad cristiana y la libertad natural que –en el análisis lúcido de don Silvio Zavala– fundó a México, debemos consolidar las modernas instituciones republicanas que fundó y respetó Morelos.
Pero hay un sentimiento más, no solo vigente, urgente: el de un país soberano. A nuestros problemas hay que agregar la amenaza de una guerra económica y diplomática, de enormes proporciones, provocada por Estados Unidos en caso de que Trump (ese despreciable candidato a tirano), llegue a la presidencia. Por eso debemos reivindicar el amor a la Patria. Pero –una vez más– no hablo de un amor operático que se reduce a cantar el himno nacional, gritar "viva México" o agitar nuestra bandera. Hablo de defender con todos los recursos diplomáticos, legales, políticos, económicos, mediáticos que estén a nuestro alcance, a los millones de mexicanos de dentro y fuera que podrían sufrir las consecuencias de esa guerra injusta.
Si aquellos hombres que rodearon a Morelos no desfallecieron en su tiempo hostil y despiadado, es cobarde que los mexicanos del siglo XXI desfallezcamos, entregados al desaliento o al egoísmo cínico. Vivimos, escribió Luis González, bajo "la buena sombra de Morelos". Seamos dignos de ella.
Reforma
* Fragmento del discurso pronunciado el 13 de septiembre de 2016 en Chilpancingo, al recibir la Presea "Sentimientos de la Nación" otorgada por el Congreso de ese Estado.