La ingeniería crítica de Zaid
De su maestro, el poeta, narrador y ensayista gallego Rafael Dieste, Gabriel Zaid me dijo una vez: "nunca movió un dedo para promoverse". Admiraba esa actitud, y la hizo suya. A lo largo de medio siglo su obra se ha abierto paso por sí misma, hasta alcanzar una autoridad intelectual con pocos precedentes en la cultura mexicana.
Además de un ensayista supremo y un poeta de intensidad y diafanidad (como lo describió Octavio Paz), Zaid ha sido ante todo un crítico. Pero su crítica no parte de ideologías o dogmas: lee la realidad -el verbo leer está en el centro de su obra- para incidir en ella (mejorarla, corregirla, aliviarla, liberarla) a través de lo que Karl Popper llamó una "ingeniería social fragmentaria". No busca causas primeras o últimas en los males que advierte: los lee buscando soluciones prácticas.
Uno de los beneficiarios de su consejo práctico fue Arnaldo Orfila Reynal, el gran editor de Siglo XXI, que publicó su maravilloso Ómnibus de poesía mexicana. Sus ensayos sobre política y economía en Plural atrajeron la atención de Daniel Cosío Villegas que me pidió: "acláreme usted el misterio Zaid". No se lo aclaré, pero tuve la fortuna de presentarlos. Fue una comida inolvidable: dos críticos del poder vinculados por la tradición liberal.
Con respecto al mundo cultural, su crítica ha abarcado la literatura (en particular la poesía), la vida literaria, la historia de la literatura mexicana, las instituciones culturales, el aparato editorial y mediático, la economía de la cultura. Su horizonte social ha sido amplísimo: nadie como él ha diseccionado a las onerosas e improductivas pirámides políticas, burocráticas, empresariales, sindicales y (con particular énfasis) académicas.
Su análisis de los movimientos revolucionarios contiene un notable descubrimiento sociológico: el carácter universitario de la guerrilla. A principio de los años ochenta, su ensayo "Colegas enemigos: una lectura de la tragedia salvadoreña" (Vuelta, julio 1981) fue publicado simultáneamente en Dissent y Esprit, y se tradujo a varios idiomas. Lo mismo ocurrió con "Nicaragua: el enigma de las elecciones" (Vuelta, febrero de 1985). En ambos casos, Zaid desnudaba las redes de poder detrás del discurso revolucionario y proponía un tránsito a la democracia. A raíz de esos textos, sobrevino un linchamiento por parte de autores y publicaciones que años después, en sigiloso homenaje, adoptaron sus posiciones, pero nunca han tenido el valor de ofrecer disculpas.
En el ámbito político, su crítica -reflejada en cientos de artículos y ensayos- ha sido consistente, continua, implacable. Sus versos satíricos contra Díaz Ordaz y el PRI fueron tan letales como aquella línea que "La cultura en México" se negó a publicar: "El único criminal histórico es Luis Echeverría". En "El 18 Brumario de Luis Echeverría" (Vuelta, enero 1977), reveló que la apertura democrática era una farsa. "Más progreso improductivo y un presidente apostador" (Vuelta, diciembre 1982) fue el epitafio al faraonismo de López Portillo. Sus "Escenarios sobre el fin del PRI" (Vuelta, junio 1985) predijeron un desenlace que entonces parecía impensable.
Es increíble que las corrientes de izquierda no hayan recogido sus ideas económicas. Los textos reunidos en La economía presidencial (1987, hay ediciones recientes) son tan críticos del populismo como del neoliberalismo. Zaid no se opuso al Tratado de Libre Comercio (siempre abogó por la vía exportadora) pero ya en su libro El progreso improductivo (1979) había propuesto -hasta con un teorema irrefutable- la verdadera "tercera vía": una economía viable para los pobres y marginados de México.
Su prosa es un milagro de claridad. Esa condición no proviene de una voluntad de estilo sino de una fortaleza moral: es un escritor radicalmente autónomo (vive de su empresa y sus escritos) que no hace concesiones en su búsqueda de la verdad.
Zaid cumple 80 años el próximo 24 de enero. Fue el espíritu orientador de Vuelta y lo es de Letras Libres. Su amistad ha sido uno de los privilegios mayores de mi vida. Como dice la canción polaca: "¡Cien años, cien años, que vivas para nosotros!".
Reforma