Liberalismo sin adjetivos
Textos heréticos alude con humor a un asunto muy serio: el doble arcaísmo de nuestra vida intelectual y política. Hace casi dos siglos que México dejó de ser parte de una monarquía autoritaria, petrificada, patrimonial y corporativa. Hace casi dos siglos también que dejó de operar entre nosotros el Santo Tribunal de la Inquisición. Y sin embargo, por increíble que parezca, el Estado que hasta el día de hoy nos gobierna no oculta sus rasgos novohispanos; del mismo modo, nuestra vida intelectual se sigue caracterizando por sus métodos no inquisitivos sino inquisitoriales. Estos resabios paternalistas y despóticos, intolerantes y dogmáticos de nuestro aparato político y cultural, toman a veces la forma de una ortodoxia que si bien no condena al crítico independiente a la cárcel, sí suele cubrirlo con una lluvia de adjetivos descalificadores como reaccionario, nuevo reaccionario, conservador, neoconservador, liberal, neoliberal. A este doble anacronismo de la vida pública mexicana sólo cabe enfrentarlo con un arma: la crítica. Crítica del poder y crítica del dogma. Dado el sentido casi religioso con que los dogmáticos en el poder y los poderosos del dogma se aferran a sus viejos hábitos y estructuras, cabe hablar de la crítica (en sentido figurado, por supuesto), como de una “herejía”.
El libro reúne 24 ensayos escritos entre 1988 y 1992. Abre con una crítica a la obra, las ideas, la persona y el personaje de Carlos Fuentes. Al publicarla en Textos heréticos, he querido desprenderla del contexto periodístico en que se publicó para que pueda juzgársele como parte de una propuesta liberal que si bien sostiene la primacía de los individuos en la historia, por esa misma razón los somete a la crítica.
La segunda parte del libro, dedicada a la política mexicana, es una continuación de "Por una democracia sin adjetivos" (1986) e incluye textos sobre los principales actores y temas de la vida pública mexicana. Menciono algunos: la tradición antidemocrática que recoge el artículo 3 de la Constitución y que todavía sostienen importantes funcionarios e intelectuales del país; las gran variedad de adjetivos con que se adultera (para posponerla hasta que "estemos maduros") la práctica de la democracia; el papel protagónico que deben asumir los estados del norte en la transformación democrática; la relación posible y deseable de los obreros con la democracia; el viejísimo prinosaurio que todavía -a pesar de sus remozaditas liberales sociales insiste en decidir por nosotros; la vocación de San Luis Potosí en las luchas cívicas de este siglo y del presente; la diferencia entre el proyecto agrario de Zapata y Cárdenas; la tradición autoritaria e intolerante de la Iglesia en el siglo XIX calcada por el Estado del siglo XX; el difícil encuentro de la izquierda mexicana (tradicionalmente desdeñosa de los valores liberales) con la democracia y, en fin, las lecciones históricas de dos fines de siglo (el XVIII y el XIX) para el presente: ambos postergaron las reformas políticas supeditándolas a las reformas económicas y ambos terminaron en un fracaso estrepitoso.
El tercer apartado del libro ve hacia el norte, hacia los Estados Unidos. Se critica la trayectoria histórica de ese país con respecto a Centroamérica y, en particular, la invasión a Panamá. Los viejos liberales solían decir "Entre la debilidad y el poder, el desierto". Aunque lamentó que México estuviese tan cerca de los Estados Unidos y tan lejos de Dios, Porfirio Díaz puso al ferrocarril en ese desierto. Sus herederos revolucionarios han mantenido hasta hace poco un justificado recelo frente a los norteamericanos, pero las fuerzas reales de la historia nos empujan claramente a la colaboración. Para competir con ellos y junto con ellos, hay que hacer algo más inteligente que odiarlos: hay que conocerlos. El ensayo "La exportación de la democracia" intenta justamente eso: remontar el ciego y cómodo resentimiento con el análisis objetivo del rival histórico con quien no tenemos más remedio que relacionarnos.
El apartado IV mira hacia el sur, hacia América Latina. El pretexto es la Cumbre de Guadalajara y la situación actual en Cuba. El ensayo de fondo habla de un milagro tan notable como los cambios de 1989 en la Europa del Este: el milagro de la adopción continental de la democracia como sistema de gobierno en (casi) todos los países de este continente. Si se recuerda la historia interminable de fracasos económicos e inestabilidad política en Latinoamérica se verá hasta qué grado la palabra "milagro" para caracterizar la situación actual es exacta.
El apartado V fue, en su momento, una herejía mayor: me permití disentir de la forma en que buena parte de la prensa mexicana cubrió la guerra del Pérsico. Recordé entonces que hace cincuenta años el antiyanquismo ciego hizo que nuestra prensa incurriera en la admiración de Hitler y Stalin. Servir a la ideología antes que a la verdad puede conducir a esas y otras enormidades.
El apartado final es el ensayo que fundamenta al libro. Se titula "Plutarco entre nosotros”. Su tesis se concentra en un epígrafe del “Juan de Mairena" de Antonio Machado: "Por más que lo intento, no acierto a sumar individuos". Nuestra época ha visto el imperio de lo que T.S.Eliot llamó lilas vastas fuerzas impersonales", el imperio de los colectivos, los Estados, las clases sobre los individuos y sus derechos. Han tenido que pasar los horrores del siglo XX para que los individuos en Rusia y Alemania, en Chile o Paraguay, aquí y en China descubran la tragedia que significó olvidar la frase de Mairena. Por sumar individuos en agregados abstractos los estados del fascismo, el nazismo y el comunismo sacrificaron decenas de millones de individuos concretos.
Este libro está inspirado en la crítica liberal que ha recorrido el pensamiento mexicano desde el siglo XIX. Si las Cortes Españolas a principio de ese siglo inventaron el sustantivo liberal que ya el Quijote usaba como adjetivo, creo que los mexicanos podernos asumirlo corno nuestro en su contenido puro, en su contenido político. En este sentido político, ser liberal es defender la tolerancia, la pluralidad, la diversidad como fines en sí mismos. Ser liberal no es postular una ideología sino la competencia libre entre las ideas. El liberal auténtico no puede postular como dogma, por ejemplo, la libertad de mercado o la intervención estatal en la economía: debe propiciar el análisis abierto y libre de cada una en el contexto concreto, para perfilar la mezcla óptima de ambas. Para esto se requiere de una total libertad de opinión, porque ejercerla ha sido siempre, en todas las épocas, el camino más franco hacia la verdad, y porque lilas opiniones -como dijo el Doctor Mora- pueden ser erróneas pero nunca son delitos".
Ser liberal no significa, por supuesto, negar el papel social y económico que juega y debe jugar el Estado en cualquier país, menos aún en el nuestro. Pero sí significa poner límites claros a ese papel a través de las normas e instancias que dispone la propia Constitución que heredamos de 1857: la división de poderes, la soberanía de los estados, la libertad municipal, la democracia y las libertades individuales. En este sentido, ser liberal entre nosotros es un acto de oposición, un no frente al poder político e ideológico, una búsqueda de límites al dogma del poder y al poder del dogma. México tiene tras de sí una gran tradición liberal, pero se trata de una tradición trunca, con breves, luminosos episodios en el siglo XIX y en el maderismo, con breves y luminosas aportaciones de pensadores que no sabían sumar individuos. Textos heréticos no es más que un homenaje personal a esos momentos y a esas personas que quisieron abrir definitivamente para México el capítulo todavía pendiente de nuestra historia: el capítulo liberal.
*Discurso para la presentación de Textos Heréticos, 2 de abril de 1992