Mares encrespados en Venezuela
En una conferencia en la Universidad de La Habana en 1999, Hugo Chávez fustigó a quienes venían “a pedirle a Cuba el camino de la falsa democracia”, y profetizó: “Venezuela va […] hacia el mismo mar hacia donde va el pueblo cubano, mar de felicidad, de verdadera justicia social, de paz”. Sin embargo, la caída en los precios del petróleo ha llevado a Cuba y a Venezuela, proveedora de la isla, a un mar mucho más turbulento de lo que imaginó Chávez.
Emular a Cuba políticamente era una decisión imperdonable, que Chávez instrumentó cuidadosamente. Para apartar a Venezuela de la “falsa democracia”, concentró el poder y los medios de comunicación casi en su totalidad: radio, televisión y prensa. Su sucesor, Nicolás Maduro, siguió tal pauta con mayor crudeza – sin atender las necesidades que exigían un matiz de pragmatismo. Confiscó el resto de la televisión, reprimió las manifestaciones de la oposición, encarceló al líder Leopoldo López, apresó y mató estudiantes.
Por otro lado, emular a Cuba en el orden de la justicia social tenía sentido. A partir de 2003 Chávez instituyó las “Misiones” – personal cubano para atención médica, educativa, alimenticia y de vivienda – que aportaron una mejora social en la vida de muchos venezolanos. Pero para Venezuela el costo resultó exorbitante.
Venezuela asume el 45 por ciento del déficit comercial de Cuba. Los acuerdos económicos de la era Chávez fueron todos muy favorables para la isla. El costo que pagó Venezuela por las “Misiones” (40 mil cubanos, especialmente doctores y enfermeras) fue de aproximadamente 5 mil millones y medio de dólares anuales, 95 por ciento para el gobierno cubano y el resto para pagar a los doctores (aunque miles de ellos han escapado del país en los años recientes). El petróleo se les vendía a precios tan bajos que Cuba podía refinar y exportar cierta cantidad con altas ganancias.
El arreglo con Cuba ha sido solo un renglón de los muchos que constituyen el dispendio del régimen chavista, quizá el mayor de la historia petrolera del mundo. Pero en 2008, con el precio del barril a 145 dólares (y expectativas de alcanzar los 250), el apoyo a Cuba parecía una gota en el “mar de la felicidad”. En un acto de machismo revolucionario, Chávez aceleró su política de expropiaciones y estatizaciones, sin otorgar ninguna importancia al hecho de que Raúl Castro comenzara a introducir reformas económicas que disminuían el papel central del estado y abrían cierto espacio para la economía de mercado. Lo contrario al modelo estatista que Chávez imponía en su país.
Pero hoy abastecerse de alimentos es la principal angustia del venezolano, el precio del barril de petróleo ha bajado a menos de $50. La escasez de comida, medicinas y equipo médico es alarmante. Las colas en los supermercados son largas y tortuosas. El ejército apresa a quien se atreve a sustraer un pollo.
El gobierno de Maduro insiste en que se trata de una “guerra económica de la derecha”, por tanto mantiene firme su política de control cambiario que propicia el mercado negro, donde una nueva casta de vendedores ambulantes compran productos regulados a precios insignificantes y los revenden a capricho.
Tras una gira mundial por Rusia, China, Irán y algunos países árabes, en busca de apoyos económicos, Maduro declaró: “Dios proveerá”. El humorista Laureano Márquez (quien pertenece a la oposición) en una carta pública firmada por “Dios” respondió diciéndole: “Yo ya proveí” tierras fértiles, llanos ganaderos, selvas para cultivar cacao y café, ríos caudalosos y navegables, playas turísticas y mucho más: “En el subsuelo les puse las reservas petroleras más grandes del planeta. Tienen también, oro, aluminio, bauxita, diamantes […] Les acabo de enviar 15 años de la bonanza petrolera más grande que ha conocido la historia de la humanidad.”
Al propio “Dios” de Márquez le parecía incomprensible que los chavistas hubiesen convertido a Venezuela en una ruina. Por eso rubricó su carta de modo terminante: “Lo siento, hijo, tengo que decirte que tu petición a las finanzas celestiales también ha fracasado”.
Desde los primeros años del régimen revolucionario cubano, Fidel Castro puso en la mira el petróleo venezolano, que le negó el Presidente Rómulo Betancourt en enero de 1959 en un ríspido encuentro en Caracas. Cuba respondió orquestando – sin éxito – incursiones guerrilleras en Venezuela, y las relaciones diplomáticas se vinieron abajo durante años. En 1998, Hugo Chávez, gran admirador de Fidel Castro y el sistema cubano, fue elegido presidente. El nuevo líder de Caracas pronto ayudó a Cuba, cuya economía estaba en gran peligro debido al fin de los subsidios soviéticos en 1992. A partir del 2003, Venezuela abasteció a Cuba de petróleo a precios bajísimos.
Hoy, sin embargo, la caída de los precios del petróleo ha devastado a la economía venezolana, que ya había sido debilitada por la corrupción y el gasto desmedido del gobierno. Caracas ya no puede seguir regalando petróleo a Cuba y otros países afines al chavismo. Maduro, además, no posee el carisma y la habilidad política de su predecesor.
Ambos países se encuentran hoy, no un “mar de felicidad”, sino en un mar agitado y convulso. Las elecciones legislativas a fines de este año serán un acontecimiento clave para Venezuela. Las encuestas muestran que Maduro posee solamente el 22 por ciento de aprobación; es improbable que mejore de aquí al día de las elecciones.
Si el control del Congreso cambiara de manos, de los chavistas a la oposición, Venezuela podría iniciar un proceso de reconciliación nacional, que estuviera abierto a la economía de mercado y con normalidad democrática. Sería el mejor remedio para la maltrecha economía y las debilitadas instituciones. Pero si tales cambios no ocurren de manera pacífica, las expectativas para Venezuela serán aún más precarias.
Publicado en The New York Times, 19 de febrero de 2015.